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lunes, 15 abril

Cipriano Benito, desde 1925, endulza la Semana Santa de Tomelloso

cipriano

Durante los días previos a la Semana Santa, el concejal de Promoción Económica, Manuel Rodrigo, ha visitado el taller de bollería manchega de Cipriano Benito en la calle Galindo de Tomelloso, un obrador artesanal que lleva endulzando estas fechas tan señaladas desde 1925. Los productos estrella del horno son los rosquillos fritos y las hojuelas, especialidades de las que se siente muy orgulloso Cipriano Benito, aunque también elabora todo tipo de bollería manchega como rosquillos de anís, pastas, galletas o mantecados. Además, a diario fabrican tortas y desayunos.

El maestro bollero explica que las hojuelas se dejan de fabricar cinco o seis días antes de Semana Santa, al ser un producto que aguanta más de dos meses sin perder propiedades y en perfecto estado de consumo. Por el contrario, los rosquillos fritos se deben consumir recientes, por lo que en el horno los elaboran hasta los mismos días de Semana Santa. Toda la producción la vende en Tomelloso y Argamasilla de Alba, en dónde tiene varios clientes, fundamentalmente varios supermercados y un despacho de pan, señalaba.

La producción de hojuelas en un año normal no llega a la tonelada y media, ya que se trata de un obrador artesanal, señalaba Cipriano Benito, y no tiene capacidad de producir más. La de rosquillos es algo mayor, ya que el género pesa más y la elaboración es más sencilla, exactamente es de 250 kilogramos diarios. “Nosotros hacemos los rosquillos y las hojuelas, como pueden hacerlos la madre o la abuela de cualquiera”, asegura Cipriano.

Esta empresa completamente familiar, en la que trabajan tres personas, tiene sus antecedentes en los propios abuelos de Cipriano Benito, naturales de Membrilla que allá por el año 1925 decidieron venir a Tomelloso buscando una vida mejor. Recalaron en la calle Alcázar, en una casa de alquiler con horno, que dio pie a que la madre de Cipriano empezara a elaborar pequeñas cantidades, para ayudar a la economía familiar.

En 1930 los abuelos de Cipriano Benito compraron una casa en la calle llamada entonces El Charco y tras casarse la madre de Cipriano se establecieron en una casa de la calle Galindo que dotaron de un obrador con un horno moruno alimentado con gavillas de sarmientos. Ya en 1984 fue cuando se cambió el horno por uno eléctrico, y él mismo comenzó a elaborar rosquillos fritos para la venta, ya que ni su madre ni su abuela fabricaban ese producto para la calle. Cripriano Benito, tiene un recuerdo para su madre, “la Jerónima”, muy trabajadora y muy popular en Tomelloso, dado que se volcaba con la clientela.

El secreto del éxito de Cipriano Benito es el trabajo artesano. Ha tenido posibilidades de ampliar el negocio industrializándolo y aumentando la producción, pero entonces habría perdido la esencia del mismo según asegura Benito que es consciente de que sus precios son más altos que en hornos industriales, pero sabe que la clientela lo asume, lo comprende y valora la calidad del producto artesanal. En ese sentido, Cipriano Benito, muestra su satisfacción, porque a pesar del trabajo duro e intenso, los clientes responden y en estas fechas, regresan a su casa a adquirir los dulces típicos de Semana Santa.

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