Tal vez imbuidos por el espíritu navideño, andan estos días los miembros del Gobierno de Castilla-La Mancha evocando el consenso con un entusiasmo francamente insólito. Una los escucha y cree estar oyendo al mismísimo Adolfo Suárez cuando se felicitan por haber logrado consolidar un amplio espacio de entendimiento en torno a todos los grandes asuntos de nuestra región, lo cual implicaría no solo el poso de gran estadista autonómico de García-Page sino también y sobre todo una infinita generosidad habida cuenta de la rotunda mayoría absoluta obtenida el pasado 26 de mayo. La pena es que sea toda una farsa, claro.
Hace unos días salió adelante el Proyecto de Ley de Presupuestos para el año 2020 con el voto a favor del PSOE y el voto en contra de Ciudadanos y del PP. El consenso se limitó, por tanto, a que todos los diputados socialistas consensuaron votar afirmativamente. Y puedo asegurar que por parte de Ciudadanos sí existía de verdad la voluntad de no oponernos a los Presupuestos -más allá de que la mayoría absoluta del PSOE asegurara su aprobación, en cualquier caso- precisamente en aras del consenso y, más aún, de mejorar notablemente la propuesta inicial.
Desde Ciudadanos propusimos avanzar en la gratuidad de la Educación de cero a tres años, una estrategia de dinamización del comercio local, un plan de revalorización de los polígonos industriales, un plan estratégico del olivar tradicional y la creación de una comisión regional de competencia para luchar contra el fraude en los productos agroalimentarios. También planteamos incluir en el Presupuesto ayudas a los ayuntamientos que colaboren entre sí para luchar contra la ocupación ilegal, una línea específica de apoyo al colectivo LGTBI en el medio rural y varias enmiendas para favorecer la integración laboral de las personas con discapacidad. El PP, por su parte, propuso ayudas para los autónomos, especialmente para las mujeres autónomas, programas de empleo para jóvenes, un plan de reducción de las listas de espera de la sanidad pública y un largo etcétera de medidas. Y tanto desde el PP como desde Ciudadanos hicimos fuerza, lógicamente, para mejorar la dotación para el Hospital de Albacete. El Gobierno del consenso no quiso aceptar ninguna de estas propuestas.
Debería saber el Partido Socialista que no tiene nada de malo practicar el consenso de verdad, más allá de la propaganda. Sin ir más lejos, en Ciudadanos no hemos tenido problema en votar a favor de iniciativas de otros partidos cuando nos han parecido positivas. De hecho, hemos dado nuestro apoyo a enmiendas del propio PSOE en la Comisión para crear un plan de viabilidad financiera de la Junta, elevar del 8 al 10% la reserva de contratos públicos a centros especiales de empleo y para aumentar las dotaciones para la Fundación Sociosanitaria y el Parque Científico y Tecnológico. Así que, como diría el socio preferente, sí se puede.
Con una mayoría absoluta un Gobierno puede hacer una de estas dos cosas: o pasar el rodillo -Page está en su perfecto derecho de gobernar sin contar para nada con los partidos de la oposición- o trabajar, aún sin tener necesidad aritmética, por alcanzar acuerdos entre partidos en las cuestiones más importantes. Lo que no se puede hacer es presumir de una cosa mientras se hace la contraria. Y lo cierto y comprobable es que el presidente predica el consenso a bordo de una apisonadora.
Ocurre con frecuencia que a García-Page le cuesta corroborar con hechos sus palabras. Si lo juzgáramos solo por las cosas que dice estaríamos ante una mezcla de Churchill, Kennedy y El Cid Campeador. Pero lamentablemente tiene la costumbre de amagar y no tirar. Y lo digo con sincera pena porque, mucho más allá de los intereses legítimos que cada partido tenga en la mutua pugna, lo cierto es que España necesita líderes que promuevan de verdad y no solo de boquilla espacios de entendimiento en el marco de la Constitución, empezando por la configuración de una mayoría estable para el nuevo Gobierno de la Nación.
En este sentido, García-Page ha querido marcar un perfil de barón disidente dentro del PSOE en relación con las negociaciones de su jefe, Pedro Sánchez, con los populistas de Podemos y con los separatistas de Esquerra Republicana. Pero las buenas palabras de Page quedarán en pellizcos de monja -y ojalá me equivoque- cuando, llegado el momento, los diputados del PSOE de Castilla-La Mancha en el Congreso voten a favor de la mayoría extremista e independentista que Sánchez y su rasputín Iván Redondo hayan conseguido amalgamar Dios sabe a cambio de qué. El desmarque de la deriva sanchista hay que demostrarlo, como la voluntad de consenso en la región, con hechos.
No digo todo esto con ánimo de crítica, sino todo lo contrario. Sé que el presidente de Castilla-La Mancha está comprometido tanto como el que más con los valores de la Constitución y que defiende por derecho la igualdad de todos los españoles. Pero en coherencia con sus declaraciones de las últimas semanas y obligado por la emergencia de la situación, debería mediar seriamente en su condición de importante barón socialista para que Sánchez enderece el rumbo, que a tiempo está. La vía de los 221 escaños que suman los tres partidos constitucionalistas es, sin duda, la mejor para Castilla-La Mancha y para el conjunto de España. Puedo prometer y prometo que si García-Page actúa con valentía -no hablar, actuar-, no caminará solo.