Dice el sabio refranero español que nadie es pregonera en su tierra, lo que en el caso de Tomelloso, villa abierta a la tolerancia, no resulta ser del todo cierto, pero en el mío, hija de una Vasconia desgarrada y fiera, responde absolutamente a la verdad. De ahí que mi gratitud hacia esta ciudad y sus gentes sea sincera y profunda por partida doble. Primero, por honrarme convirtiéndome en la vozque proclame en breve la grandeza de esas Fiestas de la Virgen de las Viñas cuyos ecos alegres traspasan los confines de La Mancha. Segundo, por hacer que el próximo día 24 de agosto me sienta, entre vosotros, como en casa. Sólo quien conoce la experiencia de llevar su hogar a cuestas metido dentro de un baúl, y quien ha catado el vino agrio del exilio, comprende el significado último de esa hospitalidad que vosotros regaláis a manos llenas. Lo comprende, lo valora y lo lleva grabado a fuego en el corazón para siempre.
Tengo la certeza de que recibiréis a esta pregonera con el mismo calor luminoso que perfuma vuestros excelentes caldos, porque visité Tomelloso hace algunos años, coincidiendo con la aparición de mi primera novela, y recuerdo a la perfección el cariño que encontré entre los tomelloseros. Un cariño mutuo que espero ser capaz de expresar con palabras certeras,cuando llegue el momento de pregonar esta celebración de la vendimia como la ocasión merece.
Más allá del placer que experimentan mi paladar y mi espíritu al entrar en contacto con él, yo sé poco o nada de ese fruto de la vid que envejece en barricas de roble. Mi ignorancia vitivinícola carece prácticamente de lagunas, aunque tengo la impertinente costumbre de referirme a las cosas por su nombre; de llamar al pan, pan, y al vino, vino. Acaso sea ésa la razón por la cual alguno de vosotros pensó en otorgarme precisamente a mí la responsabilidad, y a la vez el privilegio, de componer este modesto himno… Lo asumo con la humildad de la que nace el verdadero esfuerzo, decidida a cumplir el encargo imprimiendo a mi pregón al menos la mitad del brillo que pusieron en los suyos mis ilustres predecesores.
Hace un par de semanas coincidí en un curso de verano de la Universidad Rey Juan Carlos con uno de los hijos más ilustres de Tomelloso: el pintor universal Antonio López. Fue un flechazo. Habíamos sido convocados para hablar de arte (él de las artes plásticas, yo de literatura), y enseguida nos encontramos en una patria común llamada Libertad. Antonio sostuvo que la pintura moderna no puede nacer del encargo, sino de la libertad que permite al artista plasmar en un lienzo su verdad. Yo llevo toda una vida defendiendo esas ideas mediante la voz y la palabra escrita. No puede ser casualidad que apenas unos días después reciba el encargo de glosar, en un pregón, las virtudes de un ser vivo en cuya esencia habita la verdad, como subrayó con sagacidad Plinio el Viejo.
Verdad, vino, libertad, constituyen un buen comienzo. Añádase a la fórmula la pujanza imparable de las gentes Tomelloso, sazónese con buen ánimo, y que la Virgen de la Viña me inspire.
¡A trabajar!