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viernes, 29 marzo

Los cristianos y el Coliseo, por Daniel Cuadrado Morales

Jean-Léon Gérôme: La última oración de los mártires cristianos, 1883
Jean-Léon Gérôme: La última oración de los mártires cristianos, 1883

Que en el Anfiteatro Flavio (Coliseo) se derramó sangre en sus cientos de años de uso por parte del pueblo romano es innegable. Gladiadores, prisioneros, condenados a muerte…gente de toda clase y condición fueron exhibidos en la arena del gran Coliseo para disfrute de la plebe de Roma y sus Césares. Sin embargo, en lo que respecta al tema de las ejecuciones en masa de los cristianos las fuentes clásicas y medievales no lo dejan del todo claro.

Las persecuciones a los cristianos son un hecho histórico documentado y la primera de ellas fue ordenada por el emperador Nerón tras el incendio de Roma y se sucedieron varias más, como las del loco y sanguinario Domiciano. A pesar de ello la cultura popular, y el cine especialmente han contribuido a crear una falsa imagen del Coliseo como lugar destinado a las torturas de los desdichados cristianos, a veces sin ningún tipo de rigor histórico, como en la película de 1954 “Demetrio y los gladiadores” en la que Demetrio, un cristiano, es condenado por Calígula a combatir en el Coliseo, cuando realmente aún faltaban varias décadas para la construcción del anfiteatro.

A menudo se representa a los mártires cristianos devorados por las fieras o crucificados en la arena del Coliseo o del Circo Máximo como en el clásico cinematográfico “Quo Vadis?” en el que un asombrado Peter Ustinov, interpretando magistralmente al demente Nerón, observa como los cristianos no dejan de entonar cánticos mientras son desmembrados y devorados por los leones.

Sin embargo no existía una obsesión paranoica por parte de los emperadores ni por el pueblo romano en condenar a los seguidores de Cristo. Es más, la sociedad en el Imperio Romano era bastante tolerante con las religiones de sus habitantes siempre y cuando no causasen problemas con el gobierno central en Roma o con los procuradores y gobernadores en el resto de provincias. Una persona podía ser tan cristiana como quisiera y realizar todos los ritos que su religión conllevase mientras, de cara al público, cumpliese con sus obligaciones como ciudadano romano y respetase los privilegios del César.

Por lo general suele verse a los cristianos como unos marginados y perseguidos mártires que debían esconderse en cuevas y en las famosas catacumbas y en cierto modo fue así en determinadas ocasiones. Pero no por norma general. Las persecuciones a los cristianos respondieron a fines políticos más que religiosos o fanáticos, buscando algún culpable a los males que aquejaban al Imperio en determinadas épocas, tales como invasiones o epidemias, como las acaecidas durante el reinado de Marco Aurelio. Y lo mismo puede decirse del nombramiento del cristianismo como la religión oficial del Imperio por el emperador Constantino tras la Batalla del Puente Milvio, en una maniobra destinada más a incrementar su poder, que un verdadero acto de fe.

Pero volviendo al Coliseo hay que decir que el mármol de este emblemático monumento no presenció tantas matanzas cristianas como suele pensarse. En la arena del anfiteatro más grande del mundo romano se llevaban a cabo combates de gladiadores (y muchos de ellos no terminaban con la muerte del vencido), espectáculos de caza, las venationes, y también ejecuciones de prisioneros, desde presos comunes hasta enemigos políticos, y también cristianos, por supuesto, a los que se les condenaba no por el hecho de ser cristianos, sino por hacer alarde de su condición cristiana. Poquísimas fuentes antiguas mencionan el Coliseo como lugar de esas ejecuciones. De hecho los cristianos fueron ajusticiados en numerosos lugares, como los estadios, o los circos, el Flaminio y el Máximo, ambos en Roma. No fue hasta el siglo XVI cuando se empezó a considerar al Anfiteatro Flavio un lugar santo para la cristiandad.

Sin embargo puede que esta exagerada creencia del Coliseo como lugar de tortura y muerte para los cristianos haya preservado el edificio del expolio y la ruina.

Es cierto que muchos fieles de la cristiandad murieron en la arena del anfiteatro, pero no tantos como suele pensarse ni de forma tan continuada.

Creencias aparte y más allá de las muertes y la sangre derramada en él, puede afirmarse que los cristianos han sido quiénes, con su ideología y en homenaje a los primeros mártires de su religión, irónicamente han salvado al gran Coliseo de la desaparición.

 

“Mientras el Coliseo esté en pie, Roma se mantendrá, cuando caiga el Coliseo, Roma caerá, y cuando Roma caiga, caerá el mundo”

Lord Byron.

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