Después de unos días de peregrinaje hasta la tumba del Apóstol, una no termina de atinar a poner palabras a estas vísperas de feria en Tomelloso. Tal vez sea esa la clave: de peregrinar siempre se trata. Peregrinar incluso en la vida cotidiana de un pueblo que no teme a sus raíces, pues sabe que sin ellas, nada vale. Y, así, como un bagaje cíclico, comienza cada vendimia y se prolonga todo un año de labor, esfuerzo y, muchas veces, sin sabores, llegando al final de su camino, a eso de fines de agosto, pero sabiendo siempre que no es final, sino comienzo, pues la vendimia nuevamente anda en ciernes.
Me dice mi madre que sus alegrías han resucitado, regándolas con la mano, suave, como si lloviera.
No sé que tienen las madres, que nunca se olvidan de ninguna planta, aunque parezca que ya nada puede hacerse por ella. Así es la Madre de las Viñas, intercesora de todo sarmiento, que somos todos, Madre que no deja que ni uno sólo se seque, Madre que cuida, mima, con poda si es preciso, para que al final, dé mucho fruto. Quizá por eso, los hijos de Tomelloso, que mucho saben del regazo de esta madre, cada final de agosto le ofrecen y agradecen todo el año de trabajo; a veces cansino, a ratos ingrato, pero siempre fecundo.
Las vísperas huelen a rebeca en la trasnochada, a arcos de luces que se van probando, a conciertos de la banda en la Plaza de España, a monólogos en la Corrala, a festival de folclore y a Triduo a la Santísima. Las vísperas son calles que se llenan de forasteros que se asoman, casas que se van llenando con los hijos del pueblo que marcharon y siempre vuelven. No falta también quien se ausenta, no en vano son vacaciones de carácter casi municipal, pero ni uno sólo de los que no estén, se olvidará en la noche de la pólvora, mirar al cielo para ver asomar entre estrellas, un cohete de su pueblo (y seguro, lo verá).
Mi primer recuerdo de una feria es de la mano de mi madre, esperando a que la prima Amparo acabara de arreglarse el Día de la Fiesta de la Letras de aquel 1975. Dama de Honor, la más guapa, sin dudarlo para todos nosotros. Durante años, Marisol y yo, recordaríamos cada uno de sus vestidos y cada par de zapatos lucidos en cada acto.
Mi último recuerdo es la Fiesta de la Letras del año pasado, un paseo entre las vides, dando vinos de Arte y Letras, un espacio para celebrar que la Mancha es integral, como ya diría con mucho acierto Torres Grueso.
Y es que Tomelloso integra, y allá cada cual lo entienda y sea capaz de trascenderlo a su manera. Tomelloso integra sin más límite que la inmensa llanura que sostiene su cielo.
Tomelloso en vísperas, se prepara, se macera, se ensancha, se deja modelar como el barro para dar cabida a los presentes, a los ausentes y a los que dicen estar de paso; estos últimos no lo saben, pero volverán, pues ya son hijos adoptivos de un pueblo que encuentra su sentido amadrinando.