Elegir nunca es fácil. Elegir significa tomar una decisión y comprometerse con una opción sabiendo que, generalmente, la mejor alternativa habría sido la síntesis perfecta entre dos posibilidades. Pero esa alternativa ideal, en el mundo real, no suele darse. En política tampoco. No hay fórmulas mágicas ni bálsamos de fierabrás. La mayoría de las veces hay que aceptar que, para conseguir un objetivo mayor, hay que asumir los efectos secundarios de nuestras decisiones y aprender a surfear las contradicciones. Ciertamente, no es sencillo. Pero si no nos gustaran los retos no estaríamos en Podemos.
Por supuesto, existen las «almas bellas» y los «puros de espíritu» que, porque pueden permitírselo, prefieren mantenerse en una cómoda posición de superioridad moral antes que arriesgarse a equivocarse y mancharse intentando cambiar las cosas. Nada nuevo. En política siempre han existido profetas de un mundo ideal que prometen una futura sociedad feliz, pero que, en el día a día, lo único que demuestran es resignación e impotencia ante la realidad. Estos salvadores, no elegidos por nadie, se suelen instalar en el «no» preventivo y prefieren asentarse cómodamente en la oposición permanente, sin más objetivos que señalar los defectos de ajenos y el cultivo de la autocomplacencia personal.
Frente a esa pose de derrotismo estético, nosotras siempre hemos defendido el activismo ético. Nuestra elección es clara: mejor arriesgarse a equivocarse que no intentarlo por miedo. Seguramente es el camino más difícil. Posiblemente hemos elegido lo más complicado, pero intentarlo es, creemos, nuestra obligación política y moral. Porque hemos decidido comprometernos con la gente de nuestra tierra, estamos obligados a intentar cambiar las cosas por todos los medios a nuestro alcance. Es una cuestión de principios y valores. Ya lo decíamos, más bien lo gritábamos, en las plazas: ¡sí se puede! Esa consigna era un antídoto contra la pasividad, contra quienes se conforman con ser testigos mudos del desastre o se regocijan en el papel de «pitufo gruñón». Pero nosotras no vinimos a la política para permanecer inmóviles, quejándonos en la oposición; vinimos a gobernar para cambiar las cosas. Y en eso estamos.
Claro que no es sencillo. Para gobernar hay que ganar, y para ganar hay que crecer, y para crecer hay que sumar. Tres movimientos unidos; sumar, crecer y ganar. Todos ellos con el objetivo último de gobernar para cambiar las cosas. Y es que esta claro, hemos elegido el camino más difícil, pero también el único que realmente merece la pena: el que de verdad cambia las cosas.
Porque seguimos creyendo en lo mismo, porque seguimos creyendo que ¡sí se puede!
María Díaz, candidata por Albacete en la candidatura Podemos Gobernar CLM con José García Molina