Pasan los años, muchas personas en el mundo se afanan por luchar contra la pobreza; la ONU y distintas organizaciones humanitarias dedican tiempo y dinero a paliarla pero lo cierto es que mil millones de personas siguen viviendo en la pobreza extrema y ochocientos millones padecen hambre y malnutrición hoy en pleno siglo XXI para sonrojo y vergüenza del género humano.
Es posible que alguien al leer estas líneas pueda pensar: ya están un año más los de siempre, dándonos con la badila, poniéndonos malos cuerpos para nada, porque lo del hambre en el mundo no tiene solución. La respuesta podría ser: ¿Y si fueras tú uno de esos mil millones, pensarías lo mismo? La pobreza es hoy una asignatura de primer curso que la sociedad tiene aún pendiente de aprobar. Una realidad vergonzante a la que inconfesables intereses económicos de magnitudes inimaginables no quieren poner fin.
La pobreza no consiste en carecer de ingresos suficientes, sino también carecer de los servicios y comodidades que disfrutamos los habitantes de las sociedades desarrolladas; falta de servicios de salud, de acceso a la cultura y abuso de los derechos fundamentales inherentes a todo ser humano. Una situación que afecta a uno de cada seis habitantes del planeta.
La pregunta que surge en las mentes de todas aquellas personas interesadas y comprometidas con este gravísimo problema resulta bastante obvia: ¿Porque sucede esto? ¿Porque sigue sucediendo esto?
“Existen múltiples causas. Una de las más graves es la crisis de valores, en la que los dirigentes políticos demuestran constantemente su irresponsabilidad y su falta de voluntad por cambiar las cosas. Es especialmente lamentable el papel que están jugando con su política de no-acogida de las personas migrantes y de las solicitantes de refugio o asilo” dice el informe 2016 de las Naciones Unidas.
Nosotros a nivel individual poco podemos hacer para que la pobreza desaparezca. Son los líderes políticos los que sí tienen en su mano acabar con esta lacra. Pero quizá no sean los únicos, ni más importantes. Existe en nuestro planeta todo un mundo de intereses que se mueven por encima de las nubes; movimientos económicos entre personas que nadie conoce y que son los que realmente están impidiendo que el reparto de la riqueza sea algo real.
De otra parte existen muchas pobrezas, pero quizá la más preocupante sea la pobreza moral. No podemos olvidar que la solución a la pobreza material no vendrá dada únicamente desde ella misma sino de una conversión en los valores morales. Unos valores que, seamos claros, muy pocos aprecian hoy
entre la ciudadanía.
“En este Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, escuchemos y prestemos atención a las voces de las personas que viven en la pobreza. Comprometámonos a respetar y defender los derechos humanos de todas las personas y a poner fin a la humillación y la exclusión social que las personas que viven en la pobreza enfrentan cada día promoviendo su participación en las iniciativas mundiales dirigidas a poner fin a la pobreza extrema de una vez por todas. La pobreza es a la vez causa y consecuencia de la marginación y la exclusión social. Para cumplir la promesa de la Agenda 2030 de asegurar que nadie se quede atrás debemos hacer frente a la humillación y la exclusión de las personas que viven en la pobreza”.
Toda una declaración de intenciones preconizada desde la ONU, que lamentablemente no se materializa en hechos, al menos con la efectividad requerida y deseada. Desgraciadamente una quinta parte de la humanidad sigue quedándose atrás, muy atrás…demasiado atrás, tan atrás que la dejamos de divisar con los ojos de la fraternidad.
Yo denuncio en estas líneas la falta de solidaridad entre hermanos de la misma especie. Esta es la revolución más necesaria y urgente que los humanos debemos afrontar sin demora. La revolución contra aquellos miserables canallas que en la sombra de sus grandes mansiones, consienten y hacen de la pobreza suculentos e infames negocios.
Fermín Gassol Peco
Director Cáritas Diocesana de Ciudad Real