En la era post-confinamiento, cuando aún esta pandemia no ha terminado, aunque no lo parezca, los rebrotes son una de las mayores preocupaciones de una sociedad con temor a perder, de nuevo, la ansiada libertad de movimiento.
Pero no vengo a hablar de una posible vuelta al confinamiento, tema ya sobreexplotado en televisión, redes sociales, corrillos en calles, etc.
Entre la multitud de brotes que estamos viviendo, me gustaría incidir en los producidos en empresas hortofrutícolas. Algunos medios de comunicación y una parte de la sociedad están intentando criminalizar a las personas (importante, personas) que trabajan en estas empresas. Se han llegado a escuchar barbaridades tales como “no realizarles pruebas PCR”, o “negarles la asistencia sanitaria”. Es cuestión y obligación de la sociedad defender la sanidad pública y universal, también estas personas tienen derecho a recibir una sanidad de calidad, también ellas y ellos aportan vía impuestos con el consumo y las contribuciones a la seguridad social. Porque a ningún empresario se le pasará por la cabeza que trabajen sin contrato, ¿Verdad?
Se les culpabiliza de los brotes, a mi parecer de forma injusta. Viven en unas condiciones de habitabilidad pésimas, cierto. Pero, ¿de quién es la culpa? De verdad alguien piensa que estas personas quieren vivir afinadas en naves abandonadas o en casas sin agua o luz. Siento decirles a aquellas personas que así piensan, que no. Que no quieren vivir así, pero no los queda otra opción. A nadie se le escapa quienes se encuentran detrás de estas personas. Mafias sin escrúpulos, que se aprovechan de los conflictos y la pobreza extrema en los países de origen. Les prometen una vida mejor a cambio de cantidades ingentes de dinero, de esta manera se aseguran el control sobre ellos. Por ello, cuando lamentablemente se ven episodios de violencia, hemos de plantearnos el por qué.
Un ejemplo: imagínese encontrarse en un país que no es el suyo, un idioma que no controla, debiendo dinero a una mafia que le coacciona y amenaza. Ahora súmele una manipulación por la que piensa que sanitarios, policía, etc… no le ayudan, sino más bien todo lo contrario. ¿Cómo reaccionaría cuando los viese llegar?
Hemos de tener cuidado con según que relatos se nos hacen llegar, siempre con una visión crítica de los mismos y con la capacidad de ponernos en la piel del prójimo.
Si quieren trabajar tienen que aceptar esas condiciones que les imponen los empresarios, además bajo constantes coacciones y amenazas. Al mismo tiempo, los empresarios y mafias de esta forma se ahorran unos cuantos miles de euros que redundan directamente en sus beneficios, ¿Qué más da las condiciones de vida? ¿Qué más da si contraen la COVID-19?
Se les trata como si su vida no valiese nada, como despojos, sin embargo, me gustaría lanzar la siguiente pregunta ¿Qué pasaría si ellos hicieran huelga? O peor, ¿Qué pasaría si ellos no pusieran la mano de obra?
La respuesta ya la pudimos intuir a principio del confinamiento. Faltaba mano de obra para trabajar en el campo, para recoger frutas y hortalizas. Por aquel entonces los empresarios se quejaban de que no se iba a poder recoger toda la cosecha, que habría escasez y subirían precios. En ese momento ningún partido político se negó a la entrada de inmigrantes para realizar estos trabajos, ni siquiera aquellos que defendían furiosamente la expulsión de todos ellos. Hubiera sido una respuesta muy patriótica que aquellos que defendían estas tesis, ofrecieran su trabajo para dar respuesta a la necesidad existente. Tampoco se escuchó nada al respecto.
Por todo ello creo que antes de señalar y culpabilizar de los rebrotes a las personas que nos están dando de comer, debemos analizar y razonar porqué se encuentran en esta situación y quienes son los responsables de tales condiciones.
Una vez más, como sociedad debemos realizar un ejercicio de empatía y reflexión. ¿Esta pandemia nos ha cambiado como sociedad para ser mejores personas?, ¿Ha cambiado algo?, ¿Nos ha cambiado hacia peor?
La respuesta cada vez la tengo más clara.