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viernes, 29 marzo

«Los valores humanos ya estaban muy vistos y los hemos jubilado»

Entrevistamos a Antonio Jiménez Castro, sacerdote y autor de libros, “La apasionante vida de Doña Crisanta” y “Del ayer y otros olvidos. Mis cuatro calles”

«Los valores humanos ya estaban muy vistos y los hemos jubilado»
Antonio Jiménez

Quedé con Antonio Jiménez en el Pasaje de la Iglesia, “después de misa”, en una terracita concurrida y coqueta con público mayoritariamente femenino. Era una mañana de agosto, anterior a la feria, luminosa y fresca. Llego pronto, me siento y pido y café, a las nueve y media su silueta aparece en el “pretil”, es alto. Me pregunta, sonriendo, nos saludamos, se sienta y enciendo la grabadora. Si le parece, empezamos por el principio, le digo, «¿Por dónde quieres empezar si no?», me responde con ironía manchega; no la va a abandonar en toda la conversación.

Antonio Jiménez Crespo nació en Tomelloso en 1934, tras pasar por el Seminario de Ciudad Real, ejerció como sacerdote en varios pueblos de la Diocésis. Desde 1972 reside en Madrid. Tras su jubilación, Antonio ha podido emplear el tiempo en una de sus aficiones, escribir. Así, ha publicado dos libros, “La apasionante vida de Doña Crisanta” y “Del ayer y otros olvidos. Mis cuatro calles”. Si el primero es un riguroso y documentado trabajo para sacar del olvido a la ilustre tomellosera, en el segundo el autor ha querido plasmar sus recuerdos de infancia.

Antonio Jiménez dejó Tomelloso muy pronto, con apenas trece años «en dos etapas, la primera regresaba con frecuencia. La segunda dejé el pueblo del todo y volvía muy de tarde en tarde para hacer una visita que necesitaba, para recuperar el recuerdo del pasado, de mi infancia». Estudio, nos cuenta «en el seminario viejo», el actual lo inauguraron siendo ya cura el protagonista de nuestra entrevista. Marchó a la capital en plena adolescencia, en una edad hermosa «todas las edades son hermosas y quien diga la contrario miente. Sobre la juventud hay mucha literatura. Un señor que se llamaba Cicerón escribió un libro alabando la vejez, que es de lo mejor que se ha escrito».

Tras doce años de carrera, Antonio Jiménez recibió su primer destino «San Benito, una aldea de Almodóvar del Campo en los límites del Valle de Alcudia». Allí ya vivió «lo que durante mi formación era un ideal, una meta a alcanzar que hacía feliz mi juventud». Después de tres años «el Obispo dijo que ya estaba bien», marcho a Villarrubia de los Ojos donde ejerció más de diez años «tiempo suficiente para dejar una labor estimable». Desde 1972 estuvo en Madrid donde, además de la labor parroquial, ejerció la enseñanza en un instituto.

En el Seminario «estudié Filosofía y Teología, una preparación sólida hasta donde uno no se puede imaginar. Era una formación clásica que nos ha servido mucho para entender el mundo». Y, lógicamente, le parecen muy mal los intentos de supresión de la Filosofía de los planes de estudio «ahora prima lo técnico, los valores humanos, ¿dónde están? Pues mire usted, ya han estado bastante tiempo: los hemos jubilado». Me cuenta que se siente muy orgulloso de su labor docente «vista mi trayectoria desde los 83 años que traigo encima digo ¡qué hermosa ha sido mi vida dedicándome a lo que me he dedicado! Dejando una huella y que me recuerden por donde he pasado, no por mi persona, sino por lo que he sabido transmitir y hacer. Pero no quiero ser orgulloso, le debo más a Dios que a mí mismo».   

«Los valores humanos ya estaban muy vistos y los hemos jubilado»
Libros de Antonio Jiménez

También ha tenido sus aficiones, me contaba «la de pintar; pinto a ratos, ahora más que antes. Y también escribir, me gusta. Ya en el seminario hacía mis pinitos, recuerdo gratamente un trabajo colectivo sobre la Generación del 98».

El Vaticano II ha sido lo más grande que ha vivido la Iglesia en mucho tiempo

Ha pertenecido siempre «al clero secular, no al regular», esto es, no ha vestido el hábito de ninguna orden religiosa, ha sido cura “de a pie”. Y el Vaticano II le pillo siendo sacerdote «aquello fue una hermosura, una gracia de Dios a la iglesia en un momento oportuno». Y es que, miradas con perspectiva histórica, «las circunstancias que rodearon al Concilio causan admiración. Ese Papa que hizo lo que nadie esperaba de él, aquello fue maravilloso. Lo vivimos con una ilusión grande porque sabíamos que tenía que venir mucho y muy bueno». El Concilio Vaticano II «ha sido lo más grande que ha vivido la Iglesia en mucho tiempo. No sé como estaríamos si aquello no hubiera ocurrido». Y la conversación nos lleva a las paradojas preconciliares, a que no se podía leer la Biblia “en lengua vernácula”, a Lutero y a la Contrarreforma; al Barroco como reacción y programa catequético.

Y tras hablar del actual Pontífice y de la Divina Providencia, tan necesaria para que Bergoglio ocupe la Cátedra de San Pedro, nos metemos en harina artística y literaria. Antonio recuerda que una de sus primeras incursiones en la literatura fue en «una campaña del Día del Seminario. El rector nos pidió a dos o tres de nosotros una colaboración pues la iban a publicar en la hoja parroquial y se quedó con la mía». Mientras ha estado «en activo» no ha dedicado tiempo a la escritura, me contaba Antonio, sin embargo «la pintura la he tenido siempre presente ¡Qué no es que haya sido un Velázquez, ni mucho menos! Pero he pintado siempre». Ya en Tomelloso «don Abraham en la escuela se dio cuenta de que pintaba bien». Pero nunca quiso «traicionarme a mí mismo restando tiempo a mis obligaciones». Porque Antonio «nunca quise ser un pintor que decía misas sino un cura que pintaba».

«Los valores humanos ya estaban muy vistos y los hemos jubilado»
Antonio celebrando una boda en Tomelloso

La apasionante vida de Doña Crisanta Moreno

Doña Crisanta tuvo la culpa de que cogiera de lleno la pluma «me revolvía que se supiese tan poco de aquella mujer, incluso ahora sigue sin saberse». De “La apasionante vida de Doña Crisanta Moreno” hay en la calle una segunda edición corregida y mejorada. “Del ayer y otros olvidos” recoge apuntes y cosas sueltas del escritor es «historia de mi pueblo».

Durante más de dos años Antonio Jiménez trabajó buscando documentación sobre Cristanta Moreno «he llegado a una relación muy especial con ella. Le tengo cariño». Doña Cristanta Moreno fue hija de su tiempo y benefactora de su pueblo sin necesidad. Es un libro muy cuidado en el que el autor ha tenido la precaución de no afirmar nada que no se pueda sustentar con papeles. «Podría decir cosas, que no las voy a escribir, yo también saco mis conclusiones. Hay situaciones y circunstancias muy curiosas sobre el personaje que alguna vez desvelaré». Crisanta fue una mujer que nació en un pueblo, en el siglo XIX, una época difícil, en una familia pobrísima, con doce hermanos y que logra progresar y salir junto a dos de sus hermanas de Tomelloso.

Menuda odisea, un viaje en diligencia de aquí a Madrid «allí hay un tomellosero, Sergio Navarro, que es medio familia y en la casa de este paisano vive toda su soltería, que fue larga». Y después «dos matrimonios. Muy acertados. Y el hecho de que fuera con dos viudos da mucho que pensar». El primero, Antonio Pardo, cuando Crisanta lo conoce «era diputado provincial y tenía negocios muy florecientes, lo que ahora llamaríamos agencias de viajes». Ese matrimonio duró quince meses, el óbito del marido tuvo lugar estando embarazada de ocho meses.

Permanece poco tiempo viuda y se casa con Víctor Peñasco «que no es el que muere en el Titanic, como ha calado». Este hombre es viudo, con un hijo «y está prosperando». A los doce años de enviudar, Peñasco se casa con Crisanta «y a pesar de la creencia popular, entonces no era inmensamente rico. Hizo fortuna a partir del matrimonio, además, Crisanta después de fallecer don Víctor siguió aumentando el capital». Y Antonio Jiménez nos aclara que Víctor Peñasco, el ahogado en el Titanic, es hijo de Hilario, fruto del primer matrimonio de don Víctor y, por tanto, nieto suyo. Las muertes de los maridos se producen en circunstancias trágicas y en los testamentos, especialmente el de Víctor Peñasco, «se ve la mano de doña Crisanta».

Me interesa saber el empeño de esta mujer por beneficiar a su pueblo de origen «está muy bien asesorada por un banquero de los de entonces, amigo de la casa». Y es que Crisanta, hereda a su primer marido, hereda a su segundo esposo y lo más trágico, también hereda a su hijo. Ella, me cuenta Antonio, vende propiedades de su primer matrimonio para incorporarlos a la sociedad de gananciales con Víctor Peñasco. «La familia empieza a progresar y Peñasco tiene cargos importantes en el Ayuntamiento de Madrid. Desde esos puestos empieza a prosperar, ya que España y Madrid están en una época de cambios muy importantes y él tiene información privilegiada. Compraron terrenos en los que sería el futuro Paseo de Recoletos».

A partir del fallecimiento de Víctor Peñasco «es cuando, a partir de una idea que tiene de hacía tiempo, se vuelca en Tomelloso y el en el asilo». El marido muere en 1891 «y en el 92, 93 y 94 compra los terrenos, hace la obra, dota el asilo y lo dona al Ayuntamiento de Tomelloso». Dada la pasión con que Antonio Jiménez escribió sobre la vida de Cristanta  Moreno, le parece muy mal que en Tomelloso tengamos tan mala memoria «yo mismo no sabía nada de esta mujer».  Y, sobre todo, que «sigamos mirando para otro lado y que no exhibamos los pocos valores que tenemos».

Del ayer y otros olvidos

El segundo libro “Del ayer y otros olvidos”, publicado en 2014, es mucho más íntimo «el primero, el de Crisanta, es investigación. Pero el segundo es mi intimidad, lo que viví, recordándolo como el corazón lo tiene y la cabeza lo conserva. Son sentimientos que no disfrazan la realidad de los hechos. Son verdades contempladas desde una distancia y desde unos recuerdos». Es un libro trabajado en el que el autor ha cuidado la forma y el estilo «hasta donde he podido». Es una lectura que engancha —este cronista acaba de finalizarlo—, en el que se nota el amor del escritor que nos lleva a una época oscura y complicada, la posguerra. Antonio Jiménez es capaz de mirar hacia atrás sin ira, sin querer ajustar cuentas ni deslindar pleitos pasados, con piedad (absolutamente cristiana).

«Los valores humanos ya estaban muy vistos y los hemos jubilado»
Amparito, en el centro, con algunos amigos

«Aquellos años fueron muy duros, pero no he querido escribir desde el dolor de las miserias y de las dificultades, lo he hecho desde la calidez de mis recuerdos y aportando una visión distinta». El libro mezcla rigor y humor, «¿por qué me voy a ensañar en los que se mataban?». Porque, me permito apostillarle al escritor, el humor es lo único que nos salva, es la coraza que nos protege del mal.

“Del ayer…” tiene poco de invención «he cuidado la forma literaria pero todo es real. Estamos en donde estamos, en el Pasaje de la Iglesia y ahí mismo estaba el bar de “la Lola”». Ha rescatado a muchos personajes que no fueron famosos por nada, «yo conocí a la hermana Paulina, la del cuento de Pavón».

La escuela de Amparo

A pesar de quedar un poco desengarzado «he querido tener un recuerdo para un fenómeno social de aquella época, la escuela de Amparo». Es digna de glosar la peripecia de esa mujer, a la que llamaban “la baldá” y que fue capaz de capitanear «un proyecto que tuvo unos resultados que a ella mismo estoy seguro que le sorprendieron. Por sus manos pasó un a generación de muchachos, que influyó en ellos tanto y lo suficiente para que muchas vidas de aquellas cambiaran».

La escuela estaba en la calle Socuéllamos «todavía está la casa como ella la dejó». Impartía clase por las noches «los alumnos, por el día iban a trabajar al campo y al ponerse el sol los rescataba para formarlos». Antonio también pone en valor el esfuerzo de aquellos muchachos «que iban a la escuela porque percibieron un mundo cambiante para el que no estaban preparados y allí encontraron una ayuda que les abrió muchas puertas». De allí salieron directores y trabajadores de banco o maestros «el día de la presentación de este libro vino un exalumno de la escuela de Amparo, exprofeso desde Alicante, y le hice que contase como fue aquello. También se levantó y habló un conocido maestro jubilado que pasó por aquel colegio».

El Tomelloso precario que relata Antonio en su libro ha dado origen a la ciudad que ahora conocemos «eso es maravilloso. Pero, por poner alguna pega, creo que todavía se puede hacer algo más por la promoción intelectual de la gente». A pesar de que Tomelloso sea un paradigma «de artistas y escritores como no hay en otro lado».

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