El nacionalismo es la peste. Es una obsesión fanática, pseudorreligiosa, que lleva a la exclusión y hasta a la persecución de los no afines. Nacida en el siglo XIX, esta ideología pervive en el siglo XXI en forma de populismo, como describen Orellana y Pérez en The Conversation. En el siglo XX, Hitler y la segunda guerra mundial fueron el peor ejemplo de las dramáticas consecuencias del nacionalismo. Pero “Deutschland über alles” (Alemania sobre todo), la estrofa prohibida del himno alemán, suena parecido al muy actual “America first” de Trump. Y los insultos antiespañoles de Torra (hienas carroñeras y con taras) recuerdan los calificativos antijudíos de Hitler y el régimen nazi.
La nueva ola de nacionalismos o populismos del siglo XXI abarca desde Trump y sus guerras comerciales o Boris Johnson y el Brexit, hasta el independentismo catalán. Se trata de una ola nacionalista que surge de las élites de algunas regiones o países más favorecidos. Sus líderes promueven la idea de que “solos nos irá mejor, este es un país con enormes posibilidades que está siendo maltratado por socios egoístas, y separarse es la única opción de volver a ser grandes”. Como escribe Esteban Hernández en El Confidencial, en el ‘procés’ aparecen argumentos como “Cataluña es un país innovador y cosmopolita, empequeñecido por el atraso español y por la presión fiscal que obliga a repartir ingresos, lo que impide que tenga el gran desarrollo que le esperaría si volara sola”.
Son argumentos propios de la derecha más extrema y no de la izquierda que, por naturaleza, es internacionalista. Prueba de la vinculación entre ultraderecha y nacionalismo es que los independentistas catalanes han recibido el apoyo explícito del ultraderechista Salvini, el socio italiano de Vox. En 1990, el periodista británico-irlandés Erin publicó extractos del Programa de 2000 de Convergència -atribuido a Jordi Pujol- comparándolos con fragmentos del “Mein Kampf” de Hitler. La idea de superioridad moral, el victimismo (la crisis es culpa de los judíos/España nos roba), manipular la prensa, utilizar la escuela para adoctrinar, y colocar sujetos ideológicamente afines en puestos clave, son comunes a ambos regímenes. No es nada nuevo, se trata de élites que manipulan una masa de seguidores para lograr por la fuerza aquello que son incapaces de cambiar de forma convencional.
El nacionalismo perjudica a España de muchas maneras, y también afecta a Ciudad Real. En el campo de la agricultura, por ejemplo, los aranceles a la importación de bienes europeos a Estados Unidos afectarán al sector agroalimentario español y particularmente al castellanomanchego. El Banco de España prevé un impacto de 130 millones de euros a nivel nacional. Es una de las consecuencias de la política proteccionista del nacionalista Trump. Por otro lado, las dudas sobre la nueva PAC surgen en buena medida de la pérdida de capacidad económica en la UE como consecuencia del Brexit que promueve el nacionalista Johnson. Si el Brexit se produjese sin acuerdo, tendría además nuevas consecuencias para las exportaciones españolas de productos agrarios y alimentarios.
Pero el nacionalismo tiene muchos otros efectos adversos. Dentro de nuestro país, los nacionalismos catalán y vasco afectan a la economía y crean desigualdades entre regiones. El cupo vasco, por ejemplo, garantiza a esa región una financiación privilegiada que le permite asegurar una mejor calidad de vida a sus ciudadanos. Esto ocurre, lógicamente, a costa de una menor financiación de las demás regiones. Más allá de la desigualdad, la propia existencia de las reclamaciones nacionalistas afecta a nuestra imagen exterior, al turismo o a la atracción de empresas. Cataluña ha perdido 4000 empresas desde el 1-O, y no lleva camino de mejorar. De acuerdo con información del BBVA publicada en La Vanguardia, entre el 2014 y el 2017, Cataluña creció dos décimas anuales más que Madrid. Desde 2018 en cambio, la tendencia se invierte. Cataluña consiguió un aumento del PIB del 2,3% frente a un 3,7% de la comunidad de Madrid, y se prevé que esa situación se mantenga en 2019 y 2020. Eso a nivel regional, pero si la incertidumbre política debida a las tensiones en Cataluña se alargase en el tiempo, en plena desaceleración económica, terminaría afectando al conjunto de la economía española.
No es fácil luchar contra el monstruo del nacionalismo, y menos aún en tiempos de crisis. Hitler ascendió durante la crisis de entreguerras, y el nacionalismo catalán, aunque viene de largo, pasó a una forma mucho más virulenta con la reciente crisis económica. El principal remedio frente a este virus que produce desigualdad es, precisamente, buscar la igualdad. Por ejemplo, la igualdad entre regiones, sin “cuponazos” ni privilegios: los territorios no pagan impuestos, son las personas y las empresas quienes los pagan. O la igualdad en educación, impidiendo el adoctrinamiento y actuando así sobre una de las principales raíces del problema. O una ley electoral que no favorezca los regionalismos, que no otorgue a los independentistas el papel de árbitro de la política nacional. Finalmente, convendrá recuperar competencias estratégicas (sanidad, policía, medios públicos de comunicación…) para asegurar la eficacia del tratamiento. Todo lo que sea necesario para evitar que el nacionalismo ponga en riesgo nuestra mayor riqueza: la convivencia entre españoles libres e iguales.