La primera feria de Tomelloso
El origen de la feria de Tomelloso aparece estrechamente unido al de la fiesta de los toros en esta población, tal es así que todavía no sabemos con certeza si, debido a que había feria en Tomelloso, se celebraban corridas, o bien, si debido a que había corridas de toros, se hacía una feria en Tomelloso. No obstante, y a riesgo de equivocarnos, esta segunda opción parece la más plausible.
De esta forma, las primeras noticias que tenemos de la feria de Tomelloso provienen, en gran número de casos, de la circunstancia de que, coincidiendo con ella, se solían celebrar una o dos corridas de toros en la localidad, de ahí que cuando vemos aparecer una corrida de toros en la documentación, sabemos que, muy probablemente, había feria en Tomelloso. Por lo demás, en los libros de acuerdos del Pleno del Ayuntamiento también aparecen noticias dispersas sobre la feria, si bien muy escasas para los primeros años de la misma.
Por lo que hemos podido averiguar, la primera feria de Tomelloso se celebró en el año 1859, coincidiendo con la inauguración de su plaza de toros, la primera con la que contó esta población y que permaneció en pie, si bien en sus últimas décadas en estado de abandono, hasta finales de los años 60 del siglo XX.
Los días de feria fueron el 4 y el 5 de octubre. Sobre la elección de estos días, creemos que se debe a que el día 4 de octubre se celebra la onomástica de San Francisco -el de Asís, el fundador de la orden Franciscana y la de las Hermanas Clarisas-, santo al que en Tomelloso se tenía una gran devoción y al que se dedicaba una función religiosa, durante la feria, en su ermita. Esto parece confirmado por lo dicho por García Pavón en su Historia de Tomelloso, quien decía que “probablemente por vieja tradición” la feria se dedicaba a San Francisco.
1859 fue el año en el que un carro tirado por cuatro mulas, sin que las guiase nadie, llegó a la plaza pública de Tomelloso conduciendo en su interior dos cadáveres: un hombre de unos 50 años con una herida en el pecho y un niño de unos diez años con la garganta atravesada. El carro había llegado por el camino de Villarrobledo y su noticia nos trae a la memoria el relato de Los carros vacíos novelado por Francisco García Pavón, si bien transmutado con meloneros y un asesino en serie, y que incluso fue llevado a la pequeña pantalla a principios de los años 70 del siglo XX.
El primer día de feria del que tenemos noticia, ese 4 de octubre de 1859, según las crónicas, 7.000 personas llenaban las localidades de la recién terminada plaza de toros, atraídas tanto por las funciones como por la feria. El tiempo estuvo magnífico. Los toros que se lidiaron fueron de la ganadería de D. Ventura Díaz Cereda, de Colmenar Viejo, con divisa morada y caña.
Al día siguiente, el 5 de octubre, estuvo lluvioso toda la tarde, empezando un aguacero a la salida del primer toro, no dejando de llover hasta la muerte del quinto. Al igual que el día anterior, actuaron los espadas Nili, de verde y oro, y Trompeta, de azul y plata. Los toros, según las crónicas, fueron medianos; el servicio, bueno; y la presidencia, “tal cual”.
Las primeras ferias
En esos primeros años, la concurrencia a la feria era grande, muy grande, tanto de naturales como de forasteros, diciendo las crónicas que “entre feriantes y curiosos no se coge en el pueblo”. La feria comenzaba, la noche anterior, con una función de fuegos artificiales, al menos así se hizo en 1863. Se programaban también dos corridas de toros, si bien, en 1861 solo se pudo celebrar una, la del día 4 de octubre, pues la del día siguiente se tuvo que suspender al no poder encerrarse el ganado.
Entre 1862 y 1864, la feria pasó a celebrarse los días 17 y 18 de septiembre, con lo que los fuegos artificiales eran ahora el 16. No sabemos el porqué de este cambio, si bien resulta llamativo que, precisamente, el 17 de septiembre fuera el día en el que se conmemoraba la firma del acuerdo entre Tomelloso y Socuéllamos, celebrado en 1767, por el que se puso fin a las disputas que la independencia de Tomelloso había provocado. Quizás todavía quedara el recuerdo de esa efeméride.
Por aquellas fechas, Tomelloso contaba con 2.500 vecinos -unos 10.000 habitantes- y su riqueza provenía, por este orden, de los granos, viñedos y ganado lanar. Tenía un alcalde corregidor y aún había esperanzas de que los trabajos que se habían realizado de explanación, puentes y demás elementos para la circulación de trenes, a falta de las vías, le permitieran contar pronto con conexión ferroviaria. Nosotros, pasado más de siglo y medio desde entonces, ya sabemos cómo acabó esa historia del tren y que la conexión ferroviaria y las obras hechas quedaron en nada o por lo menos, en nada en relación al tráfico ferroviario.
Crónica de la feria de 1863
Hay una crónica de la feria de 1863 que resulta, como documento histórico, de un valor inestimable. Decía su autor, Antonio Lozano, que “el 17, primer día de feria, amaneció magnifico, en el rostro del vecindario de Tomelloso estaba pintada la alegría, desde muy temprano sus calles anchas, espaciosas, tiradas a cordel, y sus casas blancas como el arminio, empezaron a cuajarse de gente e innumerables familias de los pueblos vecinos acudían al atractivo de las fiestas, a las compras y cambios necesarios e indispensables, que todos se procuran para pasar el rigor del invierno.
La noticia de haberse hecho el encierro de los toros con felicidad la víspera, operación que en los años anteriores no siempre se había realizado en debida forma, circuló como el rayo y todos los aficionados a este espectáculo se prometían dos días de verdadero regocijo, tanto por el buen trapío de los bichos, cuanto por el calor de un día propio del mes de agosto.”
Luego, el señor Lozano continuaba narrando cómo transcurrió la primera corrida, anunciada para las tres y media de la tarde. Así, nos explica cómo, llegada la hora, aún no había aparecido la cuadrilla de Francisco Arjona Guillén, Cúchares, quien estaba contratado por la empresa. El problema estuvo en el retraso de la línea de ferrocarril del Norte. Al final, “vistiéndose los lidiadores en sus coches, y apostando tres tiros de mulas para recorrer el trayecto de cuatro leguas en poco más de hora y media, llegó a las tres y cincuenta minutos de la tarde, saliendo en seguida al redondel, donde fue saludada con una salva de aplausos por el numeroso público que llenaba las localidades, y hecho el saludo de costumbre sin permiso del presidente, ordenó se retirase la cuadrilla y volviera a salir al débil sonido de una trompeta y al son de una murga.”
Al día siguiente la entrada fue más floja, con preparativo de tempestad. Los toros a lidiar se llamaban Terrible, Cascabel, Inclusero, Promotor, Capitán y Liebre, los cuales dieron menos juego que los de la tarde anterior, según el cronista, salvo el último de ellos, Liebre, que “para no desmentir su nombre, saltó cinco veces la barrera, con más limpieza que un acróbata”.
Terminaba el autor diciendo que en la feria se hicieron buenos negocios y que estaba seguro que cada año iría Tomelloso ganando en importancia. Y así debió ser pues, en 1865, incluso se tuvo la oportunidad de ver al elefante Pizarro luchando contra tres toros: uno el 16, otro el 17 y otro el 18 de septiembre.
Ferias hasta 1919
Como dijimos, desde 1862, la feria se celebraba los días 17 y 18 de septiembre y así lo fue hasta al menos 1866. Luego, desde 1867 y hasta 1877, no volvemos a tener noticias de ella, coincidiendo con los años tumultuosos del llamado Sexenio Revolucionario, de la I Republica y con nuestra Revuelta de los Consumos, producida en 1876.
En 1877, el día 17 de septiembre fue el día de la pólvora, a las 9 de la noche, también hubo corrida y una función religiosa en la ermita de San Francisco. De 1879 y 1881 no se encuentran datos, si bien, del resto de años hasta 1883, sí que consta la celebración de, al menos, una corrida siempre el día 17 de septiembre.
Tras nuevamente dos años sin datos, 1884 y 1885, en 1886, se dice que la feria se iba a celebrar los días 17, 18 y 19 de septiembre, que la función de fuegos artificiales “según costumbre” iba a ser la noche del 16, además de explicar cómo también “según costumbre” debían de colocarse los puestos -desde la ermita de San Francisco hasta la plaza de toros- y comerciantes -desde la dicha ermita a la plaza pública, en cuartos destinados al efecto-.
Los datos son escasos para ese final del siglo XIX y principios del XX, pero sí nos muestran el cambio de fechas en algunos años, como en 1894 y en 1908 -normalmente por exigencia de la vendimia-, a los días 5, 6 y 7 de septiembre. Finalmente, en 1918, la calle de la Feria dejará de ser la calle de la Feria al instalarse esta en la calle de Doña Crisanta por la dificultad de poner las casetas en la plaza.
Al año siguiente, en 1919, se acordará trasladar el real de la feria a la explanada del hospital de don Víctor. Y así, con este traslado, dejamos nuestro relato. Otros datos de años posteriores quizás algunos de nuestros más mayores, muy pocos, es cierto, todavía los recuerden; en cualquier caso, por ahora, aquí dejamos nuestra historia hasta una próxima ocasión.