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sábado, 20 abril

Democracia entre tornillos: Natalio el ferretero, por F. Navarro

ferreteria

Natalio lleva las gafas en la mitad de la nariz. Son de medio cristal. Levanta la vista por encima de los lentes, eso le da un aspecto, a la vez, de senectud y cachondeo. Es ferretero y ajusta las cuentas con el bolígrafo y un papel, no usa la calculadora porque dice que las operaciones que hace la máquina las sabe resolver él perfectamente. Así mantiene la mente despierta y no contribuye a la emisión de anhídrido carbónico a la atmósfera, afirma. Los folios usados, los prospectos de propaganda, las copias de los albaranes y cualquier papel inservible que cae en sus manos lo descuartiza pacientemente, ayudado de un escalímetro metálico y pesado, con precisión y soltura, para soporte de las cuentas.

Natalio despacha los clavos, tornillos, chinchetas, tachuelas, escarpias y cáncamos al peso. Los tacos de plástico los vende en bolsitas de diez unidades. Echa pequeños puñaditos de puntas en un trozo de papel de estraza que suelta en un platillo de una balanza, en el otro pone el peso y sin que pare la aguja lo da por bueno:

—Un cuarto bien pesado.

Natalio también vende llamadores, pomos, bisagras y herramienta de mano. Rejas de arado y aperos (marca La Bellota). Las partes de un arado romano son, el timón, los clavijeros, la cama, las vilortas, el dental, la reja, la esteva, el pescuño y la telera. Despacha también pasamanería, cordelería, cables eléctricos, coaxiales, mangas y mangueras, por metros. En el mostrador tiene señalada la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre con dos chinchetas de cabeza blanca clavadas en el canto interior.

Es pintor aficionado; amigo de Antoñito (como él dice) López García y un apasionado de los canarios. También hace sus pinitos literarios, plasma su recuerdos en papel pautado, escrito con letra inglesa y usando excesivas comas y paréntesis, pero con mucho pundonor y rotundidad. Hablando de diminutivos, una vez Natalio discutió con un setentón al que llamaban Juanito, por incumplir una promesa:

Inma Delgado Fotografía New Born

—A mí, cuando era niño me decían Natalito, ya de mocete me llamaban Nataliete y desde que vine del servicio me dicen Natalio. Sin embargo a usted le llaman Juanito con setenta años, lo que demuestra el peso que tiene para sus conocidos.

El ferretero es socio del casino de los señoritos, aunque lleve sin ir desde que suspendieron los bailes de carnaval, para religiosamente su cuota y vota en las elecciones a la directiva. Es un demócrata convencido, con pasión decimonónica, ilusionada e ilustrada. A la efigie de Natalio le vendrían bien unas patillas de las que se usaban en el trienio liberal. A pesar de haber brincado ya con creces la edad de la jubilación, aún no presenta los papeles del retiro. ¿Qué iba a hacer él sin actividad? Además, es de las pocas potestades del autónomo.

Como sus amistades son todos eméritos, casi todas las mañanas y alguna que otra tarde tienen tertulia en la trastienda. La crisis ha traído una baja considerable en las ventas y un aumento significativo de la parla.  En la referretería analizan la situación, las medidas del gobierno, como hemos llegado a esta situación, la manera de salir, etcétera. A casi todos se les nota del pie que cojean, pero la ecuanimidad prevalece.

—Los anteriores nos mataron y estos nos entierran. —suele decir un talabartero que se reconvirtió en mecánico de tractores.

Pero nuestro héroe es intransigente ante el vilipendio gratuito a los políticos. Cuando se repite el mantra de que son una casta, que hay que acabar con los partidos, que todos son iguales, etcétera, se le vuelve la cara del color de las garrotas y cuenta que esos argumentos los ha oído sistemáticamente, a lo largo de su vida, por los enemigos de la democracia.

—La mayoría de la gente lo hace de buena fe y porque está hasta las narices, claro. Pero me dan miedo los que lo hacen conscientemente, denostando a los políticos se acaba aborreciendo el sistema. Y nos ha costado mucho vivir todos estos años en democracia.

Suena la campanilla que tiene Natalio puesta en la puerta de la ferretería. Abandona la trastienda y sale a despachar a un zagalejo que le dice sonriente:

—Natalio, dice mi padre que me dé un cuarto de clavos de gota sebo, de los mayores y que se los apunte usted.

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