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jueves, 28 marzo

Ensamblaje – 2ª parte, por Manuel Buendía

uvas

El hecho fundamental que precipitó a los infiernos a Ramón fue la muerte de su hermano Ignacio. Un fatídico accidente de carretera, dos años después de su separación, le dejó sin su apoyo más importante. Ignacio, como hermano mayor, ejerció de tal siempre. Sus padres habían depositado todas las esperanzas en él, y al contrario que Ramón, Ignacio sentía auténtica pasión por todo. Desde niño Ignacio acompañaba a su padre a la finca y a la bodega, y aunque no pasó de COU, era muy inteligente y dinámico. Se dedicó en cuerpo y alma al negocio familiar que consistía básicamente en una gran finca donde tenían -aparte de monte para criar caza menor- cien hectáreas de viñedo con regadío, una bodega, y dos naves industriales alquiladas para talleres.

Ignacio no tuvo hijos ni se casó, se dedicó en cuerpo y alma al campo. Cuando su padre se puso enfermo tomó las riendas de los negocios. La mayoría de la producción vinícola la vendían para hacer alcohol a una cooperativa de la que eran socios, pero se reservaban veinte hectáreas de Tempranillo y diez de Cabernet Sauvignon para seguir haciendo su tinto de crianza, que tanto éxito tenía. Pero las inquietudes de Ignacio eran un motor con turbo, y cuando murió su padre, con el visto bueno de Ramón, no dudó en vender todas las propiedades familiares, excepto los viñedos y la bodega, y renovó ésta, invirtiendo en tecnología y ampliándola. Después de esto empezó a plantar varietales con el fin de tener una interesante oferta de distintos vinos de alta calidad.

La muerte le llegó a Ignacio en pleno proceso de renovación, y sólo un año después de morir su padre. Ramón tuvo que sobreponerse en muy poco tiempo a su separación y a la muerte de los dos pilares de la familia, y quizá el terrible sufrimiento de su madre fue lo que le hizo reaccionar. Después de quince meses de baja por depresión pidió una excedencia en el ministerio y se fue al pueblo a hacerse cargo de la finca y la bodega.

La primera decisión que Ramón había tomado en su vida fue lo que le salvó, su vida por primera vez empezaba a tener sentido. Se empleó a fondo haciendo cursos y formándose en todo el tema de vinos y enología, y decidió seguir adelante con el proyecto que su hermano no pudo terminar.

Al igual que las duras condiciones climatológicas generan una gran calidad en la uva, y por consiguiente en los vinos, las duras pruebas que sufrimos los humanos nos hacen remontar, y eso fue lo que le pasó a Ramón. Su vida era una metáfora del viñedo de la Mancha, después de muchos años en el limbo, con una vida anodina y sin pasiones, empezó a creer en sus posibilidades. Había estado en la Rioja, en Burdeos y otras regiones vitivinícolas, había aprendido a hacer las cosas bien, pero también aprendió a perder los complejos que tanto su tierra como él mismo tenían. Descubrió que había un potencial muy grande, y que ese potencial, aunque haya estado dormido, conseguirá todo lo que se proponga cuando por fin despierte.

Ahora están otra vez cenando en el mismo restaurante, de nuevo hablan de las características del Merlot y del Sirah, pero esta vez lo hacen sin teorizar. Ya lo están experimentando, el ensamblaje de ambos ya está reposando en las barricas. Han pasado dos años desde su primera cita, ahora viven y trabajan juntos, y es un ensamblaje perfecto, pero sigue siendo un experimento de mucha valentía. Ramón ha aprendido de Alba a apasionarse por todo, y siente que su hermano Ignacio está cada día más presente en él. Alba también ha aprendido algo de él, que no hay que tener prisa, que todo en la vida -como un buen vino- necesita oxigenarse y debe saborearse despacio. El ensamblaje de sus vidas está ahora reposando -como el vino en sus barricas- a la espera de algo mágico, y el resultado de todo ya se verá, pero la crianza de su amor está muy bien elaborada.

Están cenando en su restaurante favorito, Ramón se siente más vivo que nunca, y mirando hacia atrás, casi no recuerda nada de su vida anterior, sólo a su padre y a su hermano, Susana es un  recuerdo vago, quizá algo que sólo ocurrió en algún sueño. Su madre, después de tantos sufrimientos se encuentra muy bien, con buena salud e ilusionada -ilusionada como hacía mucho tiempo que no lo estaba- porque Alba está embarazada.

Bogas Bus

Ya están embotellando los nuevos vinos, Alba está más bonita que nunca, esos ojos verdes, tan profundos y transparentes a la vez, cada día relucen más, son como el nuevo verdejo que están embotellando. “Está decidido –piensa Ramón- el nuevo verdejo se llamará Alba”.

FINAL (seguro que feliz)

Manuel Buendía Pliego
Manuel Buendía Pliego
Persona inquieta y multidisciplinar. Artista plástico, profesor de dibujo y acuarela, diseñador, gastrónomo, y escritor aficionado. Ha publicado en distintos medios digitales varios relatos, también ha publicado un libro de microrrelatos junto a Carlos Naranjo, y está trabajando en varios proyectos editoriales.
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