Distinguido paisano:
Me llego con soltura y paisanaje hacia estas explicaciones, que tengo por gozosas y bien asumidas; antes bien, agradezco su generoso recuerdo y respeto.
Para perfilar mejor mi respuesta, sobre su alusión del «indudable enfado», debo aclarar, que hasta hubiera podido entenderse -después de lo acontecido a uno en su tierra-; pero pasados unos años, «y sus avatares» (como señala en su misiva), los encastres y consideraciones deban ser otros. Además dejo dicho (y aprecio ese vínculo que establece en su frase), que nunca me negara a terminar aquél grupo escultórico. Y así lo saben todos. También aquellos (amigos) que asumieron, con entereza, su ejercicio de representación legal: D. Ángel, Andrés, Faustino y algún otro; pero, a pesar nuestro, no logramos la correspondiente hospitalidad. Sin embargo pude encontrarme (en todo tiempo) con el injusto recelo, una insólita apatía, aquella particular incomprensión, la innecesaria e insoportable prisa y, finalmente, el abandono. Pudiera ser que tales «miramientos», me empujaran a ejercer esa rebeldía que Vd. refiere; aunque confío que se tratara de una sencilla variación de mi estado de conciencia que, en ese trance, se uniera a la tipología de mi carácter.
¡Qué lástima!, ¿verdad?, que hasta haya (por ahí) a quien se le mantenga la pasión -sin ninguna traba ni límite-, a pesar de las muchísimas tentativas, inseguridades, propósitos incontrolados (hasta con falta de verdad), o astucias y múltiples dilaciones, así como otros tantos aliños y lindezas.
Mi genuino y querido paisano, soy un sencillo peatón -como Vd. sabe- quien estima que la virtud y la destreza (como otras tantas capacidades o designios), para mí, además, son otra cosa; pues no sólo precisan de la voluntad, la razón y del generoso tiempo, sino también de la humanidad y la sensatez, prescindiendo de los ensimismamientos y egoísmos. Debería entenderse que, las dilaciones de tiempo en una obra artística, suelen darse por las características y dificultades que la obra contiene, por situaciones o aconteceres adversos, necesidades (de estudio y de reflexión) que precisa su proceso, etc., sin privar de la exigencia que el autor se plantee por su forma de hacer.
A mi pesar procuro (en ocasiones) evitar pronunciamientos y calificativos manifiestos, hacia todos aquellos afanes de libre extorsión, y desafortunadas intransigencias, vertidos desde distintos acólitos (entre otros fueros y costumbres), pues con tales arroganceos, se alentaron disminuir un trabajo, con importante perjuicio a su autor, para lograr un tiempo de desecho; sobre todo para aquellas nobles gentes, quienes (siempre) supieron de la espera. Pasaron muchos años ya, desde sus afanes campesinos, y su historia se quiebra y se retarda. Nos dice el ensayista y escritor Jean-Ybes Jouannais, que «toda cultura que pierde el coraje de asumir su injusticia firma de hecho la sentencia de muerte de sus valores cardinales». Y esto, igual esté pasando…
Mi querido paisano, acogiéndome a su sincera petición y libre interés para que concluya aquél grupo escultórico dedicado «A Nuestros Campesinos», le manifiesto que, también yo, así lo estimo. Ya que debe ser de rigor y hombría de bien el dar fiel cumplimiento a todas las promesas que se hicieren; pues, por honestas y complejas que éstas puedan parecernos, no por ello privan del compromiso a quienes las promuevan, y, se estima, que serán bien reconocidos y preciados aquellos que, habiendo contraído semejantes premisas, atiendan y zanjen con feliz acierto tales menesteres.
Confío que no cause duda mi legítima insistencia y, me obligo a comentar, que la «bonhomía» andaba ya conmigo -cuando aquello de mi madre- y cuya naturaleza persiste para hacer posible éstas y tantas otras cosas…
Mi afecto y consideración por su carta, y su novedoso y ejemplar altruismo.
Atte. Luis García Rodríguez, (escultor).