Vecinos, vecinas, visitantes de Tomelloso, autoridades, Vicepresidente de la Diputación, muchas gracias por asistir, y muchas gracias a la corporación municipal por haber pensado en mí para hacer el saludo oficial y dar el pistoletazo de salida a esta semana grande de nuestro pueblo en honor a la patrona la Virgen de las Viñas.
Espero estar a la altura, no solo de las circunstancias, que ya de por sí son más que respetables, con la plaza nueva y todo -que bien ha dado que hablar en los últimos tiempos, ahora tendremos que hacer más clubs de lectura porque no vamos a tener temas de los que hablar- sino también desearía estar de mis predecesores, los cuales me han puesto el listón muy, muy alto.
Cuando me llamaron pensé que no podía ser, pensé en cuántas personas debían de haber rechazado la oferta antes de llegar a mí, humildemente creo que Tomelloso tiene gente muy válida, en el territorio patrio, y allende los mares, así que el hecho de ser yo la nominada, es un privilegio y un reto grande.
También pensé que ¿por qué yo?, si no vengo de ninguna familia noble, nadie en mi familia más cercana es médico, ni jurista, ni empresario, ni del mundo de las artes… La única persona cercana a mí que tuvo una oportunidad de gloria ferial fue mi abuelo Alfonso que ganó, aquí en esta misma plaza, allá por el año 1948 el premio de 300 pesetas ¡ni más ni menos! a la mejor Mula, Rebeca se llamaba, y mi padre luce, orgulloso, la foto descoloría en mi cocinilla, para deleite de otros familiares y visitantes varios.
Porque sí, yo tengo una cocinilla, porque soy del pueblo y los del pueblo, algunos, bastantes, tenemos cocinilla y eso nos distingue de otros ciudadanos de nuestro vasto país (otra vez, vasto con V, no penséis mal) porque cuando intento explicarles a mis amigos no manchegos eso de la cocinilla no lo entienden, las cocinillas no son el habitáculo en sí, son una institución, en las cocinillas se celebran los hitos de los tomelloseros: bautizos, comuniones, cumpleaños, botellones de mocetes con poca pecunia, se hacen los rosquillos y las hojuelas de Semana Santa, las calderetas pa’ Los Santos, las ansiadas comilonas del último día (¡bendito último día!) de la vendimia. En fin, celebraciones sin par, y sin fin.
Pues nada, que como os comentaba, cuando mi tocaya, nuestra alcaldesa, me escribió y me explicó que me habían elegido para hacer el pregón pensé ¡adiós amigo! pero ¿y de qué les voy a hablar yo? Así que os voy a contar un poco lo que hago, y algunas anécdotas de mi vida con la casa a cuestas.
Para empezar, yo soy filóloga y algunos de vosotros os preguntaréis: ¿y eso qué es? ( mi hermano Antonio, que es muy graciosete, diría: “¿Y eso pa’ qué vale??!”) En fin, que ser filólogo significa que te gustan las palabras, literalmente, o sea que me gusta leer, escribir, y sobre todo, hablar. Hablar en tantas lenguas como me sea posible. Así que yo estudié lenguas extranjeras y luego me dediqué a enseñar español por el mundo
Y ahora entremos en materia: ¿en qué consiste mi trabajo? Pues veréis, yo soy profesora de español, y pensaréis, pos’anda ¿y pà eso hay que estudiar tanto? Pues un poco sí porque hablar un idioma no significa saberlo explicar. Veréis, a veces recibo preguntas del estilo (y esto es un copia y pega -sí, ¡el horror de los profesores!- de preguntas reales y recientes de mis alumnos chinos):
- Profesora Inma, ¿Cuál es la diferencia entre: “aunque nació en China no sabe hablar mandarín” y “aunque naciera en China no sabe hablar mandarín”?
- ¿Por qué no se dice “una águila” y sí “un águila” a pesar de ser femenino?
- ¿“Eso explica que” rige un subjuntivo o un indicativo? “Eso explica que Nadal siempre gane en tierra batida”. ¿Por qué es subjuntivo si Nadal siempre gana, o sea que es un hecho ¿Por qué no decir: “eso explica que Nadal gana siempre en tierra batida”?
No solo tengo que responder preguntas sobre subjuntivo vs. indicativo; imprefecto vs. indefinido; el uso de los artículos o los pronombres personales átonos (¿os suena a chino? A mis alumnos: no), en mis clases también tengo que cantar los verbos irregulares al ritmo de “La cucaracha”, incluso a menudo hasta tengo que visionar decenas de canciones de reguetón para buscar alguna que no tenga contenido subido de tono pero que sea pegadiza para que los chavales aprendan el imperativo.
Bueno, pues ya veis que mi trabajo es a veces bastante divertido. Además de todo esto, soy examinadora oficial de español, es decir, tengo la potestad de asignar a un hablante de Español Lengua2 su nivel. Pues bien, en estos exámenes del Instituto Cervantes, los DELE, (Diploma de Español Lengua Extranjera) aunque no queramos, a veces siempre nos se nos escapa alguna carcajadilla cuando los pobres alumnos te sueltan perlitas como:
- -¿Eres pekinesa?
-No, ya tengo 18 años (Pues menos mal, porque para comprensión auditiva te quedan otros 18 más)
- -El examen va a empezar: ¿quieres que hagamos la entrevista de tú o de usted?
-Sí.
(esta es mi favorita, cuando los alumnos no entienden algo y dicen a todo que sí)
Bueno, dejemos de reírnos de mis pobre niños que bastante hacen, que como se pongan ellos a reírse de mi chino…me va a abultar.
Y ahora podréis preguntar: ¿Y cómo llega la chica de Antonio el panadero y la Juliana hasta China, nà menos?
Pues yo siempre he sido muy de querer enterarme de tó, un poco licinciá, como decimos por estos lares, así que cuando escuchaba Bonny M a todo trapo en el cassette viejo de mi madre en mi residencia de vacaciones veraniegas (o sea, la casa de mi abuela en los anchurones de Domeq a ver si os habéis creído que con el sueldo de un panadero se puede uno permitir comprarse un chalet en el poli) pues eso, que cuando cantábamos a pulmón abierto eso de Ma ma ma ma mabeka nananananá pues yo quería saber qué estaba diciendo.
Total que desde muy peque me ha gustado canturrear en español y otras lenguas. Cuando tenía 8 años, mi madre me apuntó al conservatorio y aunque para el solfeo no era muy diestra, a pesar del cariño y la paciencia de Marieli, mi clase favorita -de lejos- era coral. Allí aprendimos canciones en latín, en shuahili y hasta ¡en euskera! Comprendí que eso era lo mío.
En mi colegio, El Carmelo Cortés -o el caramelo cortao, como nos llamaban los de Los Padres, siempre en guerra con nosotros, separados por el muro de las lamentaciones entre los dos colegios- pues en el Carmelo Cortés me gustaba lengua castellana, ¿y a quién no si tenía como maestro al mismísimo Don Julio Pérez, ¡el creador del diccionario tomellosero!? Don Julio fue el primero en descubrirme a Pavón allá por sexto o séptimo de la EGB. Nos leyó el cuento de Las Sandías y me hechizó, tan de campo y tan de pueblo como siempre he sido. Una de las cosas más fabulosas de leer a Pavón, en tanto que tomellosera, es que es como leer tus propias reflexiones, porque Pavón es un escritor muy progresista en su pensamiento, pero muy accesible en su forma de contar las cosas. Leer las historias de Plinio, pero también las de los cuentos, es leer historia de Tomelloso y no hay nada más que nos guste a los que somos de aquí que ver que alguien nombra a Tomelloso, ya sea en un libro, en una película o en los programas de José Mota.
En el colegio también me gustaba mucho historia porque teníamos un profesor fetén, Don Miguel García Vegazo que, a los pocos que lo escuchábamos, porque en mi clase abundaban los bacinetes que siempre estaban armando la fiesta, nos abrió los ojos al mundo. Pero lo que más me gustó de todo fue la clase de inglés de 6º de la EGB, teníamos a una maestra interina nueva, jovencísima, Doña Maribel, que nos enseñó fotos que tenía ella en Inglaterra y pensé:
-Ah , pues ahí quiero ir yo.
Como siempre he sido un poco la “empollona” de mi clase yo en vez de irme a los recreativos de la calle el Charco, o los de la calle San Roque cuando ya era más moceta (que buena envidia me daban, no os voy a engañar, las pocas veces que iba los saboreaba bien), me quedaba en casa y mi madre me decía:
– ¡A estudiar! que como no saques buenas notas te llevo a las ajeras.
Para mí la palabra “las ajeras” era como el lobo feroz, no sé qué había ahí, me imaginaba algo así como una cueva con ajos, ¿qué sé yo? pero me apabullaba (que seguro que no era para tanto, el año pasado aquí en la plaza hizo el pregón la hija de las ajeras, y ya visteis ¡qué currículo tenía! Así que yo me preguntó: ¿con qué la presionarían a ella para que estudiase?).
Pues eso, que como yo no era tanto de salir, me dediqué a estudiar, porque algo había que hacer, menos mal que en aquellos tiempos no teníamos ni Whatsapp, ni Facebook, ni Instagram. El Whatsapp era mi vecina Isabel en la calle Triunfo del Ave María gritando a mediodía “¡Migueliiiiiiiín! ¡A comeeeeeeeer!” y el Facebook eran los corros de abuelas tomando el fresco en las portás de las casas en verano -esas sí que estaban a la última de todo, y sin necesidad de Twitter.
En los veranos no tenía tarea, aparte de los cuadernillos de Vacaciones Santillana, que me encantaban, pero la Juli y el panadero me tenían atada en corto, no iba a estar callejeando, ¡no! así que mi madre, que aunque me amedrentaba con lo de coser, no le ponía reparos a bordar, me llevó al taller de Marieta en la calle San Lorenzo, que me pasé allí cinco veranos como cinco océanos de largos. Echábamos tantas horas bordando que si nos las hubiesen convalidado en la Universidad tendríamos todas un doctorado, como mínimo.
Cuando Marieta echó el cierre y nos quedamos huérfanas de mantelerías, bolsas de pan, tú-y-yós, toallas y demás puntos de cruz, empezaron los veranos de verdad, los de la libertad, los de pasarse el día en la piscina olímpica, los de agotar la noche en la plaza comiéndonos los polos de limón de la Elodia, que son los mejores del mundo -y creedme, que he visto mucho mundo.
Luego en el instituto, en el Eladio Cabañero, tuve mucha suerte, para empezar, no sufrí ni una sola novatada, me protegía mi guardaespaldas particular, mi prima Alicia Gómez, que le ponía las peras al cuarto a quien se pasase de listo ¡Menos mal! En mi primer año se me atragantó Física y Química y mi madre sacó la barita mágica de “¡¡LAS AJERAS!!” y fue mano de santo, me aprendí la tabla periódica como si fuese el padre nuestro, oye.
Los años de instituto fueron buenos, recuerdo con mucho cariño a todos esos profesores que me inculcaron el amor por las letras y por la enseñanza. Recuerdo a Pilar “la paulona” que siempre nos explicaba todo de forma tan campechana, tan fácil, por fin me gustaron las matemáticas, todo nos los contaba con alusiones a salchichas, chorizos , jamones… ¡Que nos entraba un hambre! ¡ay Pilar! Lo bien que me lo pasaba pero mira… ¡ahora soy vegetariana!
También estaba Carmen Millán, con las sesiones maratonianas de diapositivas en Hª del arte y su mítico: “A Belén pastores…” siempre que nos distraíamos. Pedro Losa el temido, que con su rigidez nos enseñó innumerables trucos sobre la lengua española, incluso a día de hoy repito como un papagayo en mis clases de español cosas que aprendí en las suyas.
En Historia de España tuve a Francisco Navarro cuyo: ¿Alguna pregunta, alguna duda, algún comentario? al final de cada sesión, he hecho mío.
Pero sin duda alguna mi maestro, el que más me impactó y me inspiró fue Fernando Ruiz de Osma, el profe de griego, con sus historias de los dioses, su anécdotas literarias, con sus comentarios ingeniosos sobre la actualidad social, con su pasión por la educación y su cercanía con los alumnos.
Siempre que alguien me agradece mi labor, pienso en cuánto le agradezco yo a estos profesores míos la suya.
Y bueno, luego vino la carrera y me fui a “la gran urbe”, a Ciudad Real, donde me di cuenta de mi tomelloseidad, y sí, me acabo de inventar una palabra. En Ciudad Real fui consciente por primera vez de nuestra idiosincrasia tomellosera, cuando por primera vez le dije a una compañera de Puertollano que era mu vitanguera y no me entendió. O cuando calificaba algo de candorro, o cuando algo me daba recochura o cuando algo me daba asuras, porque a ver ¿Cómo se expresa eso en español estándar? …. Y la gente me decía: “ya estás con tus tomellosadas” y yo les respondía “eso es la envidia que tenéis vosotros!”
Y pasaron los años y cada vez me fui más lejos: Irlanda, Escocia, EEUU, Francia, Filipinas…pero siempre he vuelto en verano y he sido testigo de los cambios que nuestra ciudad ha sufrido, sobre todo en los primeros 2000, con el boom del ladrillo, que cada período de vacaciones al llegar a la estación de autobuses y venir arrastrando la maleta por la calle Socuéllamos era un no-parar de ver casas nuevas, flamantes tiendas y negocios, grúas por doquier adornando el skyline tomellosero, ¡que había más grúas que malvecinos! Y en contraste, el final de la década de los 2000, con la crisis, cuando tras mucho viajar decidí volver para hacer un parón y la mitad de mis amigos de siempre se habían ido o se habían casado, que es parecido, (no me digas que no, María Teresa, que ya no nos vamos de festivales nunca). Por aquellos años, 2010/2011, la gente joven se estaba yendo y parecía que Tomelloso se vaciaba, pero no, Tomelloso resiste por su natural carácter emprendedor e incansable. Tomelloso siempre se reinventa, para asombro de nuestros vecinos manchegos, y para asombro nuestro. Este pueblo nuestro sabe cómo vencer a las adversidades, y por eso somos una referencia de riqueza económica, cultural y social, no sólo en CLM, sino en toda España, que allá donde vayas siempre hay alguien que conozca a alguien de Tomelloso o haya estado aquí.
Pues en Tomelloso estuve 2 años en los que me encantó volver a poder comer el pan TAN rico (y ahora ¡tan añorado!) de la Cubeta, el queso de la cooperativa del despacho de Baños, para tomarme mis menta poleos en el Cafetín, para irme a andar a la ruta del colesterol por las mañanas detrás del patronato etc. No obstante, tras 2 años me entró el gusanillo y me fui a EEUU otra vez, a Boston, que es un lugar espectacular, bonito, culto, verde, pero donde lo que más echaba de menos es la cultura social y de bares de España, y sobre todo del pueblo, que tenemos más bares por metro cuadrado que ningún sitio del mundo. En Tomelloso siempre puedes ir a dar un paseo y encontrar gente que conozcas, aquí sales a la calle y eres parte de una comunidad que te ha visto crecer y conoce tus raíces. Como dice García Pavón a través del personaje de Plinio en su libro Las Hermanas Coloradas:
En los pueblos puedes enterarte en un rato de la biografía completa de casa sujeto (…) Allí la vida de cada de persona es como una novela que vas abultando cada día con las noticias que él mismo te da o los próximos te allegan. Allí, te sientas en la terraza del San Fernando, y apenas pasa un individuo la cabeza rebina toda su historia, sus dichas y desdichas, sus cojeras y demasías, sus cuernos y sus muertos, sus ganancias y pedriscos (…) y si me apuras, hasta recuerdas dónde tienen el nicho, en qué lonja compran y qué barbero le rasca la cureña cada sábado.
Pues sí, yo me fui de nuevo pero sigo echando de menos esta calidez del pueblo, esta cercanía que solo los pueblos te dan, porque por mucho que seamos ciudad, somos un pueblo.
Os voy a contar una anécdota. Cuando estaba en Suecia trabajando para la Comisión Europea, ganaba muy pocos cuartos, como decimos aquí, así que vivía con bastantes estrecheces. Mi jefe en aquel momento tuvo la idea de llamar a un amigo periodista, que se hizo eco de mi situación, y escribió un artículo en el periódico local denunciando el hecho de que en el punto limpio de aquel pueblo, Varberg, se almacenasen electrodomésticos, muebles, incluso bicis y que no se pudiesen reutilizar. En la foto salía yo, lastimera, pidiendo que me dejasen comprar esas cosas, pidiendo darle vida útil -más allá de la muerte por cambio de modas- a artefactos perfectamente usables que se morían de risa en una especie de cementerio del despilfarro de la clase media europea.
Total, que el artículo se publicó y me hice famosa en el pueblo aquel, de modo que de la noche a la mañana me hice famosilla y la gente me trajo de todo para amueblar mi desolada casita sueca: una televisión, un dvd, un teléfono último modelo, lámparas, ropa etc. Me colmaron de ofrendas y la gente me conoció porque era un pueblo, más o menos como Tomelloso. Esto solo es posible en lugares así, en los pueblos nos conocemos y nos ayudamos y Tomelloso es un pueblo generoso.
Mirad si es generoso Tomelloso que muchas veces, cuando veo a los millonetis de mis alumnos chinos con ropa que vale más que mi sueldo mensual, o cuyos padres llevan coches deportivos que podría comprar ni aunque vendiese mi padre todas las viñas de Escarramán, cuando los veo tan chuleras pienso:
-¡Madre mía! cuando éramos pequeños y pedíamos por la calles con las huchas del dómun para los chinitos pobres ¡sí que nos cundió! míralos ahora, que nadan en billetes, se ve que las recaudaciones surtieron efecto! A ver cuándo empiezan ellos a recaudar para nosotros!
Pues nada, con esto voy a ir terminando, que como decía alguien por ahí en plan socarrón:
-Va a haber que ir acostándose, que esta gente se querrá ir.
No quisiera despedirme sin leer un trocito de ese cuento de la colección de “Cuentos Republicanos” de nuestro ilustre Gª Pavón que mi maestro de lengua castellana me leyó hace muchos años y que ahora yo les leo cada año a mis alumnos, los futuros diplomáticos chinos.
LAS SANDÍAS (extracto de “Las Sandías” recogido en la colección “Cuentos Republicanos”. Fco. Gª Pavón 1961)
Pues eso es todo. Os deseo unas fiestas divertidas y saludables, en compañía de los vuestros. Espero que no os manchéis comiendo chocolate con churros, que no os dé ardor el pollo asado, que saquéis muchos regalos en la Tómbola, que no os mareéis en el Látigo, que nos os gastéis demasiado en “Los cacharros”, que no os quedéis afónicos en el homenaje a Coldplay, que no os hagan rozadura los zapatos en la cena de Gala y sobre todo, que sigáis siendo tan amables y campechanos y que os lo paséis muy bien
Muchas gracias por haberme escuchado.
Para los que tenéis ganar de aprender chino: 节日快乐! (Jiérì kuàilè) ¡Felices Fiestas!