Desde hace unos días, tras las irresponsables declaraciones de un ministro, todo el mundo habla y opina sobre la ganadería. La mayoría sabe poco del asunto y sólo dice cosas sin sentido, pero hay bastantes opiniones mal intencionadas que parecen querer enfrentar a los ganaderos, poniendo mucho énfasis en la diferencia de las distintas formas de producción. No debemos caer en la provocación y respetar a todos los compañeros que trabajan cumpliendo una normativa muy exigente en materia de sanidad, de bienestar animal, de transporte…, para poner en los mercados el mejor producto, criado de la mejor manera, para luego, competir, gracias a la hipocresía europea, en desigualdad de condiciones con productos que no cumplen estas condiciones, que llegan de países terceros.
El prefijo “macro” se utiliza peyorativamente, como dando a entender que lo grande es malo, esto se dice cuando la humanidad lleva en jaque dos años por un pequeño virus, osea, micro. No tienen en cuenta la gestión a la que la normativa obliga, tanto a lo grande como a lo pequeño. El campo no puede estar sometido a las ocurrencias de los burócratas, influenciados por ciudadanos y grupos de presión fanatizados que sólo miran por sus intereses. Las inversiones en el mundo rural, no pueden estar sujetas a la arbitrariedad de políticos irresponsables que obedecen como mansos bueyes a quienes hacen más ruido. El desarrollo rural pasa también por la instalación de actividades productivas en nuestros pueblos.
A menudo me preguntan mi opinión sobre la ganadería intensiva. En realidad lo que quieren saber es si estoy a favor o en contra. Cuando les digo que no estoy ni a favor ni en contra, parecen decepcionados. Cuando les matizo que estoy a favor de que se cumpla la ley, no quedan convencidos. A veces tengo que irme por no discutir, pues hay personas que tienen sus prejuicios y han tomado postura antes de pensar en el asunto, tal vez no piensen nunca y se limiten a seguir las consignas que grupos interesados propagan por doquier. En el fondo siento lastima por personas así.
Sin saber por qué, me viene a la memoria el recuerdo lejano de un día de la niñez. El ganado había pasado y, tras él aterrizaba un ejército de acorazados escarabajos negros. Aquel día, en la escuela, el maestro había dicho que en Egipto eran considerados dioses. Los muchachos mirábamos aquellos pequeños seres con asombro, preguntándonos cómo aquellos miserables bichos podían ser dioses. ¡Los egipcios debían de estar locos!
Después de varias décadas trabajando en el campo y con la experiencia de toda una vida, estoy de acuerdo con los constructores de pirámides. Ahora, cuando contemplo los cada vez menos habituales escarabajos, pasan por mi imaginación, como en una secuencia cinematográfica, los cambios medioambientales de las últimas cinco décadas. Todos a peor y no puedo dejar de relacionarlos con la desaparición de la ganadería y de una población rural que sabía interactuar con el medio natural.
Hoy, no me puedo detener en detallar la multitud de beneficios medioambientales que esta actividad ha producido durante los últimos diez mil años, en un equilibrio perfecto, que no ha provocado ningún cambio climático. Durante este tiempo ha habido sobre la faz de la tierra, al menos por aquí, entre ganados mayores y menores, más animales que hay en la actualidad.
Me explico, lo que hoy tenemos por ganadería es sólo una parte de lo que tradicionalmente ha sido, pues, si tenemos en cuenta que en cada casa había algunos cerdos, gallinas y otros pequeños animales, algún par de bueyes o mulas de tiro para realizar las faenas agrícolas. Sí, los caballos que hoy decimos de fuerza, que se hayan en los motores de los vehículos, no hace tanto, eran animales de tiro, también para la carretería, el transporte de mercancías, los bagajes para los ejércitos y para todo lo que se movía por tierra, incluso las barcazas que circulaban por canales, eran arrastradas por animales desde la orilla.
Todos estos animales, rumiantes o no, tenían flatulencias y soltaban gases al transformar el pasto, la paja y el grano en el más ecológico de los fertilizantes y en cantidades que hoy diríamos industriales, sin que en estos miles de años se haya dicho nada de cambio climático. Este estiércol se desparramaba, como los limos del Nilo, por campos y montes, enriqueciendo los suelos y propiciando una abundancia imposible de conseguir por otros medios. Hoy, se prefiere el uso de fertilizantes químicos (seguramente necesarios también), cuya efectividad aún no ha pasado el filtro del tiempo, al uso del estiércol que durante miles de años se ha demostrado eficaz, ecológico y respetuoso con el medio ambiente, aunque ocasione algunas molestias.
Concluyo diciendo que la desaparición de lo tradicional ha traído consigo una exagerada proliferación de las masas forestales (hoy difíciles de controlar, que dan lugar, cada día más, a incendios de los que llaman de sexta generación) y la merma, también exagerada de la fauna salvaje, incluyendo esos pequeños diosecillos según los egipcios, que interactuaban con el medio, contribuyendo al enriquecimiento de los suelos. Hablar así de la ganadería demuestra un profundo desconocimiento del pasado vital de la humanidad, propio de ignorantes, lo que por aquí llamamos, pobres diablos.