El Brujo regresó este sábado a Tomelloso. Y lo hizo a cara descubierta, enfrentándose al público que llenó el Teatro Municipal solamente con su palabra, sin refugiarse tras ningún trampantojo, ocupando todo el escenario con su sola presencia. Con Misterios del Quijote, Rafael Álvarez, nos dio una lección de filosofía, teología, literatura o rebeldía, pero, sobre todo, de teatro. Nos atrevemos a calificar al propio artista como él hizo con Don Quijote, “el caballero de la palabra”.
Durante dos horas —que se nos pasaron volando, ¡pardiez!— El Brujo busca un Quijote para los que no ha leído la novela de Cervantes (la mayoría) a través de episodios quijotescos, leídos, inventados, soñados o contados por su padre. Un Quijote culto y otro popular. Así, asume al personaje desde la metáfora, el sueño y, sobre todo, la palabra. El Quijote, para Álvarez, es todo lo humano, aún más, es la salvación del hombre, es un héroe cristológico y propiciatorio con la misericordia (y la palabra, insistimos), como únicas armas.
El Brujo relata episodios de la novela de Cervantes (inspirada en un héroe morisco, dijo). Los galeotes, la venta donde fue armado caballero, donde llama a las mozas de partida Doña; Sierra Morena o la lucha contra los odres de vino. Por otra parte, y ya que estaba en La Mancha por primera vez con esta obra reconoció a Argamasilla como el lugar del Quijote.
Nos trae el Siglo de Oro, pero el Brujo/Quijote también es actual y, como hiciere Cervantes, no deja títere con cabeza, metiéndose con tirios y troyanos (o con tirios o con troyanos, dependiendo del color del cristal con que se mire), especialmente con los responsables del IVA cultural. Mezcla a una señora que le ha regalado una rosa, con las celebraciones del Quijote y con un taxista de Madrid que le cuenta que el Quijote es una conspiración del propio Franco. Y con ese batiburrillo embelesa al público que aplaude, ríe y se siente cómplice, porque El Brujo nos hace sentirnos parte de la obra.
Como decimos, dos horas ininterrumpidas, sin más apoyo que la luz y la música que de vez en cuando acompaña sus gestos. Y la palabra (insistimos) matizada como solo sabe hacerlo Rafael Álvarez, emotiva, íntima, grandilocuente o humorística. Y claro, al final, tras contar con tanta pasión los episodios precedentes, El Brujo se encarna en Don Quijote.
Rafael Álvarez, El Brujo, se despidió de Tomelloso recibiendo una gran ovación del público. Un gran éxito.