Paseando por cualquiera de los barrios de Tomelloso (a excepción de los más nuevos) veremos en todas las aceras las típicas lumbreras, que son la salida de aireación de las cuevas-bodega, de las que llegó a haber entre 2.500 y 3.000 en Tomelloso. Prácticamente casi todas las casas disponían de una cueva, por lo que se puede decir que el subsuelo de Tomelloso está hueco por a partir de una profundidad de unos 5 metros. Estas cuevas eran donde se guardaba el vino -que cada agricultor hacía en su misma casa- en unas grandes tinajas de barro, que a partir de mediados del siglo XX se empezaron a hacer de cemento.
Cuando caminamos en verano por Tomelloso, siempre que pasamos por encima de una lumbrera recibimos un agradable soplo de aire fresco, ocurriendo lo contrario en invierno, pues estas cuevas mantienen una temperatura media constante de unos 16 grados centígrados. Esa temperatura media y muy poco variable de 16 grados es ideal para conservar el vino.
Desde sus inicios, los habitantes de Tomelloso descubrieron que toda la zona tenía una capa de sedimentos en el subsuelo, fácilmente horadable, pero suficientemente estable como para poder excavar, lo que conocemos como «tosca». De eso fueron conscientes al excavar los pozos buscando el agua del subsuelo para los usos agrícolas y ganaderos. Ya en el siglo XVIII muchas casas contaban con un sótano para almacenar y conservar los productos alimenticios, como eran las carnes de la matanza y las conservas, aunque también el vino en pequeñas tinajas. Pero no fue hasta mediados del siglo XIX que se empezaron a ampliar esos sótanos con la intención de almacenar el vino, sobre todo a partir del desarrollo de la ciudad en torno al monocultivo vitivinícola desarrollado a partir de finales de siglo XIX.
Al igual que con la construcción de los bombos, la construcción de las cuevas fue una labor titánica de los hombres y mujeres de Tomelloso, los cuales colaboraban codo con codo en el duro trabajo de excavación y extracción de la tierra. Mientras los hombres a base de pico y pala iban horadando la tierra, las mujeres la extraían en espuertas. Estas mujeres, conocidas cómo las terreras, fueron famosas, y ya a finales del siglo XIX se escribieron varios artículos en la prensa nacional dedicados a ellas, pues llamaban la atención por usar pantalones. También resultaron especialmente curiosas en la época por un trabajo considerado de hombres.
Cómo ya hemos dicho en anteriores capítulos, la demanda de vino del mercado internacional a mediados y finales del siglo XIX hizo que Tomelloso creciera en torno a esa actividad, y poco después de la plantación de los viñedos llegó la necesidad de almacenamiento de vino, lo cual hizo que de forma natural los tomelloseros ampliasen esas cuevas para tal menester, dejando un paisaje urbano muy especial y único.
A partir de mediados del siglo XX, con la aparición de las grandes bodegas y cooperativas, ubicadas en el extrarradio de Tomelloso, la función de las cuevas fue perdiendo protagonismo, aunque durante un par de décadas muchos agricultores siguieron con su actividad al margen de las grandes bodegas.
Desde la década de los ochenta, en que las actividades económicas de la ciudad se fueron diversificando, Tomelloso experimentó un cambio urbanístico en el que se empezaron a construir edificios de pisos de manera más constante, lo que hizo que esas cuevas adoptaran la función de garaje. Tomelloso en aquellos años era un regalo para las empresas de construcción, las cuales se ahorraban gran parte de la excavación, y ese primer auge constructivo acabó con muchas cuevas, pero fue ya en el siglo XXI, con la llamada burbuja inmobiliaria que la masificación constructiva arrasó con una gran parte de ellas.
Es difícil saber cuantas cuevas pueden quedar en Tomelloso; posiblemente queden entre 100 y 150 en un estado más o menos aceptable (aproximadamente el 5% de las que hubo), el resto de las que aún pertenecen a casas unifamiliares hace tiempo que se convirtieron en escombreras, aunque posiblemente muchas de ellas todavía se pudieran recuperar, pero de lo que se trata en este momento es de no perder ninguna cueva más, pues forma parte de nuestro patrimonio constructivo y cultural, y nos recuerdan de dónde venimos, nuestra idiosincrasia, nuestra historia, y porque Tomelloso es tan especial.