La Iglesia celebra en la Festividad del Corpus Christi el día de la Caridad. Este año la Comisión Episcopal de Pastoral Social ha lanzado su habitual mensaje en esta fecha tan importante para la comunidad cristiana, donde identifica la Eucaristía como el sacramento de la compasión de Dios en el marco del Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
“Frente al descarte, una cultura de la compasión”, proclaman los obispos, que añaden: “En la raíz de toda la vida y actividad de Jesús está su amor compasivo. Se acerca a los que sufren, alivia su dolor, toca a los leprosos, libera a los poseídos por el mal, los rescata de la marginación y los devuelve a la convivencia. Entre los que siguen a Jesús están los desposeídos que no tienen lo necesario para vivir: vagabundos sin techo, mendigos que andan de pueblo en pueblo, jornaleros sin trabajo o con contratos precarios, viudas sin rentas mínimas ni seguros sociales, mujeres obligadas a ejercer la prostitución. Son los excluidos, los vulnerables, los descartados de ayer… y los de hoy”.
En este mensaje, los obispos hacen referencia de manera expresa a Cáritas y la concretan citando al profeta Miqueas (Mi 6,8) “Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente con tu Dios”, recogido en el lema de nuestra campaña institucional “Vive la Caridad, practica la justicia”.
En este segundo año de la campaña el lema es “Practica la Justicia, deja tu Huella”. La justicia como anticipo obligado de la caridad y la caridad como desbordamiento amoroso de la justicia. La justicia supone ante todo amar a nuestro prójimo, a nuestros semejantes, a nuestros hermanos con la misma sensibilidad que empleamos en amarnos a nosotros mismos. Tratar con criterios de fraternidad y no de mera solidaridad a todo ser humano, miembro de una misma familia, hijos de un mismo Padre Dios.
La huella como identificación inequívoca de la persona, pero también como certificación del acto realizado. Y en esta acción, en esta atención es donde tiene cabida la compasión. Compadecerse a decir de S. Pablo es reír con el que ríe y llorar con quien llora. Empatizar vitalmente con la persona y su circunstancia, “vivir en ella”, amarla como ella es. Misericordia y compasión son las expresiones, definen el talante, la delicadeza de la Caridad.
“En la fiesta del Corpus Christi celebramos el amor de Dios que, en el sacramento de la Eucaristía, nos ha revelado la plenitud de su amor compasivo. Con Él nos alimentamos sentándonos a la mesa con los hermanos para hacernos uno comiendo del mismo pan. Con Él nos identificamos haciendo nuestro su proyecto salvador: El proyecto de una cultura de la compasión y de la vida entregada en el servicio”, añaden los obispos.
Es la misma idea que plasma también Francisco cuando hace referencia a la manera de amar al prójimo y en particular a los empobrecidos: “Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe.”
Jesús dejó una profunda huella de su presencia entre nosotros. Pero sobre todo la certificó con permanentes actos de Amor. Tras la Resurrección, nuestros corazones han quedado definitivamente marcados con la huella del Espíritu. Es en la Palabra, en los Sacramentos y en la Caridad, en los empobrecidos, en los últimos, aquellos que son sus preferidos, donde esa huella se mantiene viva y actuante. Pero es en la Eucaristía donde Jesús nos ha dejado su huella más total y única: Su presencia real como compromiso permanente con la humanidad y alimento para la Eternidad. Es lo que celebramos en la festividad del Corpus Christi.
Fermín Gassol Peco
Director Cáritas Diocesana de Ciudad Real