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martes, 23 abril

Idiotas, tontos y cándidos de pueblo, por Manuel Buendía

cvalabazas

Es curioso como el lenguaje puede pervertir, o incluso acentuar, el significado de las palabras por el propio uso que de éstas hacemos. La corrección política es una forma de autocensura de los tiempos actuales que, a pesar de contar con una causa justa, ha hecho que dejemos de llamar al pan, pan, y al vino, vino, por no llamarlos mendrugo o vinagre, confundiendo así al auditorio y al propio oratorio.

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El origen etimológico de la palabra IDIOTA llegó al español a través del latín idiota, desde el original griego ἰδιώτης /idiótes/El IDIOTA era simplemente aquel que se preocupaba solo de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos o políticos. Pronto esta palabra se convirtió en un insulto, ya que en la Antigüedad grecorromana la vida pública era de gran importancia para los hombres libres. Ser un idiota (como persona preocupada solo de lo suyo) se convirtió en ser un idiota con la acepción actual, ya que en la democracia era considerado deshonroso no participar de ella.

Sigue teniendo mucho sentido, ya que es de idiotas dejar a otros los asuntos de interés general, aquellos de los que dependen nuestras necesidades más básicas. Creemos erróneamente que somos los únicos dueños de nuestra propia existencia y de nuestro futuro, y sin embargo lo dejamos en manos de una pandilla de sinvergüenzas que han demostrado una carencia total de ética y principios, y lo peor de todo es que esas carencias nos repercuten directamente, eso nos convierte en idiotas de primer orden.

Proviene del latín imbecillis, palabra latina formada con el prefijo privativo in- antepuesto a bacillum –origen de la palabra bacílo–, que es el diminutivo de baculum ‘bastón’, con lo que imbecillis viene a significar literalmente ‘sin bastón’. Baculum proviene del griego baktron ‘báculo’, ‘bastón’, emparentado éste con la raíz indoeuropea bak-.

Imbecillis no tenía la connotación negativa que le damos hoy o la tenía de un modo diferente: significaba ‘frágil’, ‘débil’, ‘vulnerable’ y también ‘enfermizo’, ‘sin carácter’ o ‘pusilánime’.

Fue con estos significados con los que la voz imbécil llegó al español desde su primera documentación en 1524 y como tal figuró en la edición de 1780 del Diccionario de la Real Academia, pero en 1822 se introdujo el significado moderno, aunque los romanos ya usaban esta palabra con el sentido de ‘debilidad de espíritu’.
En psicología, imbecilidad es un grado de debilidad mental de menor gravedad que la idiocia o idiotez y mayor que la insuficiencia mental leve.

Toda esta introducción técnica es para ver como la palabra imbécil venía a denominar a individuos vulnerables por su débil capacidad intelectual, y sin embargo ahora es una de las palabras más peyorativas.

Estas personas históricamente fueron objeto de burlas, debido a la crueldad innata del ser humano. El ensañamiento que sobre ellas hacían era agravado por el hecho de que eran personas que en su limitación intelectual carecían de la crueldad antes citada, por lo que los burladores se sentían con patente de corso ya que no cabía esperar una respuesta agresiva por parte de la víctima, eso les convertía directamente en seres cobardes que impunemente descargaban todas sus frustraciones y carencias sobre los que consideraban inferiores, por lo que demostraban así una mayor imbecilidad que sus injustas víctimas.

La victimas, por su parte, pasaron a ser una figura tópica del folclore local, convirtiéndose en el tonto del pueblo, algo que muy probablemente interesaba a los propios estamentos del poder, que calificaba por debajo de la categoría de ser humano a unos seres que tenían una limpieza de alma que otros muchos no tenían, y por tanto eran la víctima perfecta para que los auténticos tontos de pueblo, fácilmente manipulables, dirigieran sus frustraciones sobre ellos.

Ahora intentamos normalizar la sociedad intentando buscar unas denominaciones semánticas menos peyorativas pero que al final son igual de discriminatorias. A los limpios de corazón les llamamos discapacitados intelectuales, personas con capacidades diferentes o personas especiales, con el loable fin de que la sociedad equipare a éstos en derechos, pero lo más importante está en equiparar a la sociedad en actitudes para con ellos.

Sin embargo creo que la sociedad debe empezar a discriminar a los auténticos idiotas, todos aquellos que como un rebaño siguen las directrices de los mass media, los que nos castigan los tímpanos en verano con los altavoces a toda potencia de sus vehículos tuneados con un ruido repetitivo pretendidamente denominado música, los que vociferan consignas tribales con sonidos guturales alejados del lenguaje, animados por la discrección y la coartada de las masas. Los idiotas son todos aquellos que por querer ser normales dejan que otros piensen por ellos, los que compran esas cosas que les dicen que tienen que comprar, beben y comen lo que les dictan, visten como otros han dicho que hay que vestir y aman como les han dicho que tienen que amar. En definitiva, los idiotas son aquellos que siempre se han ensañado con los que eran diferentes, y por eso ellos no han querido parecerlo y se han unido al rebaño.

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Los tontos de pueblo siguen existiendo, pero no son los que siempre nos han hecho creer, los idiotas siguen siendo, como en el principio, los que sólo se preocupan de sí mismos y desprecian pensar en el bien de la sociedad.

Manuel Buendía Pliego
Manuel Buendía Pliego
Persona inquieta y multidisciplinar. Artista plástico, profesor de dibujo y acuarela, diseñador, gastrónomo, y escritor aficionado. Ha publicado en distintos medios digitales varios relatos, también ha publicado un libro de microrrelatos junto a Carlos Naranjo, y está trabajando en varios proyectos editoriales.
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