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miércoles, 17 abril

En el Día del Libro, por Ángel Luis López Barrios

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El joven Miguel detuvo su acelerado caminar en la glorieta María Cristina. Escuchó a través de sus auriculares del “mp3” las coordinadas voces de “Vainica Doble”:

el loro de John Silver grita: ¡LA NADA!
graznido fútil, adiós postrero.

Miró la calle Santa Rita como la había pintado años atrás Antonio López García, con dos mujeres hablando en la calle bajos los cables del tendido eléctrico y el azul del cielo rasgado por un esbozo de nubes; giró a la izquierda hasta el tablón de anuncios del Museo para dibujar una sonrisa mientras leía el cartel que anunciaba la velada poética del instituto “Airen” donde cursaba primero de bachillerato. Los antiguos árboles, guardianes del edificio,  bajaban la vista al suelo para ver como un suave viento arrastraba granos de arena hacia la estatua de “Lorencete”. Otro pasquín de colores anunciaba un  ciclo de cine clásico en las salas de la Dehesa: “Farenheit 451” de Truffaut. En ese momento se le ocurrió la idea.

“Cada estudiante sería un poeta, el que quisiera, bastaría con aprenderse algunos de sus poemas y recitarlos en conjunto durante media hora en la plaza del Carmen, el día del libro. Sería necesario un trovador por cada una de las unidades que componía la arboleda para asociar poesía y naturaleza.”

El cartero dejaba la correspondencia en una vieja casa cuya fachada parecía haber sido atacada por una feroz tormenta, cuando el joven Miguel entró en la biblioteca; subió los negros escalones, desenfundó su portátil sobre la mesa, y comenzó a escribir:

“EJERCICIO DE REDACCION: LA POESÍA QUE ME GUSTA (ALGUNOS EJEMPLOS).-“

En el café de la Glorieta, Verlaine y Rimbaud se miraban a los ojos mientras bebían absenta:

El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
La frente entre las manos en busca del ensueño;

¡Qué bien huelen los tilos en las tardes de junio!
El aire es tan suave que hay que bajar los párpados;

En la puerta de la parroquia de la Asunción, Quevedo amenazaba a Góngora con su fina espada, el cordobés se defendía solo con su palabra:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

 Desde un palco del teatro municipal, Cervantes aplaudía envidioso el éxito de “La Dama boba” de Lope de Vega:

A la guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros
no fuera en verdad.

…Y más de ciento en horas venticuatro
pasaron de las musas al teatro.

En aulas continuas del C.E.I.P “Félix Grande” Antonio Machado, de negro, y León Felipe, boina oscura y triste barba, daban clase de literatura:

Y al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar. 

En los jardines de la glorieta se hacía una representación nocturna del “Romancero Gitano” de García Lorca, en versión teatralizada según la idea de Francisco Rosado de “Cuadernos Manchegos”, Walt Whitman asistía atónito a su estreno:

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
Pues cada átomo mío es también tuyo.

En el camino real, acabado ya el asfalto de la calle Oriente,  Miguel Hernández y el abuelo “Palancas” liaban un cigarro ante la mirada atenta de sus curiosas cabras:

Van los asnos suspirando
reciamente por las asnas.
Con luna y aves, las noches
son vidrio de puro claras;

En los salones de la Biblioteca “Francisco García Pavón” Luis García Montero leía sus poemas con Almudena Grandes expectante en primera fila:

Tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra,
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.

La profesora de literatura calificó el trabajo del joven Miguel dibujando el número diez en el borde inferior derecho de su folio. El cero tenía forma de corazón.

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