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viernes, 19 abril

La barbería, por Joaquín Patón Ponce

La barbería, por Joaquín Patón Ponce
Fotograma de «El hombre que nunca estuvo allí», película del 2001 de los hermanos Coen

A Felipe no le gustaban las barberías. El barbero estaba en su trabajo, el buen hombre, pero el local estaba gran parte del día abarrotado de bacines desocupados. Sin embargo,  tenía una enfrente de su casa y, además, peluquero era un hombre de mediana edad, buen vecino, amable y excelente conversador. Por lo menos un par de veces en semana Felipe se acercaba a charlar un rato con él y, por supuesto, tanto él como sus dos hijos iban a pelarse allí, cuando las greñas se les salían por fuera de la gorra.

Esa mala sensación que da cuando entras en un local en el que hay cinco, seis o siete bacines hablando y se callan de golpe. Además de dejar de hablar se quedan mirando que acaba de entrar. En fin, que dices para tus adentros: “o estaban despellejándome a mí  o a otro cualquiera”. Pero que estaban criticando alguien, eso, seguro.

Pues esa mala sensación le daba a Felipe cada vez que entraba en la barbería de enfrente de su casa.

Felipe Martínez era un agricultor tomellosero de casi sesenta años. Había trabajado mucho durante gran parte de su vida, pero ahora se encontraba en buena posición. Con dos hijos jóvenes pero capaces ya de hacer todos los trabajos de las viñas, pues se lo tomaba con calma. Cuando las faenas eran urgentes y había prisas, trabajaba todos los días, quizás un par de meses al año. Pero luego, durante el  invierno, sus dos hijos iban bien para podar y arar con mulas las treinta fanegas de viña que juntaba.” Que le tiren ellos que son nuevos”, le decía a Juana, su mujer. Salvo años  de heladas graves u otras catástrofes llenaban la cueva de cuatro mil arrobas vino y aún tenían que vender algunas uvas porque no cabían todas en las tinajas.

Eso sí, el vino de la cueva lo hacía él personalmente. Buscaban un pisaor y la elaboración del vino era cosa del Jefe.

Cinco años atrás, Felipe se había empeñado en comprar una viña, tres fanegas, en la” Casa de Don Diego”. Sus hijos no estuvieron de acuerdo, pues era una plantación muy vieja de planta del pais. Se decía en la zona que tenía más cien años, el dueño la tenía muy mal arreglada y estaba infestada de una las peores hierbas que se conocen en la zona: la grama. Sin embargo, a Felipe le gustó cuando lo llevó un corredor a verla, pues tenía muy bien terreno en una ladera y, pese a los malos arreglos durante muchos años, tenía muy pocas marras. Además, estaba muy cerca del pueblo y de la carretera.

La grama es una mala hierba dura y resistente, con tallos y raíces que profundizan en el terreno y tienen varios años de vida. Aunque la cortes o arranques desde arriba siempre quedan tallos enterrados que vuelven a brotar. Felipe y sus hijos llevaban tirando de azadas, trabajo duro y paciencia desde que la compraron y aún ahora, entre los troncos y raíces de cepas tan viejas, les quedaban varios rodales en los que no encontraban la forma de acabar con tan duro vegetal.

La producción del primer año fue mala, pero después la viña se había estabilizado en los tres kilos por cepa y eso tenía todos los años. El segundo año Felipe se dio cuenta de que uvas como esas había muy pocas en el pueblo, habló con un embotellador local y, haciendo una elaboración un poco más esmerada que el resto del vino de la cueva le salía un vino especial de doce grados y medio. El industrial se lo pagaba un poco más caro que el resto y los dos salían ganando.

A Felipe no le gustaba sacar mucho pecho de sus viñas, pero el comerciante si comentó que el mejor vino blanco que se elaboraba en el pueblo era el de esta viña.

Una de las tardes en que se acercaba a la barbería a hablar con peluquero, -con él, no con los contertulios- , el dueño del local lo llamó aparte y le dijo: “Mira Felipe, yo sé lo bacines que son todos los que tengo aquí una tarde tras otra, pero lo de Juan  “el pulgo” ya se pasa de castaño oscuro”. Según le dijo el barbero Juan se pasaba todo el rato diciendo que era una vergüenza que una casa en la que había tres hombres para arreglar treinta fanegas de viña tuvieran todas las plantaciones ”engramás” y medio de liego., Así un día y otro. Y los otros ya te van criticando también.

A Felipe se le subió la sangre a la cabeza. Juan era un chulo borrachín con el que tuvo una fuerte discusión en la mocedad por un asunto de novias. Además,  una de las mejores viñas que tenía ahora , seis fanegas en el paraje “Las Alacenas” se la había comprado a Juan. Este estaba ahora en la ruina y Felipe sabía que criticaba por rencor y venganza.

Ese año la viña vieja de la Casa de Don Diego había tenido una cosecha especialmente buena: dos kilos y medio por cepa de uvas blancas Airén, sanas y doradas. El vino estaba en su punto en las tinajas y el comprador que se lo llevaba todos los años lo iba retirar a la semana siguiente. El precio que le iba a pagar este año era el más alto que Felipe había conseguido nunca por su producto.

Dos días antes de la fecha acordada para retirar el vino , Felipe se acercó a la barbería y dijo a los cinco contertulios que había allí: “Señores, mañana se llevan una partida de vino de mi cueva y quiero que lo catéis y me deis vuestra opinión, pues vosotros sois elaborabores  y conocéis el tema”.  Bajaron todos a la cueva y Felipe sacó con un jarrillo y unos vasos un poco de vino de la mejor tinaja, la de la viña vieja, y se lo dio a probar. Lo probaron y paladearon tranquilamente y todos dijeron que estaba muy bueno. Tras esto, Felipe se encaró con el grupo, pero especialmente con” el  pulgo” y les preguntó: “¿A que no sabe a grama?

La pregunta quedó sin respuesta, los cinco invitados abandonaron la cueva sin decir palabra y Felipe tuvo constancia de que a partir del aquel día, si hablaban de él o su familia en la barbería, la conversación duraba poco rato y los comentarios se hacían con mucha precaución.

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