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miércoles, 24 abril
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La zonga, por Andrés Cañas

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Aunque para algunos lo parezca, el título de este espacio no es rebuscado entre vocablos que digan lo mismo que el elegido.  Pues la palabra «zonga» ni está en el Enciclopédico Salvát, ni en el Espasa de «sinónimos» que tengo en casa y que en ocasiones utilizo.

Zonga era el nombre que dábamos a la comilona con que la juventud de mis tiempos «celebrábamos» la Noche Buena.  Para ello aportábamos cada uno de nosotros lo que se nos ocurría y con una buena lumbre se preparaba el suculento y siempre apetitoso menú.

—Oye, Ramón, si ves a Paco recuérdale que el vino que trajo en año pasado estaba un poco «repuntado» y casi nos estropea la zonga.  Que si este año lo va a traer él y no lo tienen mejor, que no se moleste, que ya lo pondremos nosotros.

—Bueno, intentaré decírselo con buenas palabras, porque ya sabes cómo las gasta y a lo mejor se enfada y no viene.

Aunque las fiestas de Navidad  se acostumbra a alargarlas con los días de año Nuevo y Reyes, nosotros las alargábamos  un poco más, ya que solíamos repetir que; «Hasta San Antón, Pascuas son».  Es decir, que desde el encendido de las luces del Portal de Belén, hasta ver hechas cenizas las hogueras de San Antón, excepto los días hábiles que íbamos a trabajar, eran jornadas de fiesta y excesos.

Inma Delgado Fotografía New Born

La semana anterior a la Navidad, cuando la poda de las viñas estaba en todo su apogeo, si la Pascua caía a media semana, los viñeros solíamos estar hasta diez días sin aparecer por el pueblo. Y es que entre la poda y hacinar los sarmientos, hacer «casillas» y echar basura, sacar cepas improductivas, etc. el trabajo no se terminaba nunca.

—¿Dónde vas a estas horas con el frío que hace? —le digo a un vecino que  me encuentro en la calle cuando ya estaba anocheciendo

—Perdona —me respondió él sin pararse— pero es que voy a recoger las tijeras de podar al taller de «Los Magras» y no puedo entretenerme por si cierran.  Y como el lunes madrugamos, queremos dejar todo preparado y colocado en el carro.

—Ya, eso está bien, pero no corras porque tienes tiempo.  Y aunque veas que la puerta está cerrada, tú llama que ellos está dentro y te abren.  Ahora tienen mucho trabajo y suelen irse algo más tarde que otros días.

—Bueno, te dejo, a Dios.  Ya nos veremos en otro momento.

En aquellas comarcas pobladas de viñedos, igual al anochecer que al amanecer, era un verdadero espectáculo ver tantas casas y bombos echando humo por la chimenea. Lo cual indicaba  que en el campo había vida.  Y es que en aquél lugar dominaba el minifundio y la gente que reunía 20 ó 30 fanegas de viña en un mismo pago se hacía un pozo de donde sacar agua y con piedras y los tapiales de tierra muchos se construían su propia casa.  Casas que no eran utilizadas solo por sus propietarios, si no que daban cobijo a los vecinos que lo necesitaba.

—Hermano Lucio, dice mi padre que si me deja usted la llave de la casa, que el lunes vamos a coger las aceitunas y estaremos unos cuantos días.  Y como somos pocos, a lo mejor tenemos faena hasta la Pascua.

—Dile a tu padre que si no te doy la llave es porque también vamos nosotros.  Pero como sobra sitio, igual para las mulas que para las personas, esta semana estaremos juntos y así estamos acompañados.

Todo esto sucedía, y se vivía, con modélica naturalidad.  Tiempo después llegó la mecanización y se modificaron los métodos de trabajo en el campo, logrando una agricultura más productiva y con mucho menos esfuerzo.  Claro, que para que la vida en el campo mejorase, tuvieron que ir quedando en la cuneta retazos de una cultura rústica, de una forma de vida, que aunque sencilla no menos enriquecedora espiritualmente, que lo que se ve ahora.

 No obstante:  Felices Pascuas 2013 y Venturoso 2014.
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