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jueves, 19 diciembre
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Investigadores de UCLM achacan las espumas del Tajo a la falta de caudal sin descartar vertidos o la agricultura

tajo-toledo

Un grupo de investigadores de la UCLM ha considerado que la aparición el pasado 15 de octubre en las proximidades de la ciudad de Toledo de abundante espuma en el río Tajo es solo «la punta del iceberg» de un estado de «alta contaminación». Según las conclusiones del trabajo del Grupo del río Tajo perteneciente al grupo de investigación de Ciencias de la Tierra y del Espacio, «este hecho viene a demostrar que el río Tajo se encuentra al límite de sus posibilidades debido al alto grado de contaminación que presentan sus aguas, que es una consecuencia inmediata de una gestión que perpetúa una dinámica fluvial totalmente alterada que no permite, entre otras cosas, el arrastre de sedimentos, por la falta de un régimen de caudales ecológicos real y adecuado».

Explican desde la institución académica que en ríos como el Tajo, altamente antropizados, en los que el ser humano ha llevado a cabo una gran transformación del medio natural, la formación de espuma puede tener diversos orígenes. Por un lado, puede ser debida a vertidos industriales puntuales que contengan componentes tensoactivos; pueden también tener un origen urbano; pero tampoco se pueden descartar fuentes antrópicas difusas, con origen en la actividad agrícola.

«Además, para la formación de espumas se requiere de una fuente que aporte burbujas de aire a la masa de agua, de ahí que la espuma se concentre especialmente aguas abajo de estructuras hidráulicas como azudes, en los que el flujo es turbulento», detalla el informe.

Sobre la base de esta información, y a la espera de conocer los resultados oficiales de los análisis de las muestras tomadas en la zona, desde la UCLM se recomiento que se seleccionen un número representativo de estaciones del Sistema Automático de Información de Calidad de las Aguas (SAICA) en la ciudad de Toledo y aguas arriba de la misma en las que se analicen los datos registrados desde al menos 72 horas antes de la formación de la espuma, con el fin de determinar las sustancias que han provocado la espuma y así poder contribuir a identificar la fuente o fuentes responsables.

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