Javier Expósito Valdeolivas-Díaz es de Manzanares provincia de Ciudad Real. En Manzanares, provincia de Ciudad Real se estilan los apellidos compuestos, dan más prestancia. Ahora que caigo, también en La Solana.
«En Manzanares manzanas,/en Membrilla membrillos/ y en llegando a La Solana/ coladores y lebrillos».
Javier, al que llaman por el hipocorístico, es rubio, como un albaricoque o un litro de vino, tiene un Renault 12 y gasta jerséis amarillos. Siempre con pantalones de género, con la raya perfecta y dos pinzas. Calza zapatos con una borlita muy mona, negros, que salvando las distancias parecen los chapines del Santo Padre.
En el patio de la casa de Javier Expósito Valdeolivas-Díaz hay una higuera. El príncipe Siddhartha Gautamá estuvo sentado debajo de una varias semanas —no dicen cuantas— sin moverse. Cuando caía una terrible tormenta, de las raíces del árbol surgió del rey de las serpientes, Muchilinda, y se enroscó alrededor del príncipe como si fuese una caperuza. Bajo la higuera Siddhartha alcanzó la iluminación espiritual y se convirtió en Buda, que quiere decir el iluminado; los nombres aunque sean en sanscrito casi siempre tienen una explicación. La higuera es de la especie ficus religiosa y se llama el Árbol de Bodhi y, por lo visto, es la planta angiosperma de más edad sobre la faz de la Tierra.
La higuera del patio de los Expósito da mucha y buena sombra, también brevas para San Juan e higos para la Virgen de Agosto. Cogen un cubo de cada clase; dejan unos cuantos frutos para que coman los pajarillos. Sobre todo las golondrinas. Las golondrinas le quitaron la corona de espinas a Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Dios las bendijo e hizo que su carne fuese amarga. Las golondrinas llevan el dorso negro como luto por el hijo de Dios y no se pueden matar.
«Ya bajan las golondrinas/ con el vuelo muy sereno,/ a quitarle las espinas/ a Jesús de Nazareno».
Debajo de la higuera del patio de los Expósito encontraron un puchero con duros de oro del rey niño y pesetas de plata del tío sentado. Hace muchos años. Compraron cuarenta hanegas de viña en Los Machos y dos mulas catalanas a un tratante de Tomelloso. El resto lo dejó el abuelo de Javier, que fue el que encontró la vasija, en una manda para que dijesen setenta veces siete misas por su eterno descanso en la parroquia de la Asunción, pues le remordía la conciencia y no estaba seguro de alcanzar la Gloria.
Javier Expósito Valdeolivas-Díaz da clases en el Instituto Nacional de Formación Profesional de Tomelloso. Va a diario en el R-12, siempre sonriente con los jerséis amarillos y los chapines de borlita, es muy campechano y habla con los alumnos en el hall; fuma Kent sin ningún asomo de vergüenza. Pertenece al cuerpo de “Maestros del taller” rama administrativa y comercial, imparte clases de mecanografía y prácticas de oficina. Una vez que faltó el profesor de economía por enfermedad lo tuvo que sustituir durante un par de semanas. Explicaba los sistemas económicos con conceptos sencillos: hablaba de las colas para las patatas en los regímenes comunistas, de la excesiva oferta de género en los capitalistas y de Keynes como el centro virtuoso.
Lo de las misas del abuelo siempre le resultó extraño, también misterioso. Un día se enteró de todo, del hilo al pabilo, en un bar de la plaza de su pueblo y le produjo desazón. Unos kilómetros antes de entrar en agujas, el correo de Andalucía le segó el cuello, precisamente con la rueda de la derecha del segundo eje del coche restaurante, a la criada de la casa, natural de Membrilla, que notó algún retraso, ligeros mareos y algún que otro vómito. Prefirió el otro mundo a la deshonra.
El rey Asoka cada año le rendía homenaje al árbol de Bodhi, pagando un festival que duraba más de un mes. Su esposa Tissarakkhā se sentía celosa del árbol. Fallecido el marido se convirtió en reina e hizo matar el árbol mediante espinas de mandu. Una vez muerta la reina, en el sitio se plantó el vástago de un vástago del árbol original que había en Ceilán.