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miércoles, 20 marzo

La aventura apócrifa de Agnes Elisa Wilson, por F. Navarro

Tras asistir a la inauguración de de la exposición “Viaje de ida y vuelta. Fotografías de Castilla-La Mancha en The Hispanic Society of América”, uno ha sentido la necesidad de rescatar esta pieza, publicada en eldiariofenix.com y en Yo tuve el ombligo frío.

Agnes Elisa Wilson, de Charleston, Carolina del Sur, licenciada en literatura inglesa, también en hispánica, trabajaba en el Saturday Visitor de Baltimore. En el citado diario también sirvió, a tanto el folio, Edgar Allan Poe. Agnes era soltera, no excesivamente oronda, pelirroja, pecosa e inane. Necesitaba impertinentes. Era la crítica literaria, teatral y musical del periódico, que era lo único que podía ser una mujer en aquellos años. Algunas veces tenía recurrentes sueños pecaminosos en los que retozaba con los infantes de Lara, normalmente con Gonzalo y ocasionalmente con los siete. También se confesaba enamorada, por supuesto entre suspiros y risitas nerviosas de sus amigas, de Garcilaso. El poeta soldado era su ideal masculino, afirmaba en veladas de cigarros mentolados y «Perfait Amour»edith-wharton2

Bogas Bus

Publicó una edición crítica, traducida por ella misma, de la «Tragicomedia de Calixto y Melibea», editada a regañadientes por el Visitor. Para Agnes La Celestina era una de las obras cumbres de la literatura universal y los misterios que rodean la comedia la hacían especialmente atrayente para su imaginario pequeñoburgués y presbiteriano. La duda sobre la autoría: la obra no va firmada y el nombre del bachiller toledano aparece en unas coplas reales con versos acrósticos, en los que se puede descifrar «El bachiller Fernando de Rojas acabó la Comedia de Calisto y Melibea e fue nascido en la Puebla de Montalbán»; el género, las ediciones y el sentido de la misma, habían creado infinitas controversias.

Viajó a España a los pocos años de iniciarse el siglo XX, con el objeto de investigar los misterios precitados y a la vez, conocer la patria de su platónico amor. Tras varios meses de viaje consiguió llegar a Toledo y se hospedó en una fonda de la calle del Aljibillo. Inmediatamente visitó la Puebla de Montalbán, ya que necesitaba conocer donde nació el supuesto autor.

De nuevo en Toledo, intentó establecer cuál era la edición príncipe de entre las dos más viejas que se conservaban de la Comedia de Calisto y Melibea, ambas depositadas en la Catedral Primada. De las dos, la más antigua datada, fue publicada en Burgos por el impresor Fadrique Alemán en 1499. La más nueva era de 1500 e impresa en Toledo por Pedro Hagenbach. Parecía clara la antigüedad, pero un escudo del impresor burgalés incluido apócrifamente al final de volumen, le hizo afirmar, tras muchas comparaciones e investigaciones, que la primera edición de La Celestina fue la toledana. También aparecen en ella los jeroglíficos versos de la autoría.

No pudo afirmar que otro autor distinto a Fernando de Rojas compusiese la obra. Tras seis meses de estancia en la ciudad imperial, con las notas suficientes y a una semana de su partida, decidió ociar por Toledo el tiempo que le quedaba en la ciudad. Conocer sus rincones, visitar palacios, iglesias, conventos. Recorrer callejuelas de leyenda y empaparse de recuerdos de ese maravilloso lugar, al que, seguramente, nunca regresase. En la Venta de Aires conoció a un afectado y moreno hidalgo toledano, con el que mantuvo una pasional y corta relación de apenas dos días.

Una vez en Baltimore, con las notas fruto de sus pesquisas toledanas, escribió un ensayo sobre La Celestina, que le valió la fama y que aún es referido en cualquier estudio que se precie sobre la Tragicomedia. No se casó, siguió escribiendo críticas para el Visitor hasta casi su muerte. En las frías y solitarias noches de invierno en Maryland tenía sueños pecaminosos con el hidalgo toledano. Nunca más con los infantes de Lara.

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