De un tiempo a esta parte el tema del agua está ocupando la atención de la sociedad. Tras las fuertes sequías en décadas pasadas y la incipiente actual, el discurso se ha extendido al carácter finito de este recurso de la naturaleza. Ongs, Fundaciones y, también desde la ONU habiendo incluido entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en Agenda 2030 el agua limpia y el saneamiento, señalan que hay que poner la lupa en este aspecto, en la sociedad occidental por su derroche y fuera de ella por su carencia y mala calidad, que provoca enfermedades, propaga virus e infecciones y ocasiona muertes.
Generalmente, en lo que a agricultura se refiere, el sanbenito de derrochador lo tenía, por goleada, el agricultor. Durante años, hemos estado en el ojo del huracán y, en cierto modo, parece lógico, si pensamos que el 80% del agua que se utiliza en países como el nuestro está destinada al regadío.
Sin embargo, no podemos obviar que regamos para todos, no es por un capricho, sino por una necesidad, es indispensable para nuestra actividad. Así como las empresas dedicadas a fabricar papel –incluso el higiénico- si lo queremos, tienen que usar árboles, nosotros tenemos que utilizar tierra y agua porque si no se riega, en amplias zonas de nuestro país, no crece nada.
Durante el tiempo que ha durado este sanbenito y ahora, en sus últimos coletazos, parece que todos obviamos que ese agua que los agricultores y ganaderos utilizamos para la producción acaba en forma de tomate, café, filetes en nuestras cestas de la compra, en las cañas que pedimos en un bar y en las comidas de los restaurantes.
Porque si atendemos a distintos estudios que se han realizado desde la FAO, cuando nos comemos un filete de ternera, estamos masticando 3.080 litros de agua (si pensamos que el filete son 200 gr), cifra que, aparentemente, es demasiado cuando observamos el filete en el plato, pero debemos preguntarnos, ¿cuánta agua ha consumido el animal del que procede ese trozo de carne? ¿cuánta agua han necesitado los alimentos consumidos por él (cereal, alfalfa, etc) a lo largo de su vida? Entonces, la cifra ya empieza a adquirir sentido.
Y debemos saber que no es sólo lo que comemos, sino cómo vestimos, todo lo que usamos. Podríamos tirar del hilo para calcular la huella hídrica de nuestro día a día, de forma minuciosa e intentar corregir, en la medida de lo posible, el derroche de agua y, de paso, el derroche de alimento.
La tecnología, por fortuna, avanza y, en cuanto a agricultura se refiere, los del sanbenito ya estamos utilizando sistemas de riego más eficientes. Pensemos que, hace unos años, la mayor parte de las actividades agrícolas se realizaban por inundación, hoy día la proporción se ha invertido y cada vez somos más los que hacemos riegos localizados, o lo que, comúnmente, se conoce por goteo.
Es cierto que cada uno debemos asumir nuestra responsabilidad social y medioambiental. También las zonas urbanas deben hacerlo, depurando sus ríos y evitando que sustancias tóxicas que no se detectan fácilmente y otras que son más evidentes, acaben en nuestros platos de una forma u otra.
Nosotros, además, tenemos que movernos en ese tira y afloja de nuestra relación con el agua, la que cae del cielo también ya que de ella depende, en muchos casos, nuestras cosechas. Puede destruirlo todo por exceso o por escasez, como este año en que la sequía está siendo fuerte en distintos territorios del estado, como en Valencia, Cataluña, Castilla La Mancha o Andalucía, entre otros, ocasionando la baja rentabilidad de los cultivos.
No nos olvidemos que nuestro trabajo es beneficioso para la sociedad, porque, aunque emitamos CO2, también, por efecto de la fotosíntesis y el crecimiento de los árboles frutales, los viñedos, almendros, etc, nuestra actividad fija carbono y emite oxígeno.
Invitamos a una reflexión en este Día Mundial del Agua, acerca de nuestra huella hídrica, nosotros también la haremos, intentando hacer un uso eficiente de este recurso preciado, limitado e invisible para muchos.
José Manuel De Las Heras
Coordinador Estatal Unión de Uniones