Un año más que con toda certeza habrá contribuido al desarrollo y crecimiento de la Humanidad en este planeta Tierra, a pesar de los hachazos que le damos a la Naturaleza, al clima y el espacio y a las especies de toda clase animales y vegetales… y a la Vida de los humanos. «Los cristianos -dice el Papa Francisco-, además, estamos llamados a “aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta”» (Laudato si’, 9).
La actuación y el comportamiento de todos nosotros, de todos los humanos que habitamos la Tierra no es neutral, ni indiferente, para bien y para mal somos determinantes del futuro de la Humanidad de todos los tiempos a la que pertenecemos. El Papa le ha llamado al mundo «sacramento de comunión» pues tenemos la oportunidad de compartir nuestra vida con Dios y con los demás.
Compartir la vida con los demás ha sido y seguirá siendo una oportunidad y la Historia se ha desenvuelto, como en un amplio abanico, desde el éxito al fracaso, desde la paz más fecunda hasta el más rotundo y destructor fracaso que es toda guerra. Experimentado ese fracaso, las Naciones Unidas, saliendo de la Segunda Guerra Mundial, se plantearon unas reglas de juego que se comprometían a respetar los Estados, me refiero a lo contenido en los 30 artículos de La Carta de los Derechos Humanos firmada el 10 de diciembre de 1948.
Por lo que a los católicos nos concierne más directamente, nos fijamos en el Artículo 18, que dice: «Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia». Me temo que hay mucha ignorancia en las opiniones de propios y extraños que se expresa cuando, con una visión excesivamente reductora del libre derecho a profesar una religión, se refieren una y otra vez a pretendidos privilegios de la Iglesia con los que, por supuesto, es necesario acabar de una vez por todas… o a leyes internacionales como son, por ejemplo, los Acuerdos del Estado Español con la Santa Sede.
La dimensión religiosa de la persona está inscrita en su naturaleza humana por más que haya habido intentos en la historia que se han empeñado y se siguen empeñando en no considerarla o incluso tratar de destruirla. Desde este derecho de libertad religiosa, reconocido por las Naciones desde mucho antes de la firma de esta Declaración Universal de los Derechos Humanos, se han tenido en nuestra España relaciones entre el Estado y la Iglesia que se vienen concretado en el entendimiento y la colaboración entre las instituciones y las personas que han hecho mucho bien a la sociedad en general, creyente o no, podemos poner abundantes ejemplos en el campo de la cultura, la educación, el patrimonio histórico-artístico, las obras sociales y de asistencia caritativa y social en general y un largo etcétecera.
Pues bien, en esta Navidad que, como siempre se celebra en el solsticio de invierno, ¡Feliz 2016! En este año que comienza, este es mi deseo y esta es mi oración al Niño Dios que nace, sabremos sin duda «tener la fiesta en paz».
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo Prior