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viernes, 29 marzo

De Lara apuesta en el Acto de la Constitución por limpiar la política y acercarla al pueblo

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El presidente de la Diputación, Nemesio de Lara, ha reflexionado esta mañana sobre el papel que ha desempeñado la política en la consolidación de la democracia en nuestro país pero también ha hecho referencia al mal momento que atraviesa en la actualidad y a la quiebra del respeto institucional que se está produciendo. Ha instado De Lara a los integrantes de la clase política, reunida en el Palacio provincial para conmemorar el XXXV Aniversario de la Constitución Española, que dignifiquen la política, la adecenten, la limpien y la acerquen al pueblo.

De Lara ha sido el encargado este año de ofrecer el discurso institucional en el transcurso de un acto celebrado en el Palacio provincial al que han asistido el secretario general de la subdelegación del Gobierno, Fernando Novo, el delegado de la Junta en Ciudad Real, Antonio Lucas Torres, y la alcaldesa de Ciudad Real, Rosa Romero, además de numerosos cargos nacionales, regionales, provinciales y locales, así como autoridades civiles y militares. Con anterioridad al discurso, que a continuación se reproduce literalmente, se ha procedido a la izada de bandera en la plaza de la Constitución y a la entrega de premios del Concurso de Redacción Ilustrada que convoca todos los años la Diputación de Ciudad Real.

“Se pueden hacer cientos de discursos diferentes en torno a nuestra Constitución.
Enfocarlos desde el ámbito de los derechos que consagra, de la división de poderes y su cuestionada virtualidad, del manoseado concepto de libertad, de la realidad autonómica y de las veleidades separatistas -tan de actualidad-, del debate en torno al principio de autonomía local -que tanto me interesa y sobre el que tanta tinta se está vertiendo a colación del proyecto de Ley para la Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local-, de la más que necesaria revisión del papel del Senado como verdadera Cámara territorial, etc, etc.

Examinando uno por uno los aspectos interpretativos que acabo de mencionar e, incluso, considerando la forma en que se concibió y promulgó el texto constitucional, la palabra Política, aun sujeta, igualmente, a múltiples acepciones e interpretaciones, inunda cualquier análisis o reflexión que queramos hacer.

Sin la política, sin el compromiso de políticos avezados y consecuentes, herederos unos del franquismo más real, progresistas demostrados otros, y visionarios todos de la necesidad imperiosa de la adaptación democrática, no habría sido posible sentar las bases de una convivencia en la que estamos instalados camino ya de casi cuatro décadas. Nunca como entonces se pudo hacer carne real el significado etimológico –latín en mano- del término Constitución: “establecer con”, o “en conjunto”.

Bogas Bus

Pero han sido la política, los políticos, en nombre del pueblo español, los que han instrumentado todo el camino democrático, legislativa y ejecutivamente hablando, con los tribunales de justicia actuando como garantes de la corrección directiva y el orden social.

Hoy, la percepción ciudadana de la acción política se encuentra en sus horas más bajas. Hay un descreimiento casi generalizado en relación con una actividad que es noble y honrada, por definición. Se juzga al todo por la parte, al honesto por el corrupto, al trabajador por el indolente… Pío XI llegó a decir: “La actividad política es la máxima expresión de caridad”.

Hay una quiebra de respeto institucional provocada en gran medida por la actitud magnificadora que los medios de comunicación y las redes sociales hacen de la escoria política, y por el silenciamiento de las acciones públicas ordinarias o encomiables. Del mismo modo que en la “videocracia” sartoriana que vivimos se otorga más, y más intenso, espacio a los rincones más miserables y asquerosos de la conducta humana que a aquellos que pueden resultar ejemplares o adornados de hermosos valores.

¿Significa esto que el espíritu de la forja de nuestra Ley de Leyes se mantiene intacto? ¿Significa que la clase política no tiene necesidad de reflexionar sobre su propio papel, que debería ser siempre modelo a seguir por la ciudadanía, se comporte como se comporte? ¿Significa que los partidos políticos han ido evolucionando hacia comportamientos más perfeccionados y operativos? Rotundamente No.

Por eso, y aprovechando este momento conmemorativo, me he permitido trasladaros unas reflexiones para que las interpretéis más en clave de examen de conciencia de quien os habla ahora mismo, más como apuesta por enderezar un camino que se nos está yendo, más como canto a la Política, con mayúsculas, que si se deteriora, será signo inobjetable de que también se está ajando la propia democracia, que como intento de dar lecciones a nadie. Me las tendría que dar a mí mismo antes que a nadie.

Democracia no es sólo un sistema que permite elegir a nuestros representantes cada cuatro años. Es un modo de vida, es un sistema basado en la convivencia, en el respeto al otro, en la tolerancia, en el aseguramiento de los derechos individuales y colectivos, en el inmenso poder de la palabra y del diálogo.

En política debe primar la auctoritas. Cuando se ve sojuzgada ante el imperium, la potestas, dejamos de ser considerados como personas confiables y cercanas, que tan exquisitamente describía Adriano.

La verdad, siempre la verdad. El compromiso con el cumplimiento de las promesas electorales debería estar grabado a fuego en el comportamiento de los servidores públicos. El concepto de la “noble mentira” de Platón, justificador del engaño del gobernador cuando el fin del bien perseguido lo justificare, es una contradicción en sus propios términos. Hacen falta contratos de sinceridad entre gobernantes y gobernados.

Inma Delgado Fotografía New Born

La financierización de la economía, y la devastación de la política desde la economía, ha generado respuestas de perplejidad en quienes entendemos que la economía puede ser un arte o una ciencia, pero nunca jamás la bota aplastadora de quienes por designio popular no pueden encadenarse a lo que las élites extractivas, que no se someten a la decisión del pueblo soberano, decidan en provecho y beneficio propios, a veces, como ha puesto en evidencia la actual crisis, desde comportamientos que no me ruboriza tildar de criminales.

La política tiene que ser más interventora, más decisiva si es que, que debe ser, su principal obsesión el alcanzar el bien común. Dice Karl Polanyi que cuando la política se pliega incondicionalmente a la economía el fascismo llama a la puerta. Algunos dicen que estamos en la época de la postpolítica -la política estaría acabando con la política- , de la irrelevancia del ser humano, entendido este como unidad de consumo, guarismo estadístico manipulado por la economía. Me niego en rotundo.

La Democracia mediática, que es Democracia de Superficie, condiciona el ejercicio esencial de la Política. Un líder lo es en mayor medida si es capaz de conectar con la ciudadanía por sus habilidades oratorias más que por su capacidad para gestionar. Una frase ingeniosa, un titular periodístico pueden devenir más influyentes en la voluntad electoral que una enorme y acertada gestión basada en la eficacia y la eficiencia.

Palabrería, cohetería, vacuidad, autorreferencialidad (término recordado en sentido crítico por el Papa Francisco, por cierto) nos llevan a la nada absoluta. Algunos llaman a esto “Política de sonajero”. El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta, dirían otros.

Sé que es imposible, pero aunque se me tache de ingenuo, no me puedo quedar con las ganas de apelar a un gran pacto entre instituciones, dueños de los medios y asociaciones profesionales del periodismo, que ahondaran y evocaran con más acendramiento la labor del político que trabaja, y trabaja bien, que el que luce palmito rodeado de una corte de profesionales en imagen y casi nunca hace lo que dice.

Dedicar más tiempo a atacar al adversario, estés en el gobierno o estés en la oposición, que a trabajar con más profundidad en tu proyecto político, valerte de toda la hojarasca verbal que puedas acumular para denostar con razón o sin ella al contrario, convertir el parlamentarismo en un permanente Campo de Agramante, convertir los debates en reñidero o “disparatario”, calumniar a sabiendas de que calumnias -yo lo he sufrido- y conociendo que nunca pasa nada y que los tribunales reaccionarán tarde exculpando al calumniador porque es tan generalizado este tipo de comportamiento que hasta el propio juzgador se acostumbra razonablemente a que la pornografía de la palabra sea algo inherente a la cosa política -se han abaratado la calumnia y el insulto-, son todas ellas, actitudes reprobables, antipedagógicas, que tendríamos que revisar desde hoy mismo. El “hostes”, el adversario político de los romanos, está casi desaparecido. Campa por sus respetos el rival odiado, el “inimicus”.

Decía Einstein que “el ejemplo no es la mejor manera de influir sobre los demás, es la única”. Y decía mi abuelo que curas y políticos lo deben seguir siendo fuera de las iglesias y de los ayuntamientos. Digo yo: es saludable y necesario guardar coherencia entre la vida pública y la privada. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pobreza, sufrimiento, pesadumbre y desesperanza tan extendidas, se nos antoja esencial, porque la política de la representación le está ganando la batalla a la de la ejemplaridad. No aporta un miligramo de credibilidad el “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”. Sí contribuye a ese fin el decorum ciceroniano, la decencia permanente.

El cortoplacismo tampoco anima a hacernos fiables o confiables ante la opinión ciudadana. Se celebran unas elecciones y se entra sin la más mínima solución de continuidad en la preparación de las otras, como si fueran a celebrarse al día siguiente. Son las políticas de árbol y no de bosque. La improvisación, que no tiene nada que ver con la capacidad de reacción ante una situación inesperada, es mala compañera. La gestión no debe ser “puñalada de pícaro”: ha de estar programada, calendarizada, consecuente con el programa por el que se ha sido votado. Siempre será mejor preparar que reparar.

En la España de Lagartijo o Frascuelo, Cánovas o Sagasta, Joselito o Belmonte, Monarquía o República, Rojos o Fascistas, Madridistas o Barcelonistas, siempre habrá partidarios y detractores de la misma cosa. Conviene trabajar desde lo político refutando la afirmación de Henry Adams de que la política es la organización sistemática de los odios. O la de Castelar: “Aquí en España, todo el mundo prefiere su secta a su patria”. Apelo al concepto de Democracia Agregativa, en la que, desde el pulcro respeto a las ideas, el esfuerzo, el mayor empeño en reunir intereses individuales y grupales siempre será conveniente.

Nunca he dejado de entender el patriotismo como la voluntad de vivir juntos en paz y en bienestar. No creo en los nacionalismos excluyentes, sean españolistas o catalanistas, por dar dos ejemplos. Decía Chicho Sánchez Ferlosio en un verso: “Mi patria son mis hermanos, que están labrando la tierra”. El patriotismo habría de entenderse como ciudadanía compartida y no como etnia de pertenencia. La carpetovetónica proclividad cainita se enciende más cuando las referencias institucionales, territoriales, tienden a enarbolar apasionadas banderas marcadas por el estigma del odio y el desprecio hacia el otro. Permítanme pronunciar la frase de Herman Hesse: “No reniego del patriotismo, pero primeramente soy un ser humano, y cuando ambas cosas son incompatibles, siempre le doy la razón al ser humano”.

Y principios, ideas, ideales, pensamiento. Y compromiso en defenderlos democráticamente pensando en las personas. Con frecuencia me vienen a la cabeza las palabras de Marx (Groucho): “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. El político determinista, laxo, tibio, acomodadizo, que ve como inevitables los problemas y la inexistencia de soluciones, debería abandonar su oficio. Ya lo dijo Confucio: No son las malas hierbas las que ahogan la buena cosecha, sino la negligencia del campesino.

El político sin alma y sin pensamiento que marquen los valores que responsablemente debe defender, el dirigente aborregado que no se mueve de la realpolitik que toque cada día, no tiene espacio en la estructura democrática. Hablo del imperativo categórico kantiano. Tiene que haber anhelo y convencimiento cuando se toma una decisión, ganas de hacer algo por imperativo moral, fe en lo que se quiere proponer o realizar.

Y finalmente compasión, solidaridad, que han de estar en el frontispicio de cualquier templo político. Hay que tocar, sentir los problemas de la gente. Hablar de oídas nunca fue bueno. De esto saben más que nadie los alcaldes y los concejales, sobre todo los de los pueblos pequeños. Al ciudadano que sufre, al que soporta una calamidad relacionada con el paro, la pobreza, la enfermedad, no se le puede dejar orillado, no se le puede responder con zarandajas técnicas o retóricas.
Primun vivere, deinde philosophari. Manda más quien mejor sirve, dice el evangelio de San Marcos. Nelson Mandela lo explica mejor que yo: Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento.

Concluyo. Hay que recuperar la Política. Hay que dignificar la Política. Hay que adecentar y limpiar la Política. Hay que acercar la Política al pueblo. La Política tiene que hablar menos de lo suyo y más de lo de todos.

Porque sólo entre todos y con todos podremos encontrar el buen camino. ¿No era eso lo que en esencia perseguían los que nos entregaron la Constitución que hoy celebramos?”

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