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lunes, 23 diciembre
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Pregón de apertura de la Feria de Tomelloso, por Jesús Puerta Pelayo

Queridos paisanos, querida Alcaldesa, autoridades, madrinas, amigos, familia…

Buenas noches y muy felices fiestas a todos.

Hace varios días, no llega a un mes, una mañana cualquiera de trabajo en mi despacho en Madrid, recibí la llamada de nuestra Alcaldesa. Me comentó que querían cambiar el enfoque del Pregón de apertura de la Feria, y dar la oportunidad a que fuese gente de aquí la que abriese estas fiestas como pregonero. Quería que fuese alguien de perfil bajo (igual os habéis pasado con el perfil bajo) que pudiera hablar en primera persona de Tomelloso, desde su propia experiencia… Y que habían pensado en mí.

La iniciativa de asignar el papel de pregonero a una persona de Tomelloso es, en mi opinión, muy positiva: siendo alguien de aquí cuya única condición es ser de Tomelloso, se consigue despolitizar el acto, y convertirlo en algo mucho más íntimo, más familiar, más nuestro.

Espero que esta nueva tradición se consolide, porque tenemos suerte en este pueblo. Hay mucha, mucha gente entre la que poder elegir. Hay gente muy buena, grandes profesionales, de mucha relevancia, mucho más relevantes que yo en sus respectivos campos. Escritores, médicos, periodistas, pintores, músicos, cocineros, otros científicos… Por el motivo que sea, he tenido la suerte de ser yo el elegido para “abrir el melón”, y por ello tengo que agradecer enormemente a nuestra Alcaldesa y al nuevo equipo de Gobierno del Ayuntamiento esta distinción. De paso les deseo toda la suerte del mundo en esta nueva etapa, y mucha fuerza para luchar y defender nuestro pueblo. Y estoy seguro de que lo harán.

Por supuesto, a una oferta así no se puede decir que no. Me hizo mucha ilusión y me pareció una bonita experiencia. Pero según colgué el teléfono, lo primero que dije (y lo dije en voz alta, lo juro) fue: “Pero serás bacín…”. Poco a poco he ido siendo consciente del honor que esto supone, y os reconozco que esto me ha desbordado un poco. Entre enhorabuenas de amigos, conocidos, desconocidos, entrevistas, etc., la verdad es que no he parado. Y en todo momento, he de decir, he recibido el apoyo de la gente y sus mejores deseos. Por eso, y porque estamos en familia, me tranquiliza pensar que seréis buenos conmigo, por muchas tontás que diga…

¿Quién soy yo para subirme aquí? ¿Por qué habéis querido que sea yo? Y sobre todo… ¿qué os puedo yo contar a vosotros, mis paisanos, que no sepáis ya sobre las bondades de nuestro pueblo? Sólo soy un tomellosero más, que ha elegido como carrera profesional un trabajo que, por suerte o por desgracia tiene bastante repercusión, y que ha tenido la suerte de estar presente y participar en el mayor experimento científico de la historia, y un momento histórico para la ciencia. Eso desde luego, no digo que no sea fruto de mi trabajo, pero también de la suerte.

Para inspirarme un poco, pude acceder a los textos de los últimos 6 pregones que han pasado por aquí. Todos los pregoneros han empezado con “Es para mi un orgullo…”, “Me emociona mucho estar aquí…” o “Tengo el honor de estar aquí…”. Para alguien que viene de fuera y no necesariamente tiene vínculos con Tomelloso, es normal, casi obligado decirlo. Para un hijo de Tomelloso, nacido, criado, con su familia y raíces en esta tierra, decir que es un orgullo estar ante este micrófono, está de más.

Para mí no es un honor ni un orgullo… También lo es, pero este acto va mucho más allá. Para mí es un día grande. Es uno de esos días que recordaré yo, recordará mi familia y recordarán mis amigos toda la vida. Para el pueblo yo seré un pregonero más. Pero para el pregonero, este es un día muy especial.

Entonces, ¿qué puedo hacer yo que aporte algo nuevo? Porque repasando esos textos que os decía, en el fondo todos cuentan lo mismo. Lo bueno que es el vino. Lo nobles que son las gentes. Lo llano que es el campo. Lo bonitas que son las viñas. Y lo bien que pinta Antonio López. Caramba, pobrecillos… Es como si a mí me mandasen a hacer el pregón de un pueblo de Galicia.

Y todo eso acompañado de mucha poesía, de mucha floritura, y de mucho verso propio o copiado… A mí me vais a perdonar, pero no lo voy a hacer. No lo voy a hacer, porque no sé. No soy poeta, ni escritor, ni periodista, ni tan siquiera soy de letras. No nos distinguimos los científicos por saber hablar en público de algo que no sea nuestro propio campo.

Y además, con qué cara os voy a contar yo a vosotros lo buenos que están los melones del pueblo, el Torre de Gazate o los mantecaos de Ramarsán… Os tengo que hablar, pues, desde el corazón, desde la experiencia, desde la boca de la ciencia que es lo poco que conozco, y desde mis vivencias y los recuerdos que tengo de este pueblo que es el mío y el vuestro.

Creo de todos modos que todas estas explicaciones están de más. Como digo, espero que tengáis piedad de un pobre paisano que va a hacer lo que pueda. Sobre todo porque, como ya dijo la Alcaldesa, empezamos con los recortes y no voy a ver un duro por este acto. Con lo cara que está la vida en Suiza… Creo que mandaré a mis sobrinos a pasar el plato al terminar el acto. Por supuesto, es broma.

Ya que tengo esta magnífica oportunidad para dirigirme a mis paisanos, me siento obligado a hablaros, un poco, muy poco, de mi trabajo. Porque en el fondo es lo que me ha traído aquí, y porque es de una de las pocas cosas sobre las que puedo hablar con propiedad.

Al menos voy a intentar, de una vez por todas, aprovechando que tengo a todo el pueblo escuchándome, contar en qué consiste mi trabajo. Y que no digan más que el chico de la Tere está trabajando en una central nuclear, en la comisión europea en Bruselas, en la NASA y en vaya usted a saber qué más sitios he oído. Ya me han colocado en muchos sitios.

Soy Físico. ¿De dónde me salió esa vena de querer estudiar Física? Porque la Física que se enseña en el colegio no es precisamente la asignatura más atractiva del mundo… Que yo recuerde, yo soy así de raruzo desde chico. De pequeño me gustaba destripar radios, y por las noches me subía a la terraza de mi casa en la calle Alcázar, y gracias a que en aquella época había mucha menos luz en el pueblo, me pasaba las horas muertas viendo las estrellas, disfrutando de los cielos de la Mancha que son claros como pocos, y me daba por pensar qué habría allí, en esos puntos de luz. Me regalaban muchos libros sobre astronomía y cosmología, y yo me los tragaba como si fueran pipas. De ahí viene todo… De ser mu bacín. Porque básicamente como digo siempre aquí en el pueblo (aquí, porque si lo digo fuera no me entienden) es el oficio más bacín que existe.

Un físico mira a la Naturaleza, desde lo más grande (el Universo), pasando por los cuerpos más cercanos a nosotros, y llegando a las partes más pequeñas que forman el mundo que nos rodea. El objetivo es observarlos, e intentar entender cómo se comportan, cómo se relacionan entre ellos y por qué hacen lo que hacen. Si uno es tan bacín como yo, se dedica a los límites de la Ciencia, los límites de lo que conocemos. Esos límites están en lo muy grande (el Universo), o en lo muy pequeño, que son las partículas elementales, que es a lo que me dedico yo.

¿Qué es la milonga esta de las partículas? Pues para entendernos, si la Naturaleza fuese un edificio, las partículas serían las piezas más pequeñas que formarían ese edificio. Una habitación no es la parte más pequeña de un edificio. Una puerta no es la parte más pequeña de un edificio. Lo más fundamental de este edificio son los ladrillos. Que no son moléculas, no son átomos… Son elementos más pequeños, que forman los átomos. Esas partículas son los entes más fundamentales que conocemos hasta ahora.

Para estudiar esos ladrillos tan pequeños, necesitamos máquinas muy grandes, curioso. Y estos son los aceleradores, que son máquinas que sirven para observar y estudiar las escalas de tamaño más pequeñas de la Naturaleza. Son como un gigantesco microscopio para hacer investigación básica. El cacharro en el que yo trabajo es el acelerador más grande del mundo, y está en el CERN, el Laboratorio Europeo para la Física de Partículas, que está en Suiza, cerca de Ginebra. Y la máquina en cuestión es un trastaco enterrado en un túnel circular de 27 km de longitud. Nada que a nosotros nos deba impresionar o asustar. Si ponemos en línea todas las cuevas que hay en nuestro pueblo, seguro que nos da para meter ese acelerador y otros 4 o 5…

Esta máquina lleva ya varios años funcionando, y nos está enseñando cosas nuevas sobre cómo son los ladrillos que forman absolutamente todo lo que vemos a nuestro alrededor.

No os imaginéis que los físicos nos pasamos la vida sentados en un despacho haciendo cálculos. Bueno, de esos también hay unos cuantos, pero yo soy de los que sube y baja a los andamios con herramientas, casco, botas de seguridad y esas cosas. Por eso me toca ponerme el casco y trotar por los andamios constantemente. Y por eso, una vez que hicieron un reportaje sobre el CERN y yo salí en una revista en una foto con casco, le preguntaron a mi madre: “¿Pero tu chico no había estudiao?”

Y esto que hacéis allí… ¿es un sacacuartos? Estáis gastando mandanga? No señores… La ciencia básica, el campo en el que tengo la suerte de trabajar es la responsable de que hoy día tengamos todas las comodidades y la tecnología que hay a nuestro alrededor. Hay que interesarse en la Ciencia, hay que aprender a amarla, los más jóvenes tienen que darse cuenta de lo divertido y excitante que puede ser dedicarse a ello. Y los mayores tienen que ser conscientes de todo lo que la Ciencia nos ha dado. Un poco más de apoyo a la Ciencia en general no estaría nada mal, sobre todo por parte de las clases dirigentes, que, por desgracia, como la inversión en Ciencia sólo se aprecia a largo plazo, no nos consideran prioritarios. Es mi labor y obligación por tanto como científico, intentar hacer llegar a la sociedad la importancia de los que estamos haciendo. Y convencer de que es un servicio público necesario para el avance de la civilización.

El experimento en el que trabajo es una colaboración internacional, de más de 3000 personas. Y dentro de esa colaboración, yo sólo soy una hormiguita. Trabajar en un entorno así implica, evidentemente, pasar mucho tiempo fuera de tu país, algo que siempre me ha gustado. Aparte de lo bacín que es uno por naturaleza, el intercambio con gentes de muchos países y culturas distintas, es muy enriquecedor y ayuda a ver las cosas desde otra óptica. No me refiero sólo a apreciar lo bueno de los demás, sino también lo bueno de tu propia patria chica. Pero no porque sí, de forma gratuita, sino porque te ayuda a comparar y afirmar que efectivamente, tenemos cosas muy buenas aquí. Y es que aunque me fui a Madrid con 16 años, y Madrid es mi ciudad en la que he pasado más de media vida, yo soy de aquí, y si me preguntan de dónde soy, faltaría más, digo con la boca bien abierta que de Tomelloso. Y lo de ser el tomellosero del CERN lo llevo por bandera con mucho orgullo. Yo creo que si mandáis una carta al CERN dirigiéndola “al de Tomelloso”, me llega…

Está feo que lo diga, pero hay algo especial en los que somos de pueblo. Se nota una cierta nobleza que no ha vivido la gente de ciudad. Vendrá de la candidez, en cierto modo, “crecer más tarde” y más libres. Lo noté cuando me fui de aquí, y aún hoy lo noto en los niños y adolescentes. Aún en mis días podíamos jugar en la calle, salir al campo, teníamos libertad. Estamos en contacto constante con gente del campo, como ha sido siempre la mayoría de gente de este pueblo, y entre ellos, toda mi familia. Eso me hace sentir un tremendo orgullo. O no, porque el orgullo lo siente uno de algo que ha hecho o algo logrado. Eso para mí, y para todos nosotros ha sido un regalo de la vida. Además de ese orgullo, la cosa va más allá. Es amor por nuestra tierra lo que sentimos. En eso los tomelloseros, creedme, somos únicos.

Ser tomellosero imprime carácter. No somos más, somos los que somos, pero nos hacemos notar allá donde vamos. Hace unos años, un amigo mío de Barcelona estaba de viaje de novios en Estambul y me manda un mensaje: “Estamos cenando al lado de unos de tu pueblo…”. Y le pregunté: “Anda, y cómo lo sabes?”. Y me contesta: “Porque de cada 3 palabras que dicen, una es TOMELLOSO”. Me lo creo…

Ser tomellosero ha sido algo que me ha ayudado muchísimo en mi carrera. Porque si me habéis traído aquí como ejemplo de esfuerzo y de logros en mi trabajo, os equivocáis. El ejemplo ha sido el pueblo para mí. Aparte de esa nobleza que mencionaba, la capacidad de sacrificio y humildad, y el estímulo para trabajar en equipo que son cualidades tan manchegas, son fundamentales para salir adelante en un experimento donde trabajan miles de personas. Todo ello sin aspavientos, sin afán de figurar, ni aparentar. Al pan pan, y al vino vino. Quiero creer que esa es mi forma de trabajar, y desde luego esas son cualidades que quiero creer que llevo en mí gracias a mis orgullosos orígenes en esta tierra.

Además, sacar resultados de los datos que produce el acelerador es una operación muy muy muy laboriosa. Algo así como preparar el campo. Los datos no salen solos de la tierra, igual que para tener una buena cosecha hay que preparar el campo, arar, podar, escardillar, quitar hierba, ensarmentar, y tantas y tantas cosas. Al final uno tiene una buena cosecha. Y además lo malo es que en nuestro caso lo que nos interesa no son las uvas gordas. Esas ya las conocemos. Nos interesa estudiar las uvas más chiquitinas, las ganchejas que se quedan escondidas. Es como estar permanentemente de rebusca cazando lo que se les escapa a los vendimiadores.

Ahí ayuda también el bacineo generalizado que respiramos en este pueblo. Y a pesar de eso, siempre he tenido la impresión de vivir en una ciudad donde se han respetados las libertades de cada uno. Libertad de expresión, libertad para vivir, respeto a la diversidad cultural, sexual, religiosa. Un pueblo en el que pueden saber quién eres, qué haces, de dónde vienes y qué piensas, pero en el que a pesar de ello me siento en casa, y me siento libre.

Por todo eso precisamente, volver a mi pueblo, a mi casa siempre es un placer. Siempre que uno se acerca al pueblo tiene la sensación de vuelta al hogar. Todavía recuerdo con emoción y alegría el primer día que pude venir conduciendo desde Ginebra al pueblo, todo por autopista. La autovía de los viñedos, que yo la llamo la “Ginebra-Tomelloso”, y tomar la salida de “Tomelloso Norte”. Y todavía conservo la esperanza de que algún día podré venir a mi pueblo, desde mi casa de Madrid, esta vez no en coche, sino en tren.

Aunque tanto tren, tanto tren… Lo que deberíamos traer es un acelerador. El próximo que se construya, a ver si me lo traigo para acá. Que ya tenemos medio trabajo hecho. Señora Alcaldesa, tome nota.

Me gustaría tener en la cabeza recuerdos de Tomelloso para poder compartirlos con vosotros. Por desgracia, me vais a perdonar pero tengo muy mala memoria. Viví aquí hasta los 15 años, tengo ahora casi 40 y no he dejado de venir por estas tierras más de unas pocas semanas en toda mi vida. Mi casa está aquí, mi familia está aquí y tengo muy presente todo lo que ha pasado, pasa y pasará en esta ciudad. Por desgracia como digo tengo una memoria terrible. Si no fuese así os podría contar montones y montones de recuerdos.

Os podría contar mis recuerdos de las muchas ferias que he vivido, de mis primeros recuerdos en los caballitos, en el pulpo, el látigo, las tómbolas, la pesca de los patos. De los concursos de plastilina, que no me perdía uno cuando era niño. Y cómo gané uno de ellos y me dieron una medalla y una bolsa llena de fichas para los coches de choque. De cómo el día de la pólvora había que volver pronto porque nos tocaba madrugar para tocar diana con la banda el día 25, aunque siempre había algún músico que empalmaba y llegaba un poco pasao de rosca. De cómo me quedaba con mis hermanas hasta las tantas, para volver con ellas y que no me regañara mi madre. De los conciertos en la plaza de toros de Luz Casal, de Danza invisible… De Luz Casal, La Guardia, Luz Casal… Luz Casal también vino un año… De las noches de la cena de gala con los amigos, que nos enganchábamos las majencias como si fuéramos a los Oscar.

Os podría hablar de otras fiestas, como el día de San Antón, cuando las calles estaban sin asfaltar y el pueblo se llenaba de hogueras y nos comíamos to lo que pillábamos en la lumbre.

O los días de San Marcos, cuando íbamos andando a Pinilla con nuestro hornazo, caminando por los montones al lado del canal, por mucho que nos decían que no, que por el arcén.

Os podría hablar del día de los Santos, de los puestos de castañas y boniatos que se montaban en la calle del Campo.

Os podría hablar de tantas y tantas Romerías vividas, madrugando para tocar con la Banda hasta la salida del pueblo acompañando a las carrozas, volviendo a casa corriendo para quitarme el traje, coger el autobús para pasar el día en Pinilla, y volver por delante de todos para cambiarme de ropa en el cuartel y acompañar tocando a la Virgen hasta la plaza.

Os podría hablar de otros recuerdos más personales, como los días que mi abuelo me montaba en su Land Rover para llevarme al campo, y parábamos en la cubeta a comprar magdalenas para la merienda. Le compraba una bolsa de magdalenas al perro, y otra a mí. Y los dos tan contentos.

Os podría también hablar de las excursiones con los amigos en bici a los Picopatos a coger renacuajos de los canales. Vaya panda de bestias éramos. O al pantano a bañarnos. O a tragar polvo por los caminos a cualquier casa de campo que nos dejaban. Y volver con las rodillas negras y llenas de heridas de las caídas.

Os podría contar cómo las noches de verano, cuando terminábamos los ensayos de la banda de música y cobrábamos ese día, los más jóvenes veníamos a gastarnos parte de esas 800 pesetas de sueldo en la Elodia, con un litro de horchata por cabeza. Y teníamos que volver corriendo a casa después de aquello.

Os podría contar cómo el día que subió el Tomelloso por primera vez a 2ª B, el Atlético Tomelloso, fue el día que Don Severino me llevó por primera vez a tocar con la banda con 11 o 12 años, día en el que no di ni una nota y fui haciendo el paripé.

Os podría hablar del aquel día de Castilla la Mancha que se celebró aquí, y en el que todo el pueblo acabo comiendo el brazo de gitano que prepararon en la estación, que tenía más moscas que merengue.

Os podría hablar de tantos y tantos recuerdos de los 10 años que pasé en el Colegio de los Padres, en lo que era el colegio antiguo, de todos los curas y maestros que pasaron por allí, de todos mis compañeros, muchos de ellos probablemente estarán aquí presentes. De las excursiones que hacíamos por las metrópolis de la provincia, como Socuéllamos (a ver la radio antes de que pusieran Radio Surco), el Viso del Marqués (a ver el lagarto), a Villafranca a bañarnos, a Criptana a ver los molinos, a La Solana… ¡hasta Ciudad Real mismo llegamos una vez!

Os podría hablar de ir a comprar los litines a la tienda de mi tío José María, o anca Ventura con la chivata de mi abuela, las galguerías a Federico, a Villahermosa o a la Carmen, los mantecados de la Lilia, el periódico a Quinito, los bolis de Eugenio Serrano o en la Lozano, los zapatos a Navas, a Masó o a Reales, la ropa a Claudio, los helados a Rojo, juguetes a Diego, tornillos a Peinado, las pelucas del carnaval a Osuna, los libros a la Galileo… Y a estudiar a la biblioteca de Caja Madrid, a cortarme el pelo anca Venancio, arreglar los pinchazos al Bofo, al cine Serna… O ya siendo mocete, ir a tomar una caña en la Gamba o al Juanito, un café al D’Antony, una copa al Torito, a hincharnos de pipas en el Segunda Mano, y a bailar a la Kikes o a la Llagos…

Por desgracia, como decía, tengo muy mala memoria, y además, no os quiero aburrir más, que tenemos mucha feria por delante.

Mi abuela solía decir: “Antes la feria nos hacía más ilusión, porque la tomábamos como algo especial. Ahora ya es Feria todos los sábados”. Aun así, seguro que a todos los presentes nos sigue haciendo ilusión poder disfrutar de estos días de fiesta, así que es el momento de abrir nuestra semana grande y de disfrutarla hasta que el cuerpo aguante.

Hace bastante años que no he podido vivir la que siempre fue mi noche favorita, la de la pólvora. Mañana también tengo que madrugar, no para tocar diana, sino para trabajar. Pero ya que estoy aquí, de paso esta noche pienso aprovechar, comerme una buena berenjena, un pincho en la bandola, y si el cuerpo aguanta, unos churros con chocolate. Y sobre todo, a seguir disfrutando de este pueblo nuestro y a seguir fabricando recuerdos en compañía de mi gente.

Felices fiestas a todos, buenas noches, y que viva nuestro pueblo.

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