La Navidad como fenómeno social tiene, entre otras muchas, la característica de la comunicación, no ya sólo con la gente habitual, sino con los que están lejos o con los que la vida nos ha distanciado por vete tú a saber qué razones o, también, no solo comunicación de tipo personal sino institucional. Si me permite el lector la nota cristiana es que para nosotros Jesucristo, Dios que nace hecho hombre, es en sí mismo comunicación, la Palabra, el Verbo.
Comunicarse, sea por el medio que sea: el más tradicional de la tarjeta postal o christmas, o los medios más al uso como e-mail, WhatsApp, Facebook, Twitter y más redes sociales… Estos últimos tienen la ventaja de la rapidez y el inconveniente de que con un mismo mensaje y pulsando un par de teclas mandas el mismo mensaje -necesariamente más impersonal- a cientos de personas a la vez.
De cualquier forma, y siendo positivos, salimos, de alguna manera, de nosotros mismos, de nuestro ego para llevar a los demás algo más propiamente nuestro; aun copiando fotos, videos, y las mil ocurrencias que circulan por las redes sociales. Ah, y lo mejor es que con motivo de la Navidad o las Fiestas de invierno lo hacemos muchos, muchísimos a la vez.
Me surge de muy dentro un grito de atención: «Venid a adorarlo». Aquel insignificante Niño de aquella más insignificante Zagala -como la llama santa Teresa- necesitado de todo menos del pesebre que por todo cobijo logra el pobre José, tiene el atractivo de, sencillamente, «ir a echarles una mano» y aparecen pastores vecinos y gente bien como son los Magos-Sabios del momento, venidos de más lejos.
Llenos de una legítima autosuficiencia, los hombres y mujeres de hoy, parecería que no estaríamos dispuestos a «adorar», dispuestos a «reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina» (Diccionario de la Real Academia), y, sin embargo, también dice nuestro Diccionario que adorar es igual a «Amar con extremo». Lo estamos viendo todos los días, esta conciencia colectiva tantas veces fría, dura y competitiva se vuelca ante una verdadera necesidad. Se sustituirá la palabra «caridad» por «solidaridad», pero se mueven las conciencias y los bolsillos cuando se siente que es una buena causa la que remediar.
Buena causa es, sin duda, el ser humano, decididamente necesitado hoy de comunicación, de confianza, de esperanza, de recursos, de valores, de dignidad y, todo ello, tanto en el plano personal como colectivo. El grito de «venid a adorarlo» vale lo mismo en ambas definiciones de la Real Academia. La persona y la aldea global necesitan de estima por nuestra parte, de amor y lo que trae consigo de respeto, honor y dignidad.
Ese algo más de la dimensión religiosa, no es un algo más. Es Dios que hecho hombre en Jesucristo, desde dentro de cada uno de nosotros, mueve todo lo que tenemos, porque es Él quien nos lo ha dado, para cuidar, para crecer, dejar nuestros egos y sentir la fuerza que da su gracia. La fuerza que da cuidar al otro, a los demás. En resumen, que el grito «venid a adorarlo» se convierte en celebrar la fiesta de salir, de sacar de lo más propio nuestro para cuidar, para echar una mano, para ayudar, para ser con todos. Me dejan que termine con el precioso texto de nuestra Teresa de Ávila, que si dieran premios Nobel a los que han existido antes, ciertamente se lo habrían tenido que conceder. Pienso que esta fe que confesamos los cristianos enlaza con lo más hondo del ser humano y deseo que todos podamos descubrir que ahí, en ese hondón de la conciencia humana, nos podemos encontrar.
Santa Teresa nos ofrece su ser, el fundamento de su rica personalidad: «Mi fe, yo lo vi nacido / de una muy linda zagala, / Pues si es Dios / ¿Cómo ha querido estar con tan pobre gente / ¿No ves que es Omnipotente?». ¡Feliz Navidad!
† Antonio Algora Hernando,
Obispo Prior