“Sé lo que es vivir en la pobreza y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez”. De la carta de Pablo a la comunidad de Filipo. 4,12.
Cuando pensé en escribir estas líneas el “corona virus” aún no había irrumpido en nuestras vidas.
Ahora que por fin me pongo a ello, la perspectiva nos ha hecho cambiar a todos de una manera tan radical que mi reflexión ha pasado de hacerse desde una sensación de seguridad a la de incertidumbre y fragilidad, es decir, este brutal contratiempo me ha puesto más en sintonía física con quienes son sus protagonistas, con lo que sienten y padecen de manera cotidiana los sin hogar, los olvidados, los que no cuentan, los últimos, los invisibles, los más pequeños, con aquellos hermanos para los que el futuro es siempre una desasosegada incertidumbre y que mira tú por donde siempre fueron y siguen siendo los preferidos del Señor.
En este Jueves Santo tan gravemente atípico debido a las dolorosas circunstancias que estamos atravesando y quiera Dios que acaben pronto, en este Día del Amor Fraterno, reflexiono de manera directa sobre un tema muy concreto poco propicio a filosofías: ¿Nos fiamos de los pobres? ¿Confiamos en ellos? ¿Sabemos de sus problemas, de sus tragedias muchas veces no buscadas…y aun así…los miramos, los vemos, los conocemos, los reconocemos, los tocamos? ¿Nos duelen sus dolores? ¿Somos bálsamo en su camino? ¿Nos inquietan y conmueven sus fatigas, sus pobrezas? ¿Adivinamos su resignación en sus ojos entornados? En definitiva, ¿los amamos? Preguntas que nos haríamos ante cualquier hermano de sangre que se encontrara en esa misma situación.
¿Confiamos en sus facultades para remontar su precaria situación o pensamos que son los únicos culpables? ¿Nos sentimos en la afección de ayudarlos? ¿Lo procuramos de manera efectiva? ¿Confiamos pese a sus posibles caídas? Y si afirmamos todo esto, ¿Qué nivel de confianza mantenemos? ¿Qué grado de esperanza y certeza ponemos en que esto sea posible? ¿Qué herramientas les procuramos? ¿Les damos peces o también cañas?
Confiamos en su capacidad de utilizarlas? ¿Nos limitamos a una permanente asistencia o nos esforzamos en facilitar su promoción? ¿Mantenemos con ellos cierto paternalismo con la mejor de las intenciones? ¿Caemos en la cuenta de que no se sale de la pobreza sin buscar senderos que los acerquen a los ríos? ¿Denunciamos ante los poderes públicos la insuficiente atención? ¿Realmente nuestra acción caritativa, es un signo profético?
En este Jueves Santo miles de personas se encuentran viviendo en continua y obligada soledad; otras muchas alejadas de sus familiares sobreviviendo en las residencias de mayores, personas discapacitadas que no entienden lo que está pasando pero sufren igualmente sus efectos; en este Día del Amor Fraterno, nuestro pensamiento y nuestra oración ha de tenerlos presentes de manera prioritaria; ellos son sin duda ahora mismo los más pobres; sin salud, sin la compañía de sus seres más queridos siquiera en sus últimos momentos, ellos son ahora mismo nuestros pobres de urgencia, quienes hicieron posible que hayamos vivido de manera más que digna.
Este virus nos está haciendo a todos más empobrecidos, más frágiles, quizá más humildes, más exactos. Esta epidemia como decía al principio, nos está posibilitando conocer en propia carne algo de las situaciones que habitualmente padecen las personas más vulnerables, la incertidumbre del futuro. Una incertidumbre para la que el apóstol Pablo estuvo preparado y de la que escribe a los habitantes de Filipo. Una incertidumbre salvada por la austeridad.
En esto momentos tan graves, en este Día del Amor Fraterno, la pregunta ¿nos fiamos de los pobres? quizá sea para hacérnosla también acerca de nosotros mismos.