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jueves, 25 abril
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XVI Premio de Narrativa “Francisco García Pavón”

JURADO

PRESIDENTA

Dña. Mª DOLORES CORONADO GONZÁLEZ

Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Tomelloso

Bogas Bus

VOCALES

Dña. SONIA GARCÍA SOUBRIET

Escritora

D. OSCAR URRA RÍOS

Escritor

D. DAVID PANADERO GÓMEZ

Escritor

D. JESÚS EGIDO SALAZAR

Rey Lear Editores

SECRETARIA

Día Mundial de Seguridad y Salud en el Trabajo
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Dña. ROCÍO TORRES MÁRQUEZ

Directora de la Biblioteca Municipal de Tomelloso

Inma Delgado Fotografía New Born

Examinados los trabajos presentados, el Jurado acuerda por UNANIMIDAD,

conceder el XVI PREMIO DE NARRATIVA«Francisco García Pavón»,

dotado con 7.500 €, Edición de la Obra y Diploma a:

D. FERNANDO CÁMARA

de Mádrid, por su obra titulada :

«CON TODO EL ODIO DE MI CORAZÓN»

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Con todo el odio de mi corazón

Fragmento: 1. Parte I. Oeste

El terreno donde están acampados pertenece al Ayuntamiento o a la Comunidad, y ya les han solicitado el desalojo varias veces. Pero fuera de algún registro más o menos fastidioso, todavía no les han obligado a marcharse. Puede que suponga mucha burocracia el poder largarles, o quizá haya elecciones municipales cercanas, y no conviene apalear y pedir votos a la vez.

Allí se rigen por asambleas durante la noche, aunque sus planes se reducen básicamente a pensar qué comer al día siguiente. Saben que existen otros asentamientos mejores, en terrenos urbanizados, donde muchas familias viven de okupas en edificios que no llegaron a terminarse por impagos y que ahora pertenecen a los bancos. Pero son colonias saturadas, con constantes amenazas de expulsión, y ellos
tienen ya demasiado nervio en el cuerpo como para aumentar el suspense.

Manuel ha conocido otros lugares desde que salió de casa hace cuatro meses, pero este es casi el mejor: la cercanía con la naturaleza y el recuerdo de las acampadas de juventud le agradan. Y por contraste, le apena la cantidad de ancianos que sufren allí las inclemencias del tiempo y casi no pueden valerse por sí mismos. Son abuelos que pusieron sus viviendas como garantía para las hipotecas de sus hijos, y allí están de nuevo todos juntos.

También hay individuos solos, aislados del mundo desde hace tiempo, tipos más cercanos al mendigo tradicional pero que aprovechan el calor y los recursos del grupo, aunque sin abandonar el brick de vino ni alguna que otra perorata nocturna. También hay familias mínimas,
parejas de padres que lloran en la intimidad la separación de sus hijos, a los que han tenido que dejar en casa de algún hermano o abuelo con los que no se llevaban precisamente bien. Ya te dije que ibas a acabar así. Dolor y humillación.

Hay colonos que cocinan para grupos enteros, para todo el que quiera, paguen o no la voluntad. Pero hay bastantes personas que prefieren comer en privado, lejos de las miradas. Quizá no creen ser tan míseros como los demás, excepto cuando agotan todos sus recursos y la angustia les hace venirse abajo, y son entonces sus propios hijos los que terminan mendigando para sus padres, que están en tal estado de inanición y desesperanza que la muerte no resulta una opción disparatada.

Raro es el día que no viene alguien nuevo, individuo o familia. Se les acoge y se les acopla en un espacio determinado por el tamaño de la tienda o caravana que traen. El perímetro crece constantemente y es necesario aceptar estos planes básicos de urbanismo campestre.La mayoría vienen propulsados por esos incesantes ERE y los consecuentes desahucios.

Los niños andan con miedo al principio, como si visitaran un poblado marginal de drogas, y se preguntan cuánto tardarán sus padres en adquirir esa tez oscura, dejarse el pelo largo y proferir llantos flamencos mientras las madres se quejan de barrizales, ratas y lluvias que les anegan las chabolas. Vértigo, miedo y confusión. Pero sus padres los tranquilizan porque se trata de algo temporal, chicos. Siempre la misma historia: cuestión de un par de días, hasta que se arreglen algunos asuntos. Y luego dos semanas, con opción a dos meses, ¿no es genial? Los más vitalistas dejan ya de contar días y se preocupan del momento, del ahora, y piensan que lo mejor es vivir ese exilio como si se tratara de una aventura. Y aunque muestran sonrisas y tratan de contagiar ánimos, saben que esto no es solo un trance temporal, y que nadie vendrá a devolverles sus espacios propios de clase media.

El alboroto de los niños hace que Manuel salga sin terminar de afeitarse de la caravana de Adolfo. Se pelean por los vasos: ¡este tiene más que el otro, el mío era este y lo sabes, ayer yo bebí en este…! Madres de ojos hundidos intentan contenerles a base de gestos cansados en este nuevo día en el infierno. La madre de Paula no consigue contentarles. No hay justicia para esos niños que empiezan a empujarse para resolver el pleito. Manuel media con esa firmeza y cariño que agrada a muchos padres y crea recelos en algunos otros.

Afortunadamente, la mayoría de hijos no viven en el asentamiento con sus padres sino que han encontrado cobijo en casa de algunos familiares que aguantan como pueden antes de verse integrados en estos inhumanos clubs de camping. Pero hay más niños allí, al menos cuatro más, que viven prácticamente encerrados en las tiendas, intentando evitar los piojos de la chusma, ocultos por orden paterna, para que nadie los reconozca una vez que hayan vuelto al estatus que les corresponde. Esa esperanza es lo que permite a muchos seguir respirando ese repugnante aroma sobrecargado de ajo, de efluvios a gachas, a fotos sepia de posguerra, a vejez, alcanfor y muerte.

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Fragmento: 2. Parte I. Oeste

—Ese hombre representa al mundo de la política, de la empresa y de la banca juntas. Es imposible tener más dimensión social y mediática. Lo que le pase será un brutal toque de atención que hará cambiar el rumbo de muchas cosas. Este tipo de gente solo atiende al miedo.

Observa a Manuel, que revuelve la arena con la punta del pie.

—Estamos hablamos de un grandísimo hijo de puta, Manuel. Los recortes de sanidad de hoy son herencia de cuando él estaba en el gobierno —miente Carmen.

Manuel sopesa la noticia.

—Y para postre, su gestión bancaria: quiebras familiares por las acciones devaluadas, créditos inasumibles, robos de los ahorros
con las preferentes…

Manuel levanta la vista y la mira fijamente.

—¿A qué te dedicas tú?

La pregunta pilla por sorpresa a Carmen.

—Estoy… en el paro.

—¿Y a qué te dedicabas?

—¿Por qué?

—Yo era profesor, ¿y tú qué hacías?

—Trabajaba en inversiones.

—¿Dónde?

—¡En un banco! ¡Era la directora de un banco!

Manuel asiente.

—Lo sabía. Solo quieres vengarte —echa a andar decidido hacia la salida.

—Tú también quieres vengarte. ¡A todos nos han jodido! —dice Carmen siguiéndole.

—¡Pues échale huevos y dispara tú!

El grito alerta a uno de los perros, que se pone a ladrar. Chsssst, le calma el chaval.

—No es venganza, es justicia. Gracias a que trabajaba en el banco he conocido todas las barbaridades que se han cometido.Moralmente tenemos la razón, Manuel.

Se detiene y se encara a Carmen.

—Vamos a dejarlo, ¿vale? Yo no puedo hacerlo. Me faltan razones para matar a ese hombre, y cuando llegue el momento estoy seguro de que me echaré atrás.

—De acuerdo. Lo dejamos —enciende un cigarrillo.

Manuel se extraña de la falta de resistencia.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunta Carmen.

Manuel no sabe qué contestar. Y qué coño le importará a ella.

—¿Vas a volver al campamento? Te llevo si quieres. Te llevo en coche y te dejo allí con tus gentes, mirando el fuego, cocinando latas, lo que te apetezca. Esperando a que cualquier día se mate otro compañero. Y luego otro y otro, hasta que no quede nadie. ¿Te llevo? ¿Quieres que te lleve?

—¡Quiero que me dejes en paz! ¡Que me dejes de una vez!

De nuevo se persiguen y salen del parque ante los cuchicheos de los dueños de los perros.

—No busco un asesino, Manuel, sino un ciudadano capaz de hacer justicia social. ¡La gente ya no puede esperar más, como tú me dijiste! —le coge del brazo—. ¡Tu gente está al límite y cada vez peor mientras no hagamos nada!

—¡Que me dejes, joder! —la pega tal empujón que casi la tira al suelo—. ¡Que te he dicho que no me toques! ¡Que no me toques!

Se marcha corriendo, mareado, con la agonía de los niños dándole vueltas. Los críos y sus padres desesperados. Pero matar no va a  arreglar nada. Recuerda de nuevo las manos de Mario, jugando con los cantos rodados que coleccionaba. Sus deditos morados cuando lo encontró muerto. Mario muerto… Y rompe a llorar agarrado a las verjas del parque, tratando de ocultar su vergüenza y su derrota al mundo.

Porque ya no sabe qué hacer. Pensaba en esta misión como entretenimiento para no quedarse solo en su tienda de campaña. Porque sabe que allí está la pistola. Y que ya no está atascada. Y que al menor síntoma de flaqueza se meterá una bala. Y está seguro de que lo hará
porque ya lo intentó. Y no dudó. Y si sigue vivo es gracias a unos cuantos granos de arena que trabaron el arma.

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Fragmento: 3. Parte II. Norte

—Y van los cachondos y nos echan la culpa a nosotros por vivir por encima de nuestras posibilidades. Y después te enteras de que han vendido el país entero a base de créditos al exterior, que es como si nos hubieran invadido, pero en silencio.

—En realidad siempre ha sido igual, pero antes no teníamos tanta información.

—Y de qué nos sirve saberlo. ¿Para indignarnos aún más? ¿Para calmar la impotencia con ansiolíticos?

—Lo malo es que la gente hace la revolución desde sus casas: dibujitos y frases en el facebook o el twitter y ya está. ¡Como si todo el mundo anduviera leyendo sus mensajes!

—Lo que pasa es que la gente no está tan al límite como parece. Hay millones de parados en el censo, pero muchos cobran en negro, sin declarar nada.

—Insolidarios hay en todos lados.

— Y si a ti te ofrecieran trabajo, ¿qué? Por muy en negro que fuera ¿no lo cogerías?

—Quita tú esos trabajos ilegales y entonces ibas a ver de verdad cómo la gente se ponía en pie de guerra.

—Nadie haría nada.

—¡No se puede ir contra el sistema!

—Si nos juntamos todos sí —dice Andrés exaltado—. En cuanto tres personas se unen, ya no hay marcha atrás. Es como la comida, ¿verdad? —dice mirando al tío Paco—. No pasas hambre si un compañero comparte contigo. Pues en la lucha no desfalleces si otros te apoyan.

Manuel apenas reconoce a su apático compañero. Hasta Eloy jalea los ánimos de Andrés.

—Ni por esas, tío. ¿No veis que nos han estirpado la violencia? Estamos anestesiados desde niños y nos moriremos de hambre antes de  poder cambiar nuestra naturaleza.

—Es verdad, siempre decimos lo mismo: que el primer día que nuestros hijos se acuesten con hambre nos alzaremos y nadie nos
parará. Pero aquí estamos, dando algún palo que otro a supermercados y poco más.

—Somos una raza que se adapta. Y a lo mejor eso no es tan malo.

—Mira, yo te digo una cosa —le dice el Bigotes a Manuel aprovechando que su hija está dormida—, si yo fuera profesor como tú, que eres profesor, ¿no?, pues si yo tuviera en mi clase a los hijos de todos estos cabrones de los bancos y del gobierno, si los tuviera de alumnos, los inducía a todos al consumo de drogas.

—¡Hala ya!

Eloy se ríe: buena propuesta.

—Las drogas más duras que hubiera —continúa el Bigotes—. Y nada de esforzarse, chicos, les diría, y que los deberes los haga su puta madre si quiere. ¡Y a vivir y a beberse la vida copa a copa! Y así se los devolvía yo a sus padres: reventados de drogas, vagos e incapaces de trabajar y de valerse nunca más.

Eloy aplaude. Abucheos. Pero el Bigotes sigue crecido mientras el tío Paco come pacíficamente su naranja.

—Si las reglas se han ido a la mierda, pues a la mierda para todos. Banqueros que te roban y políticos que desgobiernan, pues profesores que deforman. De cualquier manera, con el país que nos han dejado, totalmente hundido, qué sentido tiene que nuestros hijos trabajen. ¿Para qué? Con qué cara les vas a decir a los chavales que si se esfuerzan van a conseguir… ¡ni una mierda van a conseguir ya!

Codazo de Rocío. Nuevos abucheos y también más aplausos. Corrillos de opinión. Manuel le susurra a Olga que está cansado y que se va a la cama, pero…

—Le damos demasiada importancia a la vida —dice el tío Paco tan bajito que deja a todos callados. Tira las cáscaras de naranja a lo lejos y se limpia con su pañuelo.

—Nos apegamos a las cosas, a la existencia, y en el fondo somos como plantas. Solo eso. Flores que brotan un día y luego se secan al sol. Y eso no está tan mal, chicos. Eso es la vida. Así que, por qué aferrarse a nada. —Se levanta—. Cuando descubres lo poca cosa que eres,  alcanzas casi el cielo —dice mirando arriba un rato.

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