Una de las citas ineludibles de la Feria, digamos cultural, de Tomelloso es el concierto de la Asociación Promúsica Guillermo González. En esta ocasión con más motivo dado el regreso a nuestra ciudad del soberbio conjunto Tango Quattro. Y como señalamos en el titular, estos cinco músicos se metieron en el bolsillo al público que abarrotó la Glorieta de María Cristina. Horas después no podemos sacarnos de la cabeza las melodías rioplatenses con las que Tango Quattro nos alegró la calurosa noche.
En cuanto al público, fue necesaria la intervención de los servicios municipales —diligente y rápida tras la llamada del concejal de Cultura, presente en la velada—, para proveer de más sillas al veraniego auditorio.
Tango Quattro, a pesar del nombre y el chiste fácil, lo forman cinco miembros. Ezequiel Cortabarría a la flauta, Fabián Carbone, que toca el bandoneón, Mario Soriano al piano, José Luis Ferreyra al contrabajo y Sergio Menen con el violonchelo. La formación —y así quedó demostrado este domingo—es desde hace más de 20 años uno de los mejores embajadores del Tango en el mundo. Pasión, virtuosismo, elegancia, ironía y un repertorio muy cuidado, en el que había más que Piazzolla, con arreglos propios (como aseguraba el programa de mano) propiciaron una velada en la que el respetable disfrutó, y no poco.
Arrancaron nada menos que con La Cumparsita, el tango de Gerardo Matos Rodríguez que cumple un siglo. Después el primero de los números de Piazolla, el Invierno Porteño. Danzarín de Julián Plaza y el tango A fuego lento, de Horacio Salgan nos pusieron en suerte la Milonga del Ángel de Astor Piazzolla. En la conocida y melancólica pieza del marplatense Carbone arrastró el bandoneón hasta lo imposible, hasta el infinito.
Desgraciadamente (nada es eterno) la noche continuaba inexorablemente y el repertorio seguía avanzando. De Ricardo Luis Brignolo ofrecieron Chiqué, la composición más famosa del porteño que Tango Quatro interpretó con desenfado y virtuosismo. A continuación, la seguramente melodía más emblemática de Piazzolla, Oblivion, soberbia. De nuevo Plaza con una milonga (sabemos que en Tomelloso son muy milongueros, dijo Cortabarría, así que invitó a bailar al respetable) Nocturna. Oyendo la pieza recordamos que Borges prefería la milonga, “épica”, frente al tango al que desdeñaba por “sentimental”.
La velada seguía con otro tango clásico, La Yumba, de Osvaldo Pugliese. De nuevo Piazolla con la estremecedora Adiós Nonino. El Adiós de Tango Quattro se nos antojó, tal vez fuese la noche de feria, más tangueado, más canalla, pero —a pesar de ser reiterativos— soberbio. Quejas de Bandoneón, el estupendo tango de Filiberto, al que siguió La Trampera de Troilo antecedieron al conocidísimo Libertango y a la Primavera Porteña, de Astor Piazzolla, últimas piezas del programa.
Una gran ovación del público, como no pudo ser de otra manera, hizo que, de propina, interpretasen el Verano Porteño. La muralla musical de Piazzolla, con la que este domingo, recorrimos las avenidas, callejas y barrios de Buenos Aires gracias a Tango Quattro.