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martes, 23 abril
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El profesor Villasevil y el periodismo, por F. Navarro

BF2-A002

Esta mañana, hace unas horas como quien dice y gracias a las maravillas del teletransporte, mientras paseaba por las recoletas calles del Madrid de los Austrias —actividad que te recomiendo adelantado lector, sólo has de poseer la máquina adecuada y el estado de ánimo preciso para desmenuzarte en moléculas y volver a juntar tus átomos en la calle del Codo del rompeolas de las Españas, pongo por ejemplo— me ha dado un vuelco el corazón. Por la misma acera y caminando hacia mí me ha parecido distinguir a don José Villasevil, profesor mío que fue de lengua española y literatura en castellano; gramático, inventor de palabras y geómetra aficionado. Idear vocablos le ha reportado una somera fama y un reloj de pulsera bañando en oro y con mecanismo de Tourbillón gracias a «fumiento», que viene a ser la persona que tiene muchas ganas de fumar.

Este don José, en los años en que nos aleccionaba, se preparaba para ser cabalista; también era holista y apocalíptico. Buscaba señales de la fin del mundo en los escritos de don Álvaro Cunqueiro, periodista gallego, sobre todo en «Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca». Las largas noches del invierno manchego y los vapores del brasero de picón le llevaban en busca de alguna pista del Armagedón en los relatos del escritor de Mondoñedo. Se distinguía por su calculado desaliño indumentario de ropa cara y jerséis de colores del parchís; el pelo livianamente rizado y la mirada insufriblemente torva. Usaba argumentos muy ecuánimes y razonados y tenía una explicación para cada asunto, hecho o cuestión: un Juan de Mairena más aseado.

El profesor Villasevil consiguió imbuirme el amor por las letras durante los escasos años que tuteló mis estudios. A los dos o tres cursos obtuvo el ansiado traslado a Madrid y dejamos de vernos. Confieso que he seguido sus pasos en los periódicos y las revistas del ramo. Siempre lo he admirado y ahora lo columbraba a escasos metros. Como he señalado, el corazón me ha dado un vuelco. Al encontrarnos nos hemos mirado de arriba abajo y nos hemos abrazado. Un abrazo largo con golpecitos en la espalda. Ha dejado los suéteres irisados y viste traje gris sin concesiones, pero sin corbata. El pelo tordo y escaso y la mirada igual de torva; he descubierto un leve bizqueo que no recordaba.

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Tras ponernos al día, me ha referido que ha sido profesor en la facultad de periodismo, impartiendo expresión escrita a los futuros plumillas. Dada la hora hemos ido a tomarnos un café. Hemos ido a un bar de esos mañaneros que venden churros, con parroquianos repeinados hablando a voces. Le comentado mi incorporación a enTomelloso.com y hemos departido sobre la crisis del periodismo.

—Los periodistas, especialmente los nuevos, cada vez cuidan menos la redacción, economizan las palabras —me ha contado el profesor— son capaces de usar tres veces el mismo sustantivo en una frase. Algunos de mis alumnos piensan que sinónimo es el nombre de alguna perversión inconfesable. Tampoco se documentan.

Hemos seguido con el tema, el señor Villasevil se ve que se ha animado con el café y las tres porras que se ha metido entre pecho y espalda.

—La profesión, al menos en nuestro país, quedó tocada cuando los periodistas dejaron de ser meros relatores de noticas y empezaron pasarlas por el prisma de la subjetividad de su ideología. —sostiene— El que un tipo se confiese como «periodista progresista» o «periodista conservador» o  adventista del séptimo día, beneficia poco a este noble oficio de notarios de la vida. —pide  un Chinchón, le da un sorbo y mira la tele

Se hace tarde y don José parece que no tiene prisa.

—Si Berstein y Woodwar hubiesen sido periodistas de ****** y Nixon del PSOE, el Watergate habría dormido el sueño de los justos. Pero no creas que si trabajasen en el ****** y Nixon fuera del PP lo habrían sacado en primera plana, no, el artículo hubiera acabado en el contendor azul.

Nos hemos despedido con otro abrazo y me he teletransportado de vuelta: era tarde y había que escribir.

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