Este viernes 1 de noviembre celebramos el Día de Todos los Santos, una de las festividades religiosas más señaladas en el calendario manchego. En estas fechas es tradicional asistir a los cementerios para visitar las tumbas de los seres queridos que han fallecido. En muchos casos, se acude con unos días de antelación para arreglarlas, de forma que a principios de noviembre estén en perfecto estado. Los días 1 y 2 se engalanan con flores y se reza por los que ya se han ido. Los claveles, las margaritas y las rosas son las flores más vendidas en las floristerías de Castilla-La Mancha con motivo de esta celebración.
Y aunque no solemos pararnos a reflexionar sobre el origen de esta festividad religiosa, fue el Papa Gregorio III, que ejerció su pontificado entre los años 731-741, quien fijó el aniversario de una capilla que destinó a Todos Los Santos en la Basílica de San Pedro. Algunos académicos señalan que fue su respuesta a la fiesta del Año Nuevo Celta (Samhain). Aunque fue el papa Gregorio IV, pontífice en el siglo IX, el que generalizó esta celebración en la Iglesia Católica.
El hecho es que no es casualidad que el Día de Todos Los Santos se celebre un día antes de la festividad de los difuntos, o “Día de Muertos”, como se conoce en México. La Iglesia Católica quiso de alguna forma hacer que los feligreses estuvieran comulgados el día 1 de noviembre y que el día 2 de noviembre Todos Los Santos fueran venerados.
El Día de Todos Los Santos es, por tanto, una tradición que arraigó en España en la Reconquista (siglo XV), y que fue llevada a Hispanoamérica donde hoy es, sin duda, una de las grandes festividades de aquellas tierras. En Guatemala, donde he viajado hace poco, mis amigos celebran el día venerando a los suyos con una visita también a los cementerios de Huehuetenango, Xela o Antigua, y reuniéndose después en familia para compartir un plato típico de fiambre criollo.
Aunque la celebración parezca similar, el Día de los Difuntos, el 2 de noviembre, oramos por los fieles que fallecieron, y de forma especial por aquellos que están en el purgatorio.
La película animada “Coco”, de 2017, inspirada en la festividad mexicana del Día de Muertos, ha hecho más popular esta celebración, en los últimos años. En esta película, sin duda, muy recomendable, un niño de 12 años es transportado accidentalmente a la Tierra de los Muertos, donde busca la ayuda de su bisabuelo, músico fallecido, para devolverlo a su familia entre los vivos y revertir una estricta prohibición hacia la música que se remonta desde generaciones.
En Tomelloso y Argamasilla
En La Mancha, en estas fechas, la costumbre es visitar los cementerios, que se adecentan por parte de los ayuntamientos, pues, aunque sean de uno u otro color político, todos conocen la relevancia de estas festividades, así como por parte de las esforzadas familias manchegas que limpian y cuidan el mármol de las lápidas.
Hijos y nietos que viven y trabajan fuera, regresan a Tomelloso y Argamasilla cargados de flores artificiales y naturales. Se dan escobazos, se pintan desconchones, se repasan lechadas, se preparan centros de flores, se cambian retratos, se habla con el vecino y, sobre todo, se recuerdan anécdotas de los que se fueron – a mí siempre me hablan de las cosas que hacía mi abuelo Perico y mi abuelo Jareño- y, así, entre lagrimilla y lagrimilla, uno acaba el afán.
Y después de la visita al cementerio, somos muchos los que acudiremos a los puestos del “puñao” en Tomelloso, en busca de castañas y dulces, o a las tiendas de Argamasilla en busca de tortas, buñuelos, huesos de santo… En Tomelloso es tradicional que durante los Santos y los Difuntos se instale un mercadillo de frutos secos. Los puestos se colocan en la plaza del Mercado y las castañas asadas son, sin lugar a dudas, el artículo más reclamado por los tomelloseros en esta época.