Adriana Arias vive una parte del año en Cuenca y otra en Tazacorte, municipio de la isla de La Palma en el que trabaja su marido y donde han asistido a la erupción del volcán situado a unos diez kilómetros del lugar donde tienen su hogar. «Creo que lo que estamos viviendo es algo que nunca se nos va a borrar de la cabeza, será un espectáculo para los ojos, pero hay gente que lo está perdiendo todo».
Esta conquense vive en una zona situada detrás de un cono volcánico y, en principio, están en un lugar seguro y no está previsto que les evacúen, aunque la situación es cambiante, porque Adriana comenta que ya ha habido otros pueblos en los que decían que no había riesgo y que han terminado siendo arrasados por una lengua de lava de seis metros de altura que se mueve lentamente por la isla y avanza hacia el mar.
«Es muy agónico, porque sientes que no puedes hacer nada, arrasa las casas como si fueran de azúcar», se lamenta Adriana, que antes de que la catástrofe se produjera ya tenía previsto regresar a Cuenca dentro de unos días.
Recuerda los primeros temblores del domingo, pistoletazo de salida de una gran confusión y desvela que, aunque se sabía que podía producirse una erupción, «no se esperaba que fuera ese día». Ahora apenas pueden salir de su casa, porque el picón, nombre con el que se conoce en la isla a la gravilla volcánica, llueve sobre sus cabezas y produce escozor en los ojos.
Huele también a azufre, «a taller de coche», pero lo peor es el ruido constante. «Aquí decimos que es como el de un reactor, de esos que te deja dolor de cabeza y a veces ruge como un león». También se han cortado carreteras y han sufrido problemas con la conexión telefónica y de internet, porque la lava también se ha llevado por delante una parte del tendido eléctrico de la isla. Uno de los temores que tienen es que, con los seísmos, se abra una nueva boca volcánica, como ocurrió la noche del lunes.
Desde su casa en Tazacorte se ve cómo el volcán escupe la lava y prácticamente vieron en directo la primera erupción. Destaca la conquense que La Palma es «un lugar muy bello, tienes todos los colores» y eso acrecienta el impacto de las imágenes que están viendo, como el de una piscina evaporándose al contacto con la lengua de fuego.
Le llama la atención, por ejemplo, cómo surgen pequeños fuegos a los costados de la gigantesca lengua que avanza y cómo desaparecen al ser engullidos por la lava. Destaca también los esfuerzos de la gente por salvar a sus animales, algunos de los cuales se extraviaron en el caos que reinó en los primeros momentos. «Donde pisa la lava es un sitio que ya no se puede tocar y que se quedará así», apunta Adriana.
La situación ahora parece más controlada y hay mucho personal trabajando en una erupción que ha dejado unos 6.000 desalojados y que no se sabe cuándo va a finalizar. La destrucción avanza, pero la vida sigue en los pueblos de La Palma que se han mantenido en pie. Adriana, que trabaja como sanitaria, se quedará en Cuenca, pero su marido tiene que estar en la isla por motivos profesionales.