Cesar Arévalo ha regresado hace unos días a Ciudad Real, su ciudad, donde están sus orígenes y donde reside su familia. Viene con la intención de celebrar las fiestas de Navidad y descansar de su última misión para Médicos sin Fronteras en la Republica Democrática del Congo, experiencia de la que destaca que ha sentido que ha ayudado a los demás «a tener una vida mejor».
Esta es la tercera ocasión que colabora con la ONG, desde que en 2015 decidiera hacer las maletas y poner sus conocimientos como ingeniero industrial al servicio de los demás. Una decisión que, en un primer momento, le causó el miedo de no ser capaz de poder aportar todo lo que sabía en este tipo de situaciones, en el que el trabajo es muy exigente. Pero tras dos años y tres misiones, su balance es que se trata de una experiencia «muy enriquecedora, aprendes mucho de otras culturas y de cómo superar los problemas».
«También sientes que tu trabajo como ingeniero es útil, sientes que estás haciendo algo, no por generar beneficios económicos, sino por ayudar a los demás a tener una vida mejor».
Aunque fue hace un par de años cuando decidió salir de su ciudad natal, ha tenido relación con el trabajo humanitario desde que a los 18 años se hiciera socio, junto a sus padres, en una campaña de captación de la entidad para la que ahora trabaja. «Siempre me había llamado la atención este tipo de labor, por eso mis padres me acompañaron un día a una feria solidaria que había en la Plaza Mayor, ellos son los que llevan peor mis ausencias, pero entienden mi vocación».
Su primera misión fue en Matili, en Republica Democrática del Congo, como responsable de logística y donde su trabajo, entre otros, consistió en la construcción de una sala de espera para el centro médico de atención primaria en el proyecto de Shabunda-Matili, Sud Kivu. Su segunda misión fue en Guinea Bissau, también como responsable de logística. En esa ocasión, trabajó en un proyecto de pediatría, donde, entre otras actividades, se habilitaron infraestructuras para el tratamiento de la malaria y se mejoraron las ya existentes.
En su tercera experiencia, Cesar Arévalo volvió a la Republica Democrática del Gongo, esta vez como responsable de la logística a nivel de proyecto en Kalehe, en concreto desde su departamento han estado apoyando a un hospital y tres centros de salud de atención primaria situados en lugares más remotos, en los que se tratan enfermedades como la malaria y se hacen seguimientos de malnutrición.
Construcción de letrinas, sistemas de evacuación de aguas, construir edificios para dar servicios médicos o la instalación de frigoríficos solares para poder conservar las vacunas o medicamentos que necesitan frío, son algunas de las tareas a las que ha dedicado su tiempo en el Congo. Y es que la finalidad del trabajo de este ciudadrealeño dentro de su departamento es ayudar a aumentar la calidad de los recursos con los que cuentan los médicos permitiendo así a que puedan reducir la mortalidad.
«Todo esto tiene un impacto para la salud, que es en definitiva para lo que trabajo, para ayudar al departamento médico, y que estos puedan mantener un nivel de salud aceptable. Son pequeñas cosas, pero que pueden marcar la diferencia».
Arévalo confiesa que la forma de desarrollar su trabajo es muy diferente a si lo desarrollase en nuestro país, «obviamente los medios con los que se cuentan son reducidos», pero destaca la motivación y el vinculo especial creado entre todos los que han trabajado con él durante este tiempo. Pone como ejemplo la construcción de una unidad de tratamiento de cólera fuera del hospital para evitar el contagio, una enfermedad que ha afectado duramente a la República Democrática del Congo en los últimos tiempos.
Es un trabajo que hay que ejecutar rápidamente y de manera continuada, concretamente fueron tres días seguidos en los que se hacen lazos de unión muy fuertes con los compañeros, la mayoría originarios del país. «La construcción de este centro me ha marcado mucho, porque he visto que cuando se quiere se puede, que algo que parece imposible, si le pones energía e ilusión se consigue. Además tuvo una repercusión muy positiva, porque se evitó que hubiera alguna muerte por esta causa en la población en la que trabajamos e instalamos el centro de tratamiento de cólera. Que pudiéramos trata la enfermedad fuera del centro hospitalario creo que tuvo un gran impacto para parar la epidemia».
Acaba de llegar de su misión y ya está esperando a que le asignen otra que encaje con su perfil, prevé que para febrero pueda iniciar una nueva aventura. Anima a aquellos que sienten la inquietud que él sintió hace dos años: «Si tiene ilusión, quiere aprender y dedicarse al trabajo de ayuda humanitaria, que lo no dude. Creo que es un trabajo que se necesita, por desgracia y el impacto de lo que van a hacer es impresionante. Es muy enriquecedor y del que aprendes muchísimo».