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domingo, 24 marzo

Sabiduría para distinguir el bien del mal (I), por Joaquín Patón Pardina

Sabiduría para distinguir el bien del mal (I), por Joaquín Patón Pardina

En las lecturas de este domingo XVII del Tiempo Ordinario disponemos, como siempre de varios temas importantes. Voy a poner la reflexión en uno que puede pasar desapercibido; aparece en el texto en la lectura del Primer Libro de los Reyes (3,5.7-12) y dice: «En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras.”. Salomón respondió: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien. Al Señor le agradó, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”»

También aparece en la lectura del evangelio de Mateo (13,44-52), (continuamos con la colección de parábolas de Mateo) y dice: «Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?  Ellos le contestaron: Sí.»

Donde quiero centrar la atención es en la admisión de la idea de la existencia de  personas buenas y personas malas. Según pone Marcos en boca de Jesús eso es algo a primera vista normal. Lo ha repetido en la parábola del trigo y la cizaña y vuelve a traerlo a colación con otra de la red que recoge toda clase de peces.

Pero ¿quién es malo o quién bueno? Desde el subjetivismo todos nos sentimos personas buenas, nadie se juzga como “mala persona” aunque reconozcamos faltas y pecados en nuestro modo de actuar. Desde una opinión heterónoma los juicios que hacen sobre nosotros no son tan positivos en muchas ocasiones.  Hasta podemos haber conocido personas,  según la opinión particular,  intrínsecamente malas.

Una duda existencial ¿es igual ser mala persona que tener mal comportamiento? Si el refrán de “por sus obras los conoceréis” es herramienta certera para conocer cómo es una persona, deberíamos concluir que la persona que hace malas obras es mala persona.

Sin abogar por argumentos demagogos que nos dirían: Si hay personas malas y las ha creado Dios, entonces Dios hace malas cosas, luego también Él es malo… Estos razonamientos medievales los tenemos superados, aunque sea bueno recordarlos para ver nuestro avance en conocimiento religioso.

Pienso que no hay personas malas, nadie es malo en todos los aspectos que lo observemos. Creo que si pudiéramos hacer un examen exhaustivo  de alguien a quien considerásemos totalmente condenable, e incluso sus acciones y actitudes absolutamente reprobables; siempre podríamos rebuscar en ella algo positivo o bueno.

Porque ¿quién es capaz de hacer un juicio sobre alguien de un modo equilibrado? ¿qué derecho me asiste para juzgar a cualquier hombre o mujer? ¿quién me asegura que mi dictamen es correcto en su totalidad?

No podemos olvidar que las leyes que guían nuestro comportamiento personal, social y político han sido establecidas por otras personas entendidas en legislación, en comportamientos éticos, necesidades sociales, etc., etc. Imprescindible tener esto en cuenta, pero sin caer en un relativismo jurídico o ético.

Mi argumentación la baso en que debemos distinguir con mucho cuidado entre la persona y su comportamiento. Es imprescindible deslindar la esencia de la persona de sus acciones. O sea, una cosa es mi ser personal y otra muy distinta mis comportamientos, mis hechos, mis actitudes, aunque ambos vayan íntimamente relacionados. Por lo cual la observancia de unas acciones  determinadas no nos da derecho a un juicio, sea positivo o negativo, sobre ese individuo concreto. Puede darse el caso de un fingimiento de comportamiento, donde lo que se ve, no es sino lo que se quiere aparentar o dar a conocer sin ninguna relación al ser personal e íntimo de tal persona.

Volvemos a necesitar la distinción más nítida sobre la utilización de nuestros verbos “ser” y “tener”. No es lo mismo ser pobre que no tener dinero. No es igual ser malo que tener mal comportamiento. Sin una clara utilización de esos dos conceptos nuestros errores serían incontables a la vez que insoportables.

Por lo tanto dejemos los juicios sobre los demás a Papá-Dios conocedor de la intimidad de cada uno. Él especialista en distinguir el trigo de la cizaña y pescador que separa los peces buenos de los malos. Él en el juicio no hace de juez si no de abogado defensor tuyo. Es que con Papá-Dios lo ganamos todo. ¡Sus ojos se enternecen tanto cuando te miran…!

¡Disfrutas de la experiencia de su perdón siempre…!

¡Nada te reprocha, siempre tienes una oportunidad nueva de cambio…!

¡Observa tu historia particular y verás como siempre es de salvación… incluso los momentos difíciles han sido para tu bien…!

 (Continuará)

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