Con la que está cayendo en estos últimos meses para el sector agroalimentario, afectado por la crisis sanitaria, la crisis económica y, especialmente, por la bajada de consumo de productos de alimentación que se está produciendo en todo el mundo, resulta que la Comisión Europea parece que no cede en su empeño de que sean los agricultores y ganaderos los encargados de salvar el planeta y ello aunque en el intento queden por el camino miles de ellos, los más pequeños, que a bien seguro no van a poder sobreponerse a las nuevas exigencias derivadas del llamado Pacto Verde y de sus dos principales estrategias: “De la Granja a la Mesa” y de la “Biodiversidad”.
Justificaciones y prejuicios
Muchas son las justificaciones que los políticos están esforzándose en dar para legitimar estas nuevas orientaciones políticas que nos pretenden imponer, pero muchas de ellas tienen mucho de utopía, algo de activismo y, sobre todo, un amplio repertorio de prejuicios -todos injustos- sobre la actividad agrícola y ganadera. Prejuicios que algunos colectivos que circulan alrededor de nuestro sector, se han encargado de ir lanzando a la sociedad, señalándolos como los máximos responsables de esquilmar el planeta en las últimas décadas y cuyos mensajes, a fuerza de repetirlos, han llegado a calar en la mente de nuestros legisladores europeos.
Que haya una Europa climáticamente neutra, que se reduzcan los gases de efecto invernadero, que haya un sistema alimentario justo, saludable y respetuoso con el medio ambiente, o que haya más árboles y bosques en el planeta, son objetivos con los que todos estamos de acuerdo, incluidos todos y cada uno de los miles de agricultores y ganaderos de nuestro país. Pero en lo que no podemos estar de acuerdo es en la forma en que tales objetivos se pretenden conseguir. Dejar caer sobre las espaldas del sector agroalimentario la mayor parte de la responsabilidad de la consecución de esos objetivos nos parece muy injusto, pues esas espaldas ya han sido muy castigadas en los últimos años por el impacto negativo de las diversas crisis de mercado, por ser moneda de cambio en diversos tratados comerciales o ser cabeza de turco de contiendas geopolíticas ajenas al propio sector agrario (baste como ejemplo, la reciente imposición de aranceles a los principales productos agroalimentarios a consecuencia de una disputa aeronáutica).
Algo no cuadra
Y es que algo no cuadra. Al agricultor se le pide que tenga más superficie ecológica pero sin embargo los presupuestos de la PAC se reducen sustancialmente poniendo en cuestión el actual sistema de ayudas a las productores ecológicos; se les dice que tienen que seguir alimentando al mundo con productos seguros y de calidad, un mundo que, dicho sea de paso, en el año 2050 tendrá 2.000 millones de habitantes más en el planeta a los que alimentar, pero sin embargo, a esos mismos agricultores se les exige que reduzcan un diez por ciento la superficie de tierra para usos agrícolas, fertilicen menos, utilicen menos agua y, además, reduzcan el uso de plaguicidas con los que “curar” las enfermedades de sus cultivos. Si las nuevas exigencias medioambientales van a suponer la reducción de las producciones, si bajan las ayudas públicas, si el mercado no retribuye adecuadamente lo que se produce y si los consumidores no están dispuestos a pagar más por los alimentos sostenibles (pues una cosa es lo que dicen en las encuestas y otra lo que hacen cuando van al supermercado a hacer la cesta de la compra), los números serán difíciles de cuadrar.
La apuesta y el compromiso del sector agroalimentario
La apuesta del sector agroalimentario va mucho más allá. Se debe conjugar de manera equilibrada la sostenibilidad económica y social con la deseada sostenibilidad medioambiental. Sin las primeras, no se podrá lograr la segunda, al menos por lo que al sector agroalimentario se refiere. Se debe dejar a un lado gran parte de los principios políticos que subyacen en el Pacto Verde para dar prioridad a las evidencias científicas, ya que solo desde la perspectiva de estas últimas se podrán establecer objetivos coherentes y alcanzables. Se debe exigir al resto del mundo los mismos estándares de seguridad y sostenibilidad que se requerirán a nivel europeo, aunque tenemos curiosidad por ver cómo reaccionará ese resto del mundo a nuestras exigencias unilaterales. Y, por supuesto, se deben abandonar los prejuicios instalados sobre el sector agroalimentario pues una de las pocas cosas buenas que nos ha dejado esta pandemia es la demostración de que el planeta ha respirado y se ha límpido como pocos podían imaginar, aun cuando el sector agroalimentario no ha dejado de trabajar a pleno rendimiento, las vacas han seguido pastando y los campos han seguido cultivándose como antes de la pandemia. Es evidente que eran otros sectores económicos los principales responsables de la degradación medioambiental del planeta.
Arrimar todos el hombro
Esperemos que alguien le ponga un poco de cordura a todo esto. Debemos de arrimar todos el hombro para tener un planeta más limpio y sostenible, claro que sí. Pero sin cargar las tintas en uno solo de ellos, el agroalimentario, pues en caso contrario la estrategia la tendríamos a que llamar “De la granja… a la ruina”.