Vivo en Madrid desde hace más de 15 años. También he vivido en Inglaterra y en Alemania. He pasado temporadas en Barcelona, en Segovia y hasta en Nueva York pero nunca me había sentido tan lejos de mi pueblo, de Tomelloso.
En todos estos lugares por muy lejos que estés siempre tienes esa sensación de que en cualquier momento te plantas en tu casa, te tomas una gambita en Lauticia y es como si nunca te hubieras ido y vives con ello porque sabes que solo estás a unos vuelos de distancia. Siempre puedes volver.
Pero ahora esa sensación de cercanía ha desaparecido. Ahora las escasas 2 horas que nos separan me hacen sentir como si estuviera mucho más lejos y me tienen con un nudo en el pecho desde que empezó esta situación que ninguno podríamos haber imaginado vivir.
En esta semana que llevamos de confinamiento, me acuerdo todo el rato de los que estáis sufriendo la pérdida de amigos y familiares de una manera tan trágica y tan difícil de llevar sin el apoyo de la gente en el tanatorio y en el funeral, que son lo único que hace llevadero un momento así. Pienso que igual que cuando esta pesadilla acabe vamos a salir a la calle y a celebrar la vida, también recordaremos más especialmente si cabe a los que nos dejaron. Desde aquí mi abrazo.
Estos días pienso en mi madre, que cumplió años «sola» esta semana y que está, junto a mi tío Javier, echando horas y horas para que las empresas y autónomos que estamos sin saber qué hacer por lo menos podamos informarnos y desahogarnos con ellos. Pienso en mi tío Arsenio aunque él ya no se acuerde de mí, en mi abuela, aunque ella tiene un máster vital de confinamiento forzado y en todos los «hermanetes» cuya rutina era salir un ratejo a la plaza, al Centro de Día, al Casino y que ahora las paredes de su casa les comen. Pienso en lo que le habría costado a mi padre quedarse en casa tantos días. Pienso en mi amiga embarazada y en las recién paridas, que no pueden recibir las visitas que tanto nos gusta hacer, con los mojicones que salvaron mi posparto. Por supuesto me acuerdo también de los que trabajáis en el hospital y los ambulatorios, desde el médico hasta el celador pasando por la cocinera y los informáticos. No todos los héroes llevan capa, pero esta vuelta, las batas blancas son más duras que el martillo de Thor.
Pienso también cómo sería la sensación de bajar de mi casa y que todo estuviera cerrado. Que el Beat esté cerrado, que no haya tiendas, que no haya ruido. Qué extraño.
Y es que aquí, en Madrid, cerca del Bernabéu que es donde vivo, tampoco hay nada abierto y las calles son desiertos, ¡menos mal!, porque estamos haciendo las cosas bien y quedándonos en casa; pero yo soy de allí. Y aunque me quejo cada verano cuando paso por la Avenida Don Antonio Huertas por la cantidad de gente que hay por todas partes, estoy deseando que vuelva ese momento, y este año, me sentaré en una terraza a tomarme una caña y me la beberé a vuestra salud.
Somos muchos los tomelloseros «esparcíos» por el mundo: desde Japón hasta Canadá, desde Argentina a Noruega, no hay forma de visitar cualquier confín del planeta y no encontrarte con uno del pueblo o que conoce a alguien de aquí. Por eso este sentimiento que os comparto, sé que lo tienen muchos otros que están lejos, o tan cerca como en Murcia o en Cuenca, pero tan lejos como si estuviéramos en Pernambuco.
Lo único bueno, queridos vecinos, de este horror televisado, es que se acabará. Acabaremos con él. Porque aunque penséis que estando encerraos en casa no hacemos nada, estamos haciendo muchísimo. Las que cada día cantan una canción y la mandan a los grupos de Whatsapp, los que salimos a aplaudir cada día a la ventana, los que se lo toman con humor pero con responsabilidad y solidaridad, incluso los que a veces claudicamos y lloramos o nos desesperamos porque nos tira mucho la pellica. Estamos moínos y tenemos azogue, y eso los del fuera del pueblo no lo pueden explicar tan alto y tan claro.
Este bicho que nos ha separado nos va a acercar más que nunca, pero a ver si acaba de una vez que como dice mi hijo: «mamá, en cuanto se vaya el virus ¡pum! nos vamos a Tomelloso»
Ánimo.
Nazareth Rodrigañez Arroyo