Francisco Martínez Ramírez, "El Obrero". (Foto de @SantiBLFotos)

La historia de nuestra ciudad es única, y eso ha contribuido a crear una sociedad que también es única. Aunque compartimos una cultura común con el resto de castellanomanchegos, con los que nos sentimos muy identificados, tenemos ciertas peculiaridades que son producto de nuestra historia y circunstancias. Por eso, para comprendernos y conocernos, primero hay que conocer nuestra historia.

Tomelloso nació alrededor de un pozo situado en el cruce de dos cañadas reales hace casi 500 años, pero no fue hasta el siglo XVIII cuando se pudo convertir en ciudad independiente. Esa pequeña aldea rodeada de tomillos, romeros y encinas, poco a poco se fue empoderando a través del viñedo para terminar siendo este su seña de identidad. La historia de nuestra ciudad se caracteriza por su constante superación, de pioneros similares a aquellos del ‘Fart West’, que tuvieron que crear algo muy grande partiendo casi de la nada.

Tomelloso es una ciudad única. Siempre hemos tenido que luchar contra todas las circunstancias que hemos tenido en contra. Nuestros antepasados levantaron una ciudad a base de mucho trabajo y esfuerzo, y en poco más de un siglo convirtieron una pequeña aldea de 500 habitantes en una ciudad de más de 30.000. Las claves fueron la agricultura, basada en el viñedo, y posteriormente la industria del vino y los destilados de alcohol. Esto creó otras industrias auxiliares que terminaron por diversificarse para dar a nuestra ciudad un dinamismo económico que traspasó fronteras.

Desde finales del siglo XVIII, Tomelloso empezaría un cambio en su actividad económica principal, vinculada desde su nacimiento al cultivo del cereal. Se empieza a introducir de forma tímida la vid entre sus cultivos, hasta alcanzar su etapa de apogeo durante el último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, cuando se convirtió prácticamente en un monocultivo. Es durante estas décadas cuando Tomelloso se transforma en todo lo que es actualmente a nivel económico, social y cultural, y la ciudad terminaría denominándose “El Manantial del Vino”.

La enorme expansión del cultivo de la vid en Tomelloso se debió a la plaga de filoxera que afectó a los viñedos franceses y del norte de la península en la segunda mitad del siglo XIX. Una plaga que fue soportada por las vides de La Mancha, con variedades de uva diferentes, con un clima y suelo más resistentes a la plaga. La necesidad de atender la demanda de un mercado que se había quedado totalmente abandonado propició que en toda la comarca se extendiera el cultivo de la vid, así como la producción de vino, con varios cientos de bodegas particulares.

Lógicamente, la acelerada extensión del cultivo de la vid trajo consigo una gran demanda de mano de obra. Esto hizo que la población se multiplicara en poco tiempo, superando en la década de 1920 la cifra de los 20.000 habitantes, y consiguiendo el título de ciudad en 1927. No obstante, el término municipal de Tomelloso era un poco reducido para tal demanda de tierras de cultivo, por lo que los mismos habitantes buscaron tierras de labor más allá del mismo, en la dinámica propia de su estirpe pionera y colonizadora.

El periodo de las décadas que van entre 1900 y 1960 marcaron el carácter de la ciudad y sus habitantes, quienes prosperaron a partir del trabajo duro de sol a sol, de la iniciativa privada (pues aquí no contábamos con ilustres apellidos de la política, ni estirpes de nobleza o de hidalguía).

Tomelloso se creó y maduró desde abajo de la forma más democrática que permitía el contexto histórico. Pero ese crecimiento vino acompañado de la triste realidad de todas nuestras carencias: la ciudad continuaba siendo pobre en cuestión de infraestructuras. El gran aumento de producción vinícola trajo consigo muchos nuevos retos, pues las malas comunicaciones con el resto de España para poder enviar la producción de vino hizo que los tomelloseros tuvieran que reinventarse.

Así fue como se creó una importante industria de fabricación de alcohol vínico para reducir los volúmenes del producto en cuestión, facilitando su transporte y comercialización. Estas alcoholeras fueron en principio propiedad de los vecinos de Tomelloso, pero más tarde las más importantes empresas nacionales del sector (sobre todo las firmas jerezanas) se establecieron en la ciudad, convirtiendo a Tomelloso en el mayor productor mundial de alcohol vínico, puesto que sigue ocupando actualmente. A partir del siglo XX, Tomelloso se hizo mayor de edad con los viñedos, las bodegas, el vino y todos sus derivados, y esa ha sido desde entonces nuestra mayor seña de identidad. En mayor o menor medida, nuestro sistema sensorial se nutre de uvas, mosto, vino, alcohol y brandy.

A pesar de que la transformación del vino en alcohol reducía el producto a una séptima parte, la producción seguía siendo excesiva para las deficitarias redes de comunicación de la época. La iniciativa privada (una vez más) hizo otra gran hazaña, como fue la puesta en marcha del ferrocarril. Un insigne vecino de Tomelloso, Francisco Martínez Ramírez, fue el impulsor de la idea a través de su periódico “El Obrero de Tomelloso”, que vio la luz el día 1 de noviembre de 1903, con el subtítulo de “Defensor de los intereses comerciales y agrícolas”. La fundación de un semanario de estas características le situó como uno de los personajes más influyentes de Tomelloso y La Mancha. El ferrocarril se inauguraría en 1914 y sería un ramal que conectase con Cinco Casas en la línea Madrid-Andalucía.

Inma Delgado Fotografía New Born

Todos estos cambios hicieron que la ciudad se modernizara a marchas forzadas, y siempre desde dentro. Tomelloso se abrió al mundo y la modernidad no vino a buscarnos, sino que nosotros salimos a por ella. Nuestro caso es el mejor ejemplo de hacer de la necesidad una virtud: ya no éramos simplemente una sociedad rural enquistada en el mundo agrícola, sino que empezamos a hacer nuestra pequeña revolución industrial, llegando a convivir una cultura rural con otra industrial y burguesa, y generando un movimiento cultural e intelectual que en ningún momento estuvo aislado de su momento histórico, ni de todos los avatares del convulso primer tercio del siglo XX de nuestro país. Es en este periodo histórico en el que aparecen los primeros personajes ilustres, como el ya mencionado Francisco Martínez Ramírez, Francisco Carretero, Luís Quirós Arias o un joven Antonio López Torres.

Los años de la república, la guerra civil y la post-guerra no fueron distintos al resto de España, pero Tomelloso ya tenía su ADN impreso. Seguíamos marginados a nivel oficial, y marchando al mismo ritmo que el resto del país. Subsistíamos con nuestras herramientas, produciendo vino y alcohol, con los que contribuíamos generando más impuestos al Estado que otras poblaciones, aunque el Estado seguía ignorándonos.

Bogas Bus

A partir de la década de 1950, la crisis del campo, aparejada a su progresiva mecanización, mermaron la población de Tomelloso en torno a un 15 % desde el máximo de 32.000 habitantes censados en 1954. La puesta en funcionamiento del embalse de Peñarroya en 1959, en la cabecera del río Guadiana, propició que nuevos cultivos, hasta entonces prácticamente vedados por el clima estepario de la zona, fueran haciéndose un hueco cada vez más importante dentro del monocultivo de la vid.

Fue el caso del melón, que acabaría dando renombre a la población en todo el territorio nacional, convirtiéndose en un producto merecedor de una Denominación de Origen Protegida, algo que se manifiesta como una demanda más a añadir al listado de nuestras reivindicaciones. Fue en estos años convulsos de postguerra, ya en la década de 1950, cuando aparece una segunda generación de ilustres: la generación del artista más universal, Antonio López, y los escritores Eladio Cabañero, Francisco García Pavón o Felix Grande, y algo más tarde el escritor Dionisio Cañas, al igual que el pintor y escenógrafo Marcelo Grande. No quiero extenderme en este asunto, pero diré para quien no conozca Tomelloso, que el periodista Melchor Fernández Almagro, en la década de 1960, bautizó a Tomelloso como “La Atenas de la Mancha”.

Desde finales del siglo XIX, en Tomelloso han convivido de forma muy natural dos culturas o formas de entender la vida. Por un lado, la sociedad rural del trabajo agrícola apegada a la tierra y a sus costumbres; y por otro lado, la sociedad industrializada de las bodegas, las destilerías y los talleres de forja y calderería, que posteriormente se transformarían en pequeñas factorías del trabajo metalúrgico con tecnología punta, para ir evolucionando y diversificando su producción. Estas dos culturas aparentemente opuestas se han complementado, e incluso han interactuado, para crear un universo sociológico muy particular, que ha generado ese ADN heterogéneo y ecléctico de mirar al horizonte con los pies plantados en la tierra.

Las gentes de Tomelloso son el Yin y el Yang. Arraigados a la tierra pero mirando al Universo, muchos han encontrado sus sueños y aspiraciones aquí. Otros muchos han caminado en busca del horizonte, pero siempre han vuelto al origen, porque nuestras raíces son flexibles y largas pero jamás se las puede arrancar del todo. En nuestro ADN está impreso el esfuerzo de lograr nuestros sueños sin contar con ayuda exterior. Eso nos ha dado una mentalidad soñadora y creativa, porque tenemos que reinventarnos continuamente. Allá donde haya algo nuevo que aportar al mundo, siempre habrá un tomellosero en el equipo.

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Suele ocurrir que a quien destaca por encima de los demás se le suele despreciar y atacar. Eso ha ocurrido con Tomelloso, pues muchas veces se ha divulgado una imagen de nosotros muy falsa e injusta, una imagen de pueblo subdesarrollado lleno de personas brutas y analfabetas, sobre todo para hacer los típicos chistes equivalentes a los habitantes de Lepe, ciudad hermana con miles de virtudes.

Quizá los tomelloseros tengamos una parte de responsabilidad del menosprecio que se nos tiene, pero solo por nuestro orgullo positivo. Todas las poblaciones de nuestro alrededor se han beneficiado de esa imagen y la han promocionado por intereses propios. Ciertamente, Tomelloso tiene una historia de trabajo, esfuerzo y sacrificio, cuya recompensa siempre fue demasiado escasa, y eso ha forjado en nosotros un espíritu individualista que es la causa de nuestras virtudes y nuestros defectos

Para nosotros, el camino del medio no tiene recorrido, y somos capaces de lo mejor y quizá a veces también de lo peor. Nuestro orgullo no está reñido con la humildad del trabajo duro, y nuestro ruralismo es más rural porque somos una ciudad que aporta más renta per cápita en impuestos que el resto de ciudades de la región (pido perdón por la reiteración sobre este tema).

Por culpa de nuestro individualismo, siempre se nos ha negado todo aquello por lo que no estuvimos dispuestos a unirnos para lograrlo. Pero ese individualismo ha dado cientos de personajes ilustres en todas las disciplinas (literatura, periodismo, investigación, artes plásticas, etc). Somos, como ya he dicho en más ocasiones, Atenas y Esparta. Tomelloso es así, no cabe duda de que somos “La Atenas de la Mancha”, pero esta Atenas también comparte protagonismo con “La Esparta de la Mancha”. Ambas conviven en un mismo espacio, y esperemos que Atenas vaya venciendo a Esparta, pero sin perder toda su magia y poderío.

Para lo bueno y para lo malo, Tomelloso tiene un ADN único y peculiar.




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